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Ensayo De Filosofia


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2014  •  2.070 Palabras (9 Páginas)  •  164 Visitas

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“Filosofía y la existencia humana”

1. Introducción

¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál es la razón de ser y la finalidad o propósito de la vida y de la existencia humana? ¿Por qué hay algo, y no más bien nada? ¿Qué es todo esto? ¿Por qué y para qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cuál es nuestra función en la vida? ¿Todo acaba tras la muerte? ¿Es esto todo lo que hay: una vida incierta y breve, salpicada de dolores y alegrías, y más aún de momentos anodinos, en medio de dos oscuridades eternas? ¿Cuál es el sentido o el valor del sufrimiento?¿Existe un objetivo último que pueda dar sentido a nuestras luchas y dolores, y dirección a nuestros anhelos y a nuestra acción? La búsqueda de sentido quizá haya sido la indagación más apasionada del género humano, una búsqueda que ha constituido el aliento de incontables religiones y filosofías. Estas últimas, en todas las épocas y culturas, han buscado dar respuesta a preguntas como las anteriormente formuladas o al menos indagar en si es posible alcanzar tales respuestas, es decir, en si se trata de preguntas con sentido o sólo modos de hablar sin referente real.

Esas preguntas, como la propia filosofía, conciernen a todo ser humano en cuanto tal, aunque sólo unos pocos procedan a una elaboración de las mismas consciente y rigurosa. Dicho de otro modo: no es posible eludir dichas preguntas como no es posible escapar a la filosofía. No se ha preguntado por el sentido de la vida únicamente allí donde la instalación a problemática y acrítica del individuo en un determinado contexto socio-cultural con asunciones filosóficas y/o religiosas muy nítidas y unívocas, le ha proporcionado respuestas vicarias que han aplacado su propia indagación. Durante muchos siglos la pregunta por el sentido de la vida encontró respuesta, dentro de nuestro marco cultural, en la existencia de un Creador del Cosmos, fundamento de todo lo existente, cuyo plan redentor rige la historia global e individual, garantizando la pervivencia tras la muerte y dotando de un significado particular a la vida presente, en especial, a sus aspectos más insatisfactorios o dolorosos. En efecto, para la visión del mundo cristiana, que dominó Europa desde el siglo IV hasta el siglo XVII, la existencia en su conjunto se hallaba bajo la providencia de un dios personal; la vida en su totalidad y la vida de cada cual estaban sujetas a la economía y al gobierno divinos, a su voluntad inescrutable pero benéfica, y tenían, por tanto, un sentido y un propósito inequívocos. Buena parte de la filosofía de esos siglos, en su condición de sierva de la teología, sostuvo y buscó justificar racionalmente dicha visión del mundo ala que remitía en su pregunta por el sentido de la existencia humana. Esta visión, mayoritariamente asumida en Occidente durante siglos, comenzó a quebrarse coincidiendo con la consolidación y el triunfo de la ciencia moderna. Esta última no negaba necesariamente la existencia de Dios, como muestra el auge del Deísmo entre muchos filósofos y científicos de la Ilustración, para quienes el orden del mundo revelado por la Nueva Ciencia evidenciaba al Eterno Geómetra2. Para el deísta, Dios es el creador del universo, pero no interfiere arbitrariamente en los detalles de su obra, en la vida de los humanos ni en las leyes del universo, a través de las cuales se revela. Aún está implícita en esta cosmovisión la confianza en el orden del mundo, en la bondad de su origen o fundamento, y en la razón humana, que es capaz de desentrañar dicho orden. Pero el paso siguiente ya estaba servido: si hay un orden inteligente implícito en la naturaleza, ¿por qué recurrir a Dios? ¿No cabe explicar el mundo sin la necesidad de una hipótesis divina? El mismo orden del mundo que a los ojos del deísta evidenciaba la existencia de Dios, para muchos revelaba un mundo autosuficiente que abocaba a la negación del principio divino. De aquí que el deísmo conviviera con una teísmo creciente que alcanzaría un auge significativo en el siglo XIX.

La crítica a la cosmovisión cristiana —y, por tanto, a las premisas asumidas durante siglos en Occidente sobre el sentido de la vida— ha tenido, desde el siglo XVII hasta el presente, diversos frentes e hitos en el ámbito de la filosofía. Enumeramos algunos de ellos: la crítica empirista a la posibilidad de conocimiento de Dios; la crítica ilustrada a la religión revelada en Occidente; los positivismos, alentados por el desarrollo de la ciencia natural, y los materialismos anti metafísicos y anti teológicos; el utilitarismo y su intento de fundar una moral ajena a la sustentada en las fuentes reveladas; las actitudes nihilistas y su negación de todo aquello que predique una finalidad superior y objetiva impuesta a la vida desde más allá de ella; el marxismo; los existencialismos ateos, para los que el ser humano no es nada más que lo que éste hace de sí mismo; el positivismo lógico y la filosofía analítica y su afirmación de que toda pregunta de naturaleza trans-empírica, como la pregunta por el sentido de la vida, pertenece a la larga lista de preguntas metafísicas mal planteadas que han estructurado la historia de la filosofía; los naturalismos cientificistas, que sostienen que la explicación científica del cosmos (como la teoría de la selección natural y similares) ha hecho superfluas y revelado falaces la “hipótesis” de Dios y de un diseño inteligente del universo y para los que el ser humano es, por tanto, un efecto accidental y aleatorio, no sujeto a previsión, plan, intención o propósito3. Mencionaremos, por último, la sensibilidad postmoderna en la que estamos insertos, su desconfianza en los meta-relatos y su negación paralela de las cosmovisiones globales totalizan tés supuestamente portadoras de sentido, una sensibilidad que ha llegado a negar uno de los supuestos básicos de la modernidad –ejemplificado paradigmáticamente en la física clásica, tan distinta a la física contra intuitiva del siglo XX—: hay un orden intrínseco al cosmos y la razón humana puede desvelarlo. A la luz de la sensibilidad filosófica contemporánea predominante, algunos de cuyos antecedentes hemos descrito, muchas de las preguntas que formulábamos al inicio adquieren un inusitado nuevo aspecto: de ser las preguntas básicas e ineludibles

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