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El Origen De Las Especies


Enviado por   •  12 de Mayo de 2014  •  1.993 Palabras (8 Páginas)  •  277 Visitas

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tegia argumentativa de Darwin resulta fundamental.

William Herschell (1846, p. 144) había "establecido" las condiciones que permitirían identificar lo que Newton había llamado una vera causa; y sus "reglas" a ese respecto habían servido para explicitar o consolidar el canon metodológico vigente en la ciencia natural de mediados del siglo xix de ese momento histórico (cf. Martínez, 1997, p. 120). Darwin, que había leído con atención esa influyente obra (cf. Hull, 1973, p. 117; Ruse, 1983, p. 224, 2000, p. 8; Lewens, 2009, p. 322) pretendía mostrar que, siguiendo las tesis epistemológicas allí expuestas, la selección natural no sólo podía ser considerada una fuerza real y efectiva capaz de producir, a partir de una o unas pocas formas originarias, toda la panoplia de los seres vivientes actuales y extintos; sino que, además, ella podía ser considerada como una fuerza conocida y no una mera hipótesis.

En ese sentido, pocos pasajes de ese Discurso preliminar pudieron resultarle más alentadores que aquel en el que Herschell (1846, p. 149) decía que "si la analogía entre dos fenómenos es muy próxima y notable y, al mismo tiempo, la causa de uno de ellos es muy obvia, es muy difícil recusarse a admitir la acción de una causa análoga en el otro, aunque ella no sea tan obvia en sí misma"; y eso se vería en el siguiente ejemplo:

Cuando vemos una piedra girar en una honda describiendo una orbita circular alrededor de la mano, manteniendo la cuerda estirada, y saliendo disparada en el momento en el que ésta se corta, nunca dudamos en considerar que ella estaba retenida en su órbita por la tensión de la cuerda, es decir, por una fuerza dirigida hacia el centro, porque sentíamos que éramos nosotros lo que ejercíamos esa fuerza. Teníamos ahí la percepción directa de la fuerza. Por eso, cuando vemos un gran cuerpo como la Luna circulando alrededor de la Tierra sin salir volando, no podemos evitar creer que lo que impide que ello ocurra es, no ya una unión material, pero sí algo que, en el otro caso, operaba por la intermediación de la cuerda - una fuerza dirigida constantemente al centro (Ruse, 2000, p. 5).

Darwin, claro, quería explicar un fenómeno que no era conocido como la permanencia de la Luna en su órbita. El origen de todas las especies a partir de un conjunto pequeño de especies originarias, o incluso a partir de una única especie, no era un fenómeno dado por establecido y que sólo esperaba por una explicación. Por eso, si quería justificar su referencia a la selección natural por un razonamiento analógico, debía buscar un fenómeno natural cuya ocurrencia no fuese puesta en duda, para luego mostrar que el mismo podía ser explicado apelando a un proceso selectivo; y tal era el caso de las variedades que ocurren en las especies de los animales salvajes.

La existencia de éstas, conforme lo mostraba el capitulo segundo de El origen de las especies, constituía un fenómeno análogo a la existencia de variedades en las especies domesticas sobre la que había versado el primer capítulo; y si este último se podía explicar por la mediación de un proceso selectivo, la existencia de variedades en las especies salvajes podía explicarse, conforme el canon de Herschell, por un proceso análogo. Más allá de las intrincadas discusiones sobre el papel que la analogía con la selección artificial efectivamente tuvo en la génesis de las ideas de Darwin (cf. Ruse, 1983, p. 226; Largent, 2009, p. 24 ss), el papel que dicha analogía tiene en el argumento que Darwin finalmente presenta en El origen de las especies es el seguiente: si todas las variedades de palomas domesticas se produjeron, a partir de una primera forma ancestral común (Darwin, 1859, p. 27), por un proceso de selección, algo semejante podría haber ocurrido con las variedades que existen en las especies salvajes (cf. Ruse, 2000, p. 13).

El problema, claro, es que, en el caso de las especies domesticas, el agente de ese proceso selectivo nos es conocido: son los criadores que, discriminando cuáles especimenes serán dejados como reproductoras y cuáles enviados al matadero, van cambiando sus razas y haciéndolas diferenciarse una de otras en función de lo que de ellas se espera o se necesita. En el caso de los animales salvajes, en cambio, la cosa estaba lejos de ser evidente; y es ahí en donde Darwin introduce la idea de lucha por la existencia que se desarrolla en el tercer capítulo del Origen. Augustin-Pyramus de Candolle (1820, p. 384) y Charles Lyell (1832, p. 141) ya se habían referido a ese fenómeno, pero Darwin, tal vez apoyado en la lectura de Malthus (1983 [1798] p. 34), le atribuyó al mismo una intensidad y una importancia mucho mayor que aquella que le habían atribuido esos autores (cf. Limoges, 1976, p. 86). Además, en lugar de verla como un fenómeno que sólo ocurría entre especies diferentes, Darwin (1859, p. 75) la consideró, sobre todo, como una competencia que ocurría entre los individuos de una misma población, y sería esa competencia la que operaría como factor discriminador o seleccionador (cf. Ruse, 2000, p. 10).

La idea es simple: no obstante todas las especies posean un potencial de reproducción tan grande que permitiría un crecimiento indefinido de las poblaciones, estas últimas son normalmente estables; y esto es así porque los recursos necesarios para sostener ese crecimiento son insuficientes. Entre los individuos de cada población debía existir, por lo tanto, una intensa competencia por los recursos disponibles necesarios para garantizar la supervivencia de cada uno de ellos y de su descendencia; y es esa competencia que se llama lucha por la existencia. Ésta, sin embargo, no es todavía la selección natural. Para que de ese fenómeno puramente ecológico que es la lucha por la existencia se pueda derivar ese fenómeno realmente evolutivo que es la selección natural, se deben dar dos pasos más. El primero de ellos, Darwin (1859, p. 78) lo da ya en el tercer capítulo cuando introduce la hipótesis de que el mayor o menor éxito en esa lucha no es ni uniforme ni al azar, sino que depende

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