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Investigacion Documenltal

edgarujat5 de Febrero de 2015

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PRIMERA PARTE

Introducción

Quizá no esté de más informar al lector que las Reflexiones que siguen tuvieron su origen en una correspondencia mantenida por el autor con un muy joven caballero de París el cual le hizo el honor de solicitar su opinión acerca de los importantes acontecimientos que entonces, y a partir de entonces, han ocupado en tan gran medida la atención de todos los hombres. Una primera respuesta a su solicitud fue escrita durante el mes de octubre de 1789, pero, debido a consideraciones de prudencia, el autor decidió guardarla. A esa carta se alude al comienzo de las páginas siguientes. Ya ha sido remitida a su destinatario. Las razones de este retraso en cursarla han sido expuestas en una breve nota que también le fue enviada al mismo caballero. Esto dio lugar a una nueva solicitud por su parte, instando al autor a seguir expresando sus sentimientos.

El autor inició, pues, un segundo y más completo comentario sobre el mismo asunto. Había tenido la idea de publicarlo al comienzo de la primavera pasada, pero al ir entrando en el tema, se dio cuenta de que había emprendido una tarea que no sólo excedía las dimensiones de una carta, sino que su importancia requería una consideración más detallada de la que en aquel momento tenía tiempo de concederle. Sin embargo, como sus primeros pensamientos sobre la cuestión habían sido expresados en forma de epístola, cuando se sentó de nuevo a escribir, al haberlo hecho antes en forma de carta privada, le resultó difícil cambiar el modo de hacerlo, ahora que sus sentimientos se habían multiplicado en gran medida y habían tomado otra dirección. El autor es consciente de que quizá un plan diferente hubiera sido más favorable a una conveniente división y organización de la materia.

1. Los amigos ingleses de la Revolución en Francia.

Estimado señor:

Se ha complacido usted en solicitar de nuevo, y con alguna urgencia, mis pensamientos acerca de los últimos acontecimientos que han tenido lugar en Francia. No le daré razones para imaginar que yo pienso que mis sentimientos son de tanto valor como para hacerme desear que se me pregunte acerca de ellos. Son pensamientos de demasiada poca importancia para ser comunicados o para ser silenciados. Fue la atención hacia usted, y sólo hacia usted, lo que me hizo vacilar cuando por primera vez expresó usted el deseo de recibirlos. En la primera carta tuve el honor de escribirle a usted; lo que escribí no fue para ningún otro tipo de hombres, ni tampoco fue inspirado por hombre alguno. Tampoco lo será en esta ocasión. Mis errores, si los hay, serán errores míos. Sólo mi reputación habrá de responder por ellos.

Verá usted, señor, por la larga carta que le mando, que aunque deseo con todas mis fuerzas que Francia sea animada por un espíritu de libertad racional, y aunque pienso que ustedes, sirviéndose de una política honesta, constituirán un sistema permanente en el que pueda residir ese espíritu y un organismo eficaz mediante el que pueda ponerse en práctica, albergo, por desgracia, grandes dudas acerca de varios puntos concretos contenidos en los últimos acontecimientos de su país.

Imaginaba usted, cuando me escribió la última vez, que quizá pudiera yo ser contado entre quienes dan su aprobación a algunas cosas que están pasando en Francia, por la solemne aprobación que tales acontecimientos han recibido de dos asociaciones de caballeros londinenses, llamadas la Sociedad Constitucional y la Sociedad Revolucionaria.

Ciertamente, tengo el honor de pertenecer a más de un club en el que la Constitución de este Reino y los principios de la gloriosa Revolución son altamente reverenciados; y me cuento entre los más dedicados en lo que se refiere a mi celo por mantener esa Constitución y esos principios en su máxima pureza y vigor. Es precisamente por esto por lo que estimo necesario que no haya errores. Quienes respetan la memoria de nuestra Revolución y son afectos a la Constitución de este Reino, cuidarán mucho el modo de asociarse con personas que, bajo pretexto de un celo en favor de la Revolución y de la Constitución, se desvían con demasiada frecuencia de los verdaderos principios de las mismas, y en toda ocasión están dispuestos a apartarse del firme, pero cauteloso y deliberado espíritu que produjo la primera y que preside la segunda. Antes de pasar a responder a las cuestiones más notables de su carta, le ruego me permita ofrecerle la información que he sido capaz de obtener acerca de los dos clubs que han estimado oportuno intervenir corporativamente en los asuntos de Francia, no sin asegurarle primero que ni pertenezco, ni he pertenecido nunca a ninguna de esas dos sociedades.

La primera, que se da a sí misma el nombre de Sociedad Constitucional o Sociedad de Información Constitucional, o un título parecido, creo que lleva existiendo siete u ocho años. La misión constitutiva de esta sociedad parece ser de una naturaleza caritativa y, hasta el momento, loable. Fue establecida con el propósito de procurar la circulación, a cargo de sus socios, de muchos libros que muy pocos individuos harían el gasto de comprarlos y que de otro modo se quedarían en manos de los libreros, con gran pérdida para un útil número de hombres. Que esos libros, tan caritativamente puestos en circulación, fueran o no fueran leídos con un espíritu igualmente caritativo, es algo que está más allá de lo que sé. Posiblemente varios de ellos fueron exportados a Francia y, como otros productos que no están aquí en demanda, quizá encontraran allí un mercado con ustedes. He oído hablar mucho de las luces que se sacan de los libros que se envían desde aquí. Qué mejoras han experimentado esos libros al pasar de un país a otro (como se dice que mejoran algunos licores al cruzar el mar), yo no lo podría decir; pero nunca he oído a ningún hombre de normal capacidad de juicio o de un mínimo grado de información, pronunciar una palabra elogiando la mayor parte de las publicaciones puestas en circulación por dicha Sociedad, ni han sido las consecuencias de dichas publicaciones consideradas de gran importancia, excepto por algunos de sus miembros.

La Asamblea Nacional de ustedes parece tener la misma opinión que yo acerca de este pobre club de caridad. Como nación, ustedes han reservado todos sus elocuentes reconocimientos para la Sociedad de la Revolución, a pesar de que sus colegas de la Sociedad Constitucional tenían, en justicia, derecho a compartirlos en cierta medida. Como ustedes han seleccionado a la Sociedad Revolucionaria como la gran depositaria de sus agradecimientos y alabanzas, espero que me excusen si hago del reciente comportamiento de la misma el objeto de mis observaciones. La Asamblea Nacional de Francia ha dado importancia a estos caballeros por el hecho de haberlos adoptado; y ellos devuelven el favor actuando como un comité en Inglaterra para la diseminación de los principios de la Asamblea Nacional. De ahora en adelante hemos de considerarlos como una suerte de personas privilegiadas, como miembros nada despreciables del cuerpo diplomático. Ésta es una de esas revoluciones que han dado esplendor a la mediocridad, y distinción al mérito insignificante. No recuerdo haber oído de este club hasta hace muy poco. Puedo afirmar con toda seguridad que jamás ocupó mis pensamientos ni por un instante, ni los de ninguna otra persona ajena a la asociación misma. `Tengo entendido; después de haber investigado el asunto, que en el aniversario de la Revolución de 1688', los socios de un club de disidentes (no sé de qué denominación religiosa) han tenido desde hace mucho tiempo la costumbre de escuchar un sermón en una de sus iglesias, para después pasar el resto del día alegremente, como hacen otros clubs, en la taberna. Pero no he oído nunca que una medida pública o sistema político, ni, mucho menos, que los méritos de la Constitución de una nación extranjera hayan sido objeto de un homenaje especial en sus festivales, hasta que, para mi indecible sorpresa, me encontré con un homenaje público así, expresado mediante un mensaje de felicitación en el que se daba autorizada sanción a las actuaciones de la Asamblea Nacional Francesa.

En los antiguos principios y en el funcionamiento del club, al menos en la forma en que han sido públicamente declarados, no veo nada a lo que oponerme. Considero muy probable que por algún motivo hayan entrado en él nuevos miembros, y que algunos políticos verdaderamente cristianos, los cuales se complacen en dispensar beneficios pero se cuidan mucho de esconder la mano que distribuye la limosna, hayan hecho de ellos los instrumentos de sus píos designios. Mas cualesquiera que sean mis razones para sospechar acerca de cuestiones de administración interna, no hablaré aquí corno de cosa cierta excepto de lo que es público.

Para empezar, sentiría que se pensase que directa o indirectamente tengo yo algo que ver con sus actuaciones. Ciertamente, asumo mi parte completa, junto con el resto del mundo, en la individual y privada capacidad de especular acerca de lo que ha tenido o está teniendo lugar en la escena pública de cualquier lugar de la Antigüedad o de la época moderna, ya sea la república de Roma o la república de París. Pero al no tener una general misión apostólica, al ser ciudadano de un Estado particular, y al estar limitado en grado considerable por su voluntad pública, me parecería, cuando menos, impropio e irregular el que yo iniciase una formal correspondencia pública con el Gobierno actual de una nación extranjera, sin la autoridad expresa del Gobierno bajo el que vivo.

Aún más reacio me sentiría a mantener

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