LEER Y ESCRIBIR EN UN MUNDO CAMBIANTE

LEER Y ESCRIBIR EN UN MUNDO CAMBIANTE

Hace varios siglos escribir y leer eran actividades profesionales. Quienes se dedicaban a ellas aprendían un oficio y a este oficio se dedicaban el resto de sus vidas. En esa época no había fracaso escolar. Quienes se dedicaban a ese oficio debían someterse a un riguroso entrenamiento, algunos fracasaban, pero el concepto de fracaso escolar no existía.

Todos los problemas de la alfabetización comenzaron cuando se decidió que escribir no era una profesión sino una obligación y que leer no era marca de sabiduría sino de ciudadanía.

Los lectores se multiplicaron, los textos se diversificaron, surgieron nuevos modos de leer y de escribir. Los verbos “leer y escribir” habían dejado de tener una definición inmutable, no designaban actividades homogéneas. En cada época se da nuevo sentido a esos verbos.

La democratización de la lectura se vio acompañada de una incapacidad radical para hacerla efectiva, se crea una escuela pública obligatoria precisamente para dar acceso a los innegables bienes del saber contenido en las bibliotecas, para formar ciudadanos conscientes de sus derechos y obligaciones.

Desde sus orígenes, la enseñanza de estos saberes se planteó como la adquisición de una técnica del trazado de letras y por otro lado la técnica de la correcta oralización del texto. Sólo después de haber dominado la técnica surgirían como por arte de magia la lectura expresiva y la escritura eficaz. Sólo que ese paso mágico entre la técnica y el arte fue franqueado por pocos, en aquellos lugares donde más falta hace la escuela, precisamente por ausencia de una tradición histórica de “cultura letrada”. Surge entonces el concepto de “fracaso escolar”. Esos alumnos que fracasaban son designados, según las épocas y costumbres, como “débiles de espíritu, inmaduros o disléxicos”.

Hoy en día no se sabe como clasificar a los países, si “desarrollados” o “subdesarrollados”, o “países en vía de desarrollo”, total, no sabemos cómo clasificarlos, pero si sabemos qué es la pobreza. Sabemos que un alto porcentaje de la población mundial tiene todos los indicadores de dificultad para la alfabetización: pobreza endógena, hereditaria, baja esperanza de vida, malnutrición, etc.

Los países pobres no han superado el analfabetismo, la otra parte han descubierto el “iletrismo”. El iletrismo es el nombre de una realidad muy simple: la escolaridad básica universal no asegura la práctica cotidiana de la lectura, ni el gusto por leer, ni el placer por la lectura. Quiere decir, hay países que tienen analfabetos, porque no tienen un mínimo de escolaridad básica en sus habitantes, y países que tienen iletrados, que tienen un mínimo de escolaridad básica pero no han producido lectores plenos.

Esta claro que estar “alfabetizado” para seguir el circulo escolar no garantiza estar alfabetizado para la vida ciudadana. Pero eso es reconocer que la alfabetización escolar y la alfabetización necesaria para la vida ciudadana, el trabajo progresivamente automatizado y el uso del tiempo libre son cosas independientes, y es grave, porque si la escuela no alfabetiza para la vida y el trabajo, ¿quién lo hace?

El mundo laboral esta cada vez más informatizado y la escuela está cada vez más empobrecida, desactualizada y con maestros mal capacitados y mal pagados. Y peor aún, tenemos un sistema de gobierno basado en la democracia, en el cual se requieren individuos alfabetizados. La democracia plena es imposible sin niveles de alfabetización por encima del mínimo del deletreo y firma. No es posible seguir apostando a este tipo de gobierno sin hacer esfuerzos necesarios para aumentar el número de lectores.

En las primeras décadas del siglo XX era suficiente solo “entender instrucciones simples y saber firmar”. Hoy en día los requisitos sociales y laborales son mas exigentes. Los navegantes de internet son barcos a la deriva si no saben tomar decisiones rápidas y seleccionar información.

Y la escuela de los países periféricos, que aún no aprenden a alfabetizar para el periódico y las bibliotecas, deben enfrentar ahora el desafío de usar internet en las aulas, no por decisión propia sino por decisiones gubernamentales.

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