Crisis En La Investigación Científica Mexicana
hdab198514 de Septiembre de 2014
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Crisis en la investigación científica mexicana

En los años setenta del presente siglo se hacen muy notorias dos series de estorbos a la investigación humanística en México, concentrada, en sus cuatro quintas partes, en la capital de la República. Una de las series la constituyen los excesos de la investigación metropolitana y la otra, las deficiencias de los chisguetes de investigación en distintos lugares del país. Dan cuerpo a la serie mayor los problemas gigantismo, la burocracia excesiva, la esclerosis galopante, la fuga de cerebros hacia la política, la neurosis, la ideología en turno y la jerigonza. A la serie provinciana concurren poco oficio, pobreza, exceso de erudición, enanismo, falta de eco y esclavitud docente.
La estructura agigantada de casi todos los centros de investigación científica de la metrópoli se nota en el número tan crecido de sus investigadores verdaderos, en el albergue que da a simples parásitos de la labor académica y en lo desmesurado del personal administrativo. Por investigaciones recientes se sabe que en un instituto se estorban unos a otro más de medio centenar de científicos, en vez de ayudarse. De otro lado, los que se cuelan, y no saben o no les gusta investigar, contribuyen a la gordura de las instituciones. Peor sucede con los burócratas. Sabios, seudosabios y administrativos agigantan el tamaño de las comunidades académicas capitalinas. Además, los parásitos y los burócratas contribuyen también a los fenómenos de la esclerosis y la evasión o fuga de cerebros.
La esclerosis de la gran mayoría de los centros de investigación metropolitanos suele manifestarse en la escasa producción de libros y artículos (o sea, en el caminar con lentitud) y en la sobredosis de personal de apoyo (es decir, el moverse con pies ajenos). Las publicaciones y su repercusión en el ámbito de la cultura son por ahora los mejores útiles para medir la agilidad de un instituto de ciencias del hombre. Si se aplican estas medidas a los institutos metropolitanos de México muy pocos resultan medianamente ágiles. La gran mayoría denota reumatismo paralizante muy avanzado, produce poco y de poca valía porque no se puede repicar y andar en la procesión al mismo tiempo.
Se advierte en no pocos institutos capitalinos dedicados a la investigación humanística una tendencia a evadirse, a fugarse de sus funciones propias para ir en ayuda del sector gubernamental, para obtener buenos recursos a cambio de servicios especiales y para hacerse de una imagen prestigiosa. En la ciudad de México se juntan los tres peligros mayores de toda labor científica: el poder, el dinero y la fama. La ciencia pierde muchas horas hábiles de los científicos porque se dejan tentar por las tareas administrativas, los puestos de rector y director de instituciones culturales, la buena vida, los empleos bien pagados, el ir de una reunión de cultos a otra, el andar de entrelucido, las comparecencias en televisión, el hacerse del micrófono, el recibir honores y el ser el centro del sarao.
Por otra parte, la región menos transparente del aire, la que ya no reconocería como suya José María Velasco, es poco recomendable para una buena ejecutoria de paisajistas y de investigadores. La neurosis de muchos científicos, atribuida al neblumo, la sonoridad mecánica, los itinerarios largos y lentísimos, el juntismo, la comititis, las excesivas obligaciones docentes y de otra índole y la falta de corazón de la capital, es obstáculo para la hechura de obras científicas en la cazuela capitalina. Cada vez es más el número de defeños convencidos de que se puede vivir con los nervios de punta y sin alegría con muchos transportes, espectáculos fabulosos y millones de seres humanos de mirada torva.
La búsqueda de la verdad ha dejado de ser el principio rector de muchos investigadores de la monstruosa metrópoli.
En vez de preocuparse por el conocimiento del hombre, numerosos científicos sociales de la capital se preocupan por no ser tildados de agentes de la reacción y del imperialismo, por mantenerse al día en sistema, ideológico-político o por el ansia de cantar lo que el grupo dominante desea oír. Se buscan los efectos de lo dicho por uno en los colegas y en los patrocinadores y no las aportaciones al conocimiento. Cada vez con mayor frecuencia se sustituye la curiosidad científica por las ideologías de moda en el poder y en la oposición. En forma creciente se evita desagradar a los poderosos o a sus enemigos en turno. Se cae en la propaganda y se margina . la desnuda verdad.
Por último, el discurso ininteligible pretende hacer a un lado a la comunicación efectiva. El cantinflismo pedante, el uso de un vocabulario seudocientifico, la repetición de términos como concientizar, acomplejado coyuntural, mentalidades, coalescencia, encapsulación étnica, conducción, societario, involucionado, grupal, necesidad, logro, intelectual orgánico, estructura orgánica, audiotáctil, alienación, promocionarse, verticalidad, etnicidad y otros por el estilo han llevado a muchos estudiosos del hombre residentes en la ciudad de México a los confines de la torre de Babel. El buen humor en el decir, la prueba de no padecer deficiencias de lenguaje, tiende a esfumarse en el panorama metropolitano de la ciencia.
Las casas de investigación en provincia pecan generalmente de lo contrario de las capitalinas. Casi todas padecen enanismo. Según los investigadores de la investigación científca, con menos de veinticinco sabios ninguna comunidad académica puede tener un desarrollo saludable, y la mayoría de las pocas comunas provincianas están lejos de reunir ese mínimo de miembros. Como si eso fuera poco, los dedicados a la creación científica fuera de la metrópoli suelen arrear cursos en los niveles de preparatoria y licenciatura a mañana, tarde y noche. Por lo demás, la mies provinciana es mucha para muy pocos y distraídos operarios. Al revés de la capital, donde se vuelve repetidas veces a los mismos asuntos, en la multitud de cuahulitilanes de México, en los multiméxicos, hay abundantes problemas y temas en busca de estudioso y autor; hay escasez de investigadores científicos y abundancia de cuestiones virgenes. Fuera de México capital casi todo está por conocerse del México múltiple.
En provincia, la riqueza de la realidad suele hacer menos necesarios los cimientos ideológicos, quedarse en la simple erudición, en el almacenimiento de datos sin sentido, en la hechura de tratados de todas las cosas y algunas más. Los investigadores extrametropolitanos caen frecuentemente en el pecado de la omniciencia, quizá por escasez de oficio. Los institutos científicos de la capital alojan doctores; los de provincia, aficionados. El poco oficio, la escasez de formación profesional, la proximidad a la brujería acompaña a menudo a los investigadores que trabajan y le dan vuelo a la imaginación fuera del Distrito Federal. Muchos sabios de provincia se quejan con justa razón de vivir en el dilema de cuando hay tiempo no hay pan y cuando consiguen para vivir no disponen de horas para ponerse en mangas de investigador. Aparte de pobreza económica padecen de pobreza cultural. Los archivos y las bibliotecas se juntan en una metrópoli cuyos sabios rehuyen la lectura y siguen ausentes en los sitios donde existen los aspirantes a ratones de biblioteca. Fuera de México se investiga poco en papeles, en horas perdidas, sin estímulos económicos y sin el aliciente de la repercusión o la fama. Según Bertrand Rusell, "un cierto grado de soledad en espacio y tiempo es indispensable para producir la independencia necesaria que requiere un trabajo serio", pero el exceso de soledad y la falta de estímulo no ayudan a ningún sabio.
Alternativas para salir de la crisis

Con el propósito de corregir las deformaciones de la investigación científica en México metrópoli y en México nación se han propuesto y aún puesto en marcha no pocas políticas. A principios de los setenta se funda el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología para promover la obra de los científicos mexicanos. A partir de entonces proliferan, con la ayuda del poderoso, los programas de investigación y las escuelas formadoras de investigadores, y se aplica la técnica japonesa de enviar becados a universidades de los países del primer mundo para cosechar rápidamente buenos científicos. También aumentan los premios para la creación científica, nace vigoroso el Sistema Nacional de investigadores y un número creciente de revistas y libros da a conocer los frutos de cada vez más practicantes de las ciencias físico-matemáticas, biomédicas y humanísticas. Los gastos de CONACYT y SEP para el desarrollo de ciencia y tecnología suben 40% anualmente entre 1976 y 1981.
El único mecenas de la investigación científica ha sido el gobierno emanado --como se dice en los discursos oficiales-- de la Revolución Mexicana. Casi siempre el mecenas oficial es consciente de dónde le aprieta el zapato a la investigación científica de aquí y ahora. En los últimos años se ha vuelto, por añadidura, liberal en el patrocinio de diagnósticos y de planes de reforma. La organización de coloquios organizados por la Secretaría de Programación y Presupuesto, la Secretaría de Educación Pública y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología demuestran el interés de las autoridades en el buen desarrollo de las ciencias humanas en México. En esos coloquios se han propuesto distintas curas para conseguir la salud de la investigación científico-humanística: dotar de suficientes recursos económicos a las instituciones investigadoras, enviar jóvenes investigadores a las universidades de los países del primer mundo, hacer un plan nacional de política
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