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Insatisfaccion

anacrist1 de Abril de 2014

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Evolución del concepto de enfermedad mental

1) Como castigo divino (concepción mágico religiosa);

2) Como posesión diabólica (época de la Inquisición);

3) Como enfermedad médica (Waldeyer, Vives, etcétera);

4) Como alteración de la estructura cerebral (Griensinger, Wernicke, Kleist, etcétera);

5) Como transmisión hereditaria en familias "degeneradas" (Morel, Magnan);

6) Como resultado de conflictos psíquicos (psicoanálisis);

7) Como reacción de inadaptación social (Adolf Meyer);

8) Como trastorno de la comunicación familiar (Bateson, sistémicos);

9) Como refugio ante la presión social (Laing, Cooper);

10) Como trastorno en el procesamiento de la información (cognitivos);

11) Como alteración de la bioquímica cerebral (aminas, etcétera);

12) Como alteración de las estructuras cerebrales (los trabajos con TAC, RNM, PET);

13) Como manifestación de una alteración genética.

Este rápido e incompleto esquema permite visualizar la evolución en espiral de las ideas que trataron de explicar el fenómeno de las enfermedades mentales: cada etapa realiza su aporte, y al agotar sus respuestas, deja paso a la siguiente etapa, y así sucesivamente.

A pesar de los distintos puntos de vista con que se elaboraron los variados conceptos sobre estos temas, no se ha conseguido la unidad de criterio necesaria para tener principios operativos de utilidad para la práctica psiquiátrica cotidiana.

Éste es uno de los casos en el cual lo pragmático supera ampliamente a lo teórico. El común de la gente puede determinar con relativa facilidad cuándo alguien es anormal (cuando esta anormalidad es moderada o grave). Así, también la práctica hospitalaria con alienados, al cabo de un tiempo, crea en el terapeuta "el olfato", la intuición, que le permite detectar cuándo un examinado es, por ejemplo, un psicótico, sin que pueda explicar exactamente qué lo ha llevado a diferenciarlo. Desde luego, esto que mencionamos va más allá del análisis semiológico corriente.

Existe una captación global de lo normal y de lo enfermo, que uno va incorporando a través de toda su vida como inserción y aprendizaje implícito en el medio cultural. Es una experiencia común para cualquier docente primario, y aun de jardín de infantes, cómo los chicos que padecen anormalidad (física o intelectual) son marginados y objeto de burla por el resto de los niños; a veces mucho antes que el maestro, e inclusive los padres, se den cuenta de esta anormalidad. Esto da pie a la sugestiva idea de que podría existir para la normalidad una memoria de especie y otra derivada de los modelos aprendidos.

Esta segregación natural de los anormales y enfermos ha creado el concepto de la enfermedad como un disvalor social o, como dice Jaspers es un juicio de valor: "enfermo implica desde cualquier punto de vista, nocivo, indeseado, inferior".

Otro obstáculo para llegar a una generalización que concite el acuerdo universal radica en la particularidad del ser humano, que por un lado incorpora patrones de conducta comunes a su cultura y a su tiempo, pero por otro posee un grado de libertad que le permite su sello personal, de tal manera que no existen dos individuos iguales. Esto hace que la valoración sobre la normalidad y la anormalidad sólo pueda realizarse en forma parcial.

De acuerdo con esto, hay una doble vía de valoración para establecer la normalidad: por un lado, si la persona responde a determinados patrones comunes, y por otro, la evaluación de las características específicas del individuo y sus circunstancias. Las propias vivencias del terapeuta, lo quiera

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