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Principios socioeconómicos y políticos de la Agroecología


Enviado por   •  28 de Febrero de 2020  •  Documentos de Investigación  •  2.214 Palabras (9 Páginas)  •  139 Visitas

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Crisis del sistema alimentario actual

Principios socioeconómicos y políticos de la Agroecología.

Máster en Agricultura y Ganadería Ecológica. Universidad Pablo de Olavide. Enero 2020

Hambre, malnutrición y obesidad

El relator especial sobre el Derecho a la Alimentación de las Naciones Unidas, Jean Ziegler aseguraba que en la actualidad somos capaces de producir alimentos para unos 12000 millones de personas, cuando el planeta tiene en estos momentos alrededor de 7800 millones. Sin embargo, una de cada ocho personas, sobre unos 800 millones, pasa hambre en el mundo. Frente a estos datos, nos encontramos unas tasas de malnutrición y sobrepeso que se encuentran por encima de los 1400 millones (FAO, 2013), siendo incluso superiores a las de hambre. Esta situación refleja uno de los grandes problemas del sistema agroalimentario mundial: el acceso y la distribución equitativa de los alimentos. El problema no es la falta de producción, es el mal reparto, desequilibrio y desigualdades que se dan en la distribución de esos alimentos. Las personas que tienen menos recursos económicos son precisamente las que peor comen y se nutren, empujadas en parte por grandes multinacionales a adquirir productos muy baratos y de muy poca calidad nutritiva, siendo estas cadenas las principales culpables del desarrollo de un modelo de alimentación de fast food.

Podemos afirmar que muchas de las causas principales de que exista hambre en el mundo son causas políticas y económicas, ya que a preguntas tales como quién controla la explotación de recursos naturales (sea agua, semillas, tierras) necesarios para la producción de alimentos o quiénes son los más beneficiados con las diferentes legislaciones aplicadas y políticas agrarias en cada estado, las respuestas suelen coincidir en una serie muy limitada de actores económicos.

La Revolución Verde disparo el uso de fertilizantes y pesticidas químicos, dejando a un lado el uso de técnicas y manejos agrícolas más tradicionales. Puede que la intención inicial fuera buena buscando erradicar el hambre en el mundo, pero el uso intensivo de insumos químicos y mecanización extrema ha supuesto una presión hacia la explotación de recursos naturales que ha llevado a la degradación de tierras, aumento de la resistencia a plagas y enfermedades, aumento enorme de emisión de gases de efecto invernadero, explotación y contaminación de aguas subterráneas, abandono de

tierras de secano o sustitución por regadíos, los cuales son mucho más exigentes en recursos y energía.

Todas esta explotación de recursos naturales muestra que realmente en el precio del producto que adquirimos no se reflejan todos los costes que esto supone, es precisamente estos costes medioambientales los que nunca se cuestionaban, ya que eran costes ocultos para consumidores o productores, que nadie asumía, pero que al final lo acabamos pagando todos.

Despilfarro de alimentos

Esta mercantilización de los alimentos ha dado lugar a la macabra paradoja de que, mientras existen millones de personas que no tienen acceso a una comida decente, se desperdicia un tercio de los alimentos producidas en el planeta (MAPA, 2017). Este despilfarro se produce en toda la cadena productiva: desde aquellos alimentos que no se cosechan porque los precios caen por debajo de los costes de producción, pasando por los que no son admitidos en los mercados mayoristas por no cumplir unas estrictas y absurdas condiciones estéticas, marcadas principalmente por el siguiente eslabón de esta cadena, la gran distribución. Es aquí, en supermercados e hipermercados, donde por tal de mantener las estanterías siempre abarrotadas de productos se abastecen de más, con el consiguiente despilfarro por vencimiento de fechas de caducidad o deterioros.

Globalización y dieta occidentalizada

La homogenización del sistema agroalimentario ha provocado que la alimentación actual dependa de unas pocas variedades de cultivos, disminuyendo en hasta un 75% la biodiversidad agrícola, quedando reducida a que solo 15 variedades de cultivos y 8 de animales representen un 90% de nuestra alimentación (FAO, 2010). La globalización de la industria alimentaria ha supuesto, entre otras consecuencias y como en otros ámbitos económicos, la deslocalización de la producción hacia países del Sur en los que las condiciones laborales, legislativas y sanitarias son muy precarias, con el fin último de maximizar los beneficios de grandes grupos empresariales, o subvencionando en los países del Norte a estas mismas grandes empresas para que puedan vender sus productos en otros lugares a precios por debajo de coste, haciendo competencia desleal al campesinado autóctono.

El consumo de carne y derivados está aumentando de forma muy alarmante en países con economías emergentes, como por ejemplo China, Brasil o India. Esto es en parte consecuencia de esta globalización, además de por el aumento de población en

estos países, el abandono de zonas rurales para instalarse en ciudades, el aumento de las "clases medias" o la imitación del estilo de vida occidental, donde el consumo de carne se asociaba con progreso y mayor estatus social. Este aumento del consumo y producción de carne procedente de ganadería industrial e intensiva tiene efectos muy adversos, siendo responsable de casi un 15% de la emisión de GEI, contribuyendo al desarrollo de resistencias a antibióticos, monopolizando el uso de tierra cultivable para producir el alimento necesario en forma de piensos y pastos, contaminado acuíferos cercanos a estas explotaciones o favoreciendo sistemas de producción de grandes capitales (Greenpeace, 2018).

Precios en constante crecimiento y especulación.

Hoy en día, los alimentos han dejado de tener la función principal a la cual se supone que están destinados, que es la de alimentar. Se han convertido en una mera mercancía más con la que comerciar. Actualmente, el precio de los alimentos se establecen en las bolsas de valores y la gran mayoría de operaciones de compraventa de alimentos y materias primas se determinan en los mercados de futuros. En este juego especulativo participan los mismos actores que provocaron la última gran crisis económica, tales como bancos, fondos de inversión de alto riesgo o grandes compañías transnacionales. La globalización y los mercados internacionales han provocado que, en la gran mayoría de las ocasiones, todas las fases de la cadena productivas, incluidas la distribución y hasta el consumo, estén en las mismas manos. La inclusión de nuevos y numerosos actores en este proceso ha ocasionado el constante y progresivo empobrecimiento del campesinado, debido a que nos encontramos con que, por ejemplo en España, la diferencia de precio que recibe el productor y el que pagamos como consumidores es, de media, 4'75 veces superior, alcanzando picos en algunos productos de hasta un 600-700% (COAG, 2019).

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