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Muerte debería ser el nombre que damos a la condición bajo la cual se considera apropiado iniciar una serie de comportamientos


Enviado por   •  29 de Mayo de 2016  •  Monografías  •  1.973 Palabras (8 Páginas)  •  97 Visitas

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Muerte debería ser el nombre que damos a la condición bajo la cual se considera apropiado iniciar una serie de comportamientos, que se inician normalmente cuando decimos que alguien está muerto. La "muerte" es simplemente el nombre que damos a la condición en que estos comportamientos son considerados apropiados (51). En la reflexión de Veatch se evidencia una especie de voluntarismo, al proponer la existencia de una cláusula de conciencia que le permita a los individuos escoger su propia definición de muerte, basada en sus convicciones filosóficas y religiosas. En esta perspectiva también se atribuye la especificidad de lo humano a las funciones cerebrales superiores. Yo, como muchos en nuestra sociedad, pertenezco a la tradición judeo-cristiana. Como tal sostengo dos cosas. Primero, sostengo que el humano es un animal fundamentalmente social, un miembro de una comunidad humana capaz de interactuar con otros seres humanos. Segundo, sostengo que soy en esencia la unidad de alma y cuerpo, para usar un lenguaje más moderno, de mente y cuerpo. Si cualquiera de los dos se destruye irrecuperablemente, de manera que los dos quedan irrecuperablemente disociados, entonces yo -esa entidad integrada- ya no existo. Lo que es crítico es la capacidad encarnada de conciencia o de interacción social. Cuando esta capacidad encarnada ha desaparecido, yo he desaparecido (51). El criterio de conciencia como el elemento que distingue la muerte del cerebro es problemático. La conciencia no es el elemento que se requiere para la vida en otras especies. 3. Muerte en sentido sociológico. La persona, en sentido legal, pierde por la muerte el derecho de ser miembro de la comunidad humana cultural específica (5). Esta es otra de las interpretaciones elocuentes desde el punto de vista argumentativo, pero no han logrado ser asumidas a gran escala en el ámbito médico, ni juridico o filosófico legal. COMPRENSIONES Y OBJECIONES FILOSÓFICAS La identificación de la muerte de la persona con la muerte del cerebro Es un hecho que las discusiones en torno a la muerte no se limitan al campo de la clínica. Hoy menos que nunca la clínica es un campo aislado de los condicionamientos impuestos por la sociedad. Jonas, el filósofo judío autor de la célebre obra, con resonancia histórica para la bioética, El principio de responsabilidad, hace mención de la necesidad de evitar anticipar la muerte para acceder a órganos, y que se evite el encarnizamiento terapéutico. Ejercer presión sobre un campo naturalmente impreciso no es aceptable, ni aun en el caso de necesidad de órganos (16,17). El profesor Seifert señala que la definición misma de muerte cerebral es ambigua y confusa, sin aducir fundamentos filosóficos acerca de la vida ni de la muerte. Persiste en el concepto una especie de dualismo entre la vida biológica y la vida personal. En el campo teológico y antropológico, la circunstancia de la muerte cerebral se constituye en terreno de difícil análisis, pues ha renovado el debate acerca del dualismo cuerpo-alma, en ocasiones con serias interpretaciones, que no dejan de incurrir en nuevas dificultades, como el hecho de atribuir a las funciones cerebrales superiores el estatuto de identidad de lo humano, y con este hecho, poniendo en peligro el estatuto del embrión y del anencefálico. De modo casi generalizado, los teólogos católicos han asumido el criterio de la muerte cerebral total con todas sus ambigüedades. Es un hecho que la Iglesia católica ha estado comprometida con la problemática en torno a la muerte cerebral desde 1959. Entonces, Pío XII declaraba la responsabilidad del médico frente a tales problemas de la siguiente manera: Corresponde al médico dar una definición clara de la muerte y del momento de la muerte de un paciente que agoniza en un estado de inconsciencia. Por eso se puede retomar el concepto usual de la separación completa y definitiva del alma y del cuerpo; pero, en la práctica, habrá que tener en cuenta la imprecisión de los términos"cuerpo" y "separación" (30). Desde esa época, la problemática ha sido abordada con dos objetivos: de un lado, pretender salvaguardar al hombre del encarnizamiento terapéutico, y del otro, evitar la muerte provocada. En medio de este estrecho filo con la discusión antropológico-teológica que versa sobre el alma y el cuerpo, así como el significado de la muerte en este contexto, han sido los pronunciamientos que sobre el tema se ha pretendido formular, no sin reconocidas diHcultades. El propio Juan Pablo II asumió, durante una época, el problema por sí mismo, y reflexionó sobre el tema de la siguiente manera: ¿En qué momento tiene lugar eso que nosotros llamamos la muerte? Este es el punto crucial del problema... La muerte puede significar la descomposición, la disolución, una ruptura. Esta se produce cuando el principio espiritual que constituye la unidad del individuo no puede ya ejercer sus funciones sobre el organismo y en él, cuyos elementos, al ser abandonados, se disocian por sí mismos (25). La Iglesia católica ha delegado en gran medida la problemática antropológica y teológica a la Pontificia Academia de Ciencias, presidida durante años por Elio Sgreccia, reconocido teólogo moralista. La Academia delegó un Comité para la Definición de la Muerte, que reunido en 1989 afirmó: Una persona está muerta cuando ha sufrido una pérdida total e irreversible de la capacidad para integrar y coordinar todas las funciones del cuerpo -físicas y mentales- en una unidad funcional(6). Esta definición enfatiza que la capacidad para coordinar las funciones físicas y mentales tiene que haberse perdido en todo sentido, y que este estado sea irreversible. Así, una persona puede estar muerta aunque ciertas funciones todavía permanezcan, como el metabolismo y la circulación en órganos y tejidos individuales. Estas circunstancias, de todas maneras, no son de interés, si toda la capacidad para coordinar las funciones mentales y corporales se ha perdido. Esta permanencia de las funciones en tejidos y órganos puede ser vista como signo de que el proceso de vida, que termina en una destrucción completa de las células, no ha llegado aún a su punto final. Es indudable que la posición de este equipo parte de una noción de integración, que tiene serias dificultades de sostenimiento en el plano biológico. Se considera que el cuerpo une e integra las actividades flsicas y mentales,que parecieran estar en dicotomía irreconciliable. En esta comprensión no hay una aproximación al fenómeno mental, como resultado de una actividad biológica y directamente condicionado por esta. En síntesis, el criterio de la comisión (que no debe ser asumido como dogma de fe) otorga al cerebro una condición privilegiada sobre el estado de muerte, y hace de tal enfoque un serio tropiezo para afrontar las dificultades antropológicas de cara al embrión, los deficientes mentales y demás sujetos con trastornos de las funciones cerebrales "superiores". El Grupo de Trabajo de la Pontificia Academia de las Ciencias habla de pérdida irreversible y total de la capacidad de integrar y coordinar las funciones físicas y mentales del cuerpo. No se trata, por lo tanto, de la pérdida de la conciencia tal como sucede en el coma profundo (que no comporta necesariamente la previsión de irreversibilidad), ni de la cesación de la actividad eléctrica del cerebro (electroencefalograma plano),porque tal señal se refiere solo a la actividad de "la parte externa", cortical, del encéfalo. Es necesaria la inactividad o muerte de los centros internos, más profundos, del encéfalo; es decir, de aquellos centros que son responsables de la unificación de las funciones orgánicas. Este criterio es del todo compatible con la posición de la President's Commission, mencionada en función de la whole brain death, que se opone manifiestamente al criterio de la muerte cerebral alta de la siguiente manera: No es suficiente la pérdida de las funciones de relación por el compromiso de la corteza cerebral, aunque fuera de modo irreversible, sino que es necesario que estén muertos los núcleos más profundos del encéfalo que unifican las funciones vitales. No se puede introducir la distinción entre "vida biológica" y "vida personal" (vida de conciencia y relación): en el hombre hay una vitalidad única, y mientras que haya vida hay que retener que se trata de vida de la persona. Es por esto que los especialistas afirman, según cuanto prescribe la ley, que también las funciones vitales dependientes de los centros internos del encéfalo hayan cesado, para ejecutar el trasplante y accionar la respiración forzada para mantener el latido del corazón y la irrigación del órgano. Tal respiración forzada es activada después que se ha certificado que la espontánea es irrecuperable, por el compromiso irreversible de los centros nerviosos internos del encéfalo, del cllal dependen (39). Cumpliendo el cerebro funciones intelectuales, emociones y regulación parcial de los procesos de homeostasis sistémica, se le atribuye, como en el reporte Harvard, un privilegio sobre las funciones cerebrales"superiores", que puede ser discutido de cara al concepto de "muerte cerebral". La conclusión de la Pontificia Academia de las Ciencias (que, hay necesidad de aclararlo, no es órgano del Magisterio Pontificio, ni compromete a este con sus conclusiones) fue la siguiente: Una persona está muerta cuando ha sufrido una pérdida irreversible de toda capacidad de integrar y de coordinar las funciones físicas y mentales del cuerpo. La muerte sobreviene cuando: a) lasfunciones espontáneas cardíacas y respiratorias cesaron definitivamente; b) se verificó una cesación irreversible de toda función cerebral. Del debate ha surgido que la muerte cerebral es el verdadero criterio de la muerte, ya que la detención definitiva de las funciones cardiorrespiratorias conduce muy rápidamente a la muerte cerebral. El grupo ha analiz.ado, por lo tanto, los diversos métodos clínicos e instrumentales que permiten constatar tal detención irreversible de las funciones cerebrales. Para tener la certeza -electroencefalograma de por medio- de que el cerebro se ha vuelto plano, es decir, que no presenta actividad eléctrica alguna, es necesario que el examen sea efectuado al menos dos veces, con una diferencia de tiempo de seis horas (7). La gran mayoría acepta el criterio neurológico, es decir, la muerte del encéfalo entero (incluidos los centros profundos que comandan las funciones vegetativas), como definición de la muerte de la persona, y también el conjunto de los signos, que prácticamente está en todas las legislaciones que siguen el criterio de la muerte encefálica. Podemos señalar, entre otros, al grupo de científicos reunidos por la Pontificia Academia de las Ciencias en 1985 y 1989; entre los moralistas se cuentan: Monseñor Elio Sgreccia, Lino Ciccone, G. Perico, D. Tettamanzi. El problema en los países asiáticos La discusión cultural en tomo al problema de la "muerte cerebral" ha trascendido las fronteras de la clínica, para ponerse en el campo de la sociedad, que informada y beligerante también interpela sobre el tema, Los criterios orientales no encuentran razonable el privilegio del cerebro como órgano identificable con la esencia de la persona. Aunque se afirme lo que se quiera, si el corazón del paciente palpita, esto significa que está vivo. Japón ha sostenido un debate nacional sobre la naturaleza de la muerte desde hace cerca de 20 años, y considerando la dificultad del problema de cara a los trasplantes, la ley nipona ha decidido que los ciudadanos escojan libremente el concepto de muerte que deseen aplicar a sus familiares. Debido al choque intercultural que sufre Japón como nación oriental plenamente "occidentalizada", la proporción de duda es mucho mayor, de modo que el establecimiento del consenso se hace más difícil. Sus primeros trasplantes fueron hechos en 1968, escasos meses después del trasplante de Bamard en Suráfrica. Pero en realidad, el tema del trasplante de órganos en Japón ha sido considerado por occidente como un "motivo de tabú" por cerca de quince años. Una vez más se evidencia que el choque entre culturas mediado por la técnica no solo es un fenómeno evidente, sino en el que se encuentran rasgos en los que se presume que la posición del otro es equivocada.(8) Otro tanto se puede afirmar de los demás países asiáticos, como Tailandia y China, para los q

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