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Región Y Globalizacion

YMEZA519 de Febrero de 2014

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La identidad cultural latinoamericana

La discusión sobre la identidad cultural latinoamericana tiene una larga historia en la filosofía de nuestro continente.

Desde la filosofía se ha argumentado convincentemente acerca de la inexistencia de una identidad cultural común correspondiente a América Latina considerada como totalidad (Sambarino, 1980). A lo sumo podría pensarse en identidades múltiples y heterogéneas explicables por la mezcla de diversos factores. Plantearse la cuestión de la identidad cultural latinoamericana como una tarea de búsqueda de carácter ontológico y esencialista, será una intención destinada al fracaso o a la construcción de una ilusión.

La identidad cultural latinoamericana carece entonces de estatuto ontológico y una investigación en esa dirección no podrá contar con verificadores o falseadores empíricos que posibiliten una construcción teórica plausible.

La cuestión de la identidad cultural latinoamericana, en el sentido de la identidad de América Latina en su conjunto, tiene básicamente un estatuto discursivo, por lo que hace parte de un universo que se formula intramuros de «la ciudad letrada» (Rama, 1995) , en el que se dirimen las hegemonías culturales al desbordar extramuros en el intento de promoción y consolidación de un imaginario colectivo. Desde el discurso fundante de Simón Bolívar que propugnaba la integración en la libertad, el problema de la identidad latinoamericana en un sentido global, no ha dejado de estar presente en expresiones discursivas de proyección continental. La identidad cultural, lejos de ser un dato empírico, tiene entonces la condición de referente utópico. El ejemplo bolivariano es paradigmático: la integración en la libertad no era un dato de la realidad en ese momento histórico de la primera independencia; era entonces y continúa siendo en buena medida, una aspiración, un proyecto, una utopía.

Si dejamos de lado el discurso más estrictamente político y nos centramos en la ensayística hispanoamericana sobre lo cultural, encontramos dos símbolos que en el curso del siglo han disputado nuestra identidad latinoamericana: Ariel y Calibán. Los textos «Ariel» (1900) de José Enrique Rodó, «De Erasmo a Romain Rolland. Humanismo burgués y humanismo proletario» (1935) de Aníbal Ponce y «Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra América» (1971) de Roberto Fernández Retamar, exhiben formulaciones y reformulaciones fundamentales de esos símbolos condensadores de identidad.

La función utópica (Roig, 1987; Fernández, 1995) como perspectiva de análisis permite dar cuenta de los alcances de tales significaciones y re significaciones simbólicas en términos de construcción de identidad.

El arielismo de Rodó condensa un proyecto democrático no mesocrático en el que la función utópica crítico-reguladora se cumple en la promoción del protagonismo de la aristocracia cultural al interior de la democracia política en la América latina, cuya orientación hacia la armonía racional de última intención estética, adversa con la orientación calibanesca de la cultura política de la América sajona, identificada por el criterio axiológico de la utilidad. Esa espiritualidad de la América latina que se orienta según valores pretendidamente superiores, expresa el posibilismo utópico de ruptura del determinismo legal, así como la anticipación de un futuro-otro, pensado e imaginado como plenitud cultural y espiritual. La forma de subjetividad que utópicamente se constituye significa la construcción de una identidad latinoamericana a imagen y semejanza de «la juventud de América» que proyecta su hegemonía extramuros de la «ciudad modernizada» (Rama, 1995). En el ensayo de Ponce encontramos un Ariel re significado en la perspectiva del «humanismo proletario» desde el que se acotan críticamente las limitaciones del «humanismo burgués», cabal expresión de la función utópica crítico-reguladora. Frente a la pretendida inevitabilidad de la adscripción de la función intelectual a la clase de los intelectuales, la superación del determinismo legal se cumple en la perspectiva utópica de la pertenencia de la función intelectual a la humanidad sin exclusiones; esa perspectiva es una de las facetas de la anticipación de un futuro otro de plenitud humana; Ariel, «el genio del aire, sin ataduras con la vida» se pone en principio al servicio de Calibán, «las masas sufridas», para que en definitiva tal victimización sociocultural se supere en ese futuro que se anticipa. La forma de subjetividad resultante, como construcción utópica de identidad, expresa la matriz marxista de una sociedad sin explotados ni explotadores.

En el texto de Fernández Retamar el referente utópico es Calibán que simboliza al pueblo latinoamericano culturalmente mestizo y oprimido y desde el que es posible forjar los criterios para un socialismo nuestro americano. El mestizaje, tradicionalmente negado como desvalor, es considerado como condición efectiva que debe ser asumida. La función utópica crítico-reguladora, articulada sobre ese fundamento, discierne la homogeneización civilizatoria, el blanqueamiento y la opresión que en buena medida es presentada como desigualdad naturalmente derivada de esa condición pretendidamente disvaliosa. La pretensión de posibilidad de creación de una alternativa sociocultural inédita expresa la superación del determinismo legal y la alternativa misma, un futuro-otro que no reconoce parangón en ninguna otra experiencia histórico-social. La subjetividad que así se constituye expresa una nueva identidad cultural que es camino y proyecto: una identidad socialista pero, que en lugar de imitar modelos de socialismo en curso, la construye con criterios martianos desde la asunción de nuestra peculiar heterogeneidad.

Movimientos antiglobalización

El Movimiento de Resistencia Global es una corriente de protesta mundial

que aúna a decenas de grupos de diferentes países que tienen en común su rechazo al capitalismo y al modelo neoliberal. Es un movimiento en el que se dan citas colectivas diferentes como sindicatos, intelectuales de izquierda, ecologistas, indigenistas o grupos desfavorecidos que acusan al sistema económico de amoral e injusto.

Los diferentes grupos anti mundialización llevan más de una década trabajando en cuestiones relacionadas con los problemas causados por la globalización de la economía mundial. Son numerosas las campañas que han organizado para la condonación de la deuda externa de los países pobres, o para la reforma del Banco Mundial y el fondo internacional humanitario.

A pesar de tener una trayectoria de años de trabajo, los antiglobalistas han acaparado espacio en los medios de comunicación y atención desde las instancias internacionales a raíz de la presencia de sus simpatizantes en actos paralelos a las grandes reuniones económicas y políticas internacionales. La protesta de Seattle, que consiguió abortar la reunión de la Organización Mundial del Comercio, supuso un punto de inflexión en la historia del movimiento.

La noticia de la presencia de más de 50,000 simpatizantes fue reproducida en los medios de comunicación de todo el mundo. Los enfrentamientos que allí tuvieron lugar dieron una imagen de violencia muy alejada de los verdaderos objetivos de los organizadores.

El éxito del Foro social de Porto Alegre en Brasil, celebrado en paralelo al Foro Económico Mundial supuso otra gran baza. Más recientemente, la cancelación de la conferencia que el Banco Mundial tenía previsto llevar a cabo en Barcelona no dejan duda sobre la fortaleza del movimiento de resistencia.

La criminalización de la antiglobalización

Muchas de las manifestaciones de los grupos acaban en altercados violentos, con la intervención de la policía y la detención de personas. Sin embargo, los representantes del movimiento insisten en que los protagonistas de la violencia poco o nada tienen que ver con ellos. En la misma línea aseguran que criminalizar al movimiento no es más que una forma de desprestigiar y acallar una voz que molesta y pone en peligro intereses económicos establecidos.

Los protagonistas de la globalización

Para empezar, es necesario presentar a los protagonistas de la mundialización y para ello vamos a dividirlos en cuatro grandes grupos. Empezaremos por los gobiernos; término que preferimos al de Estado que tiene el inconveniente de ser demasiado abstracto y que nos induce a subestimar algunas veces hasta qué punto el poder está en el corazón de la política. En ese sentido todos los gobiernos, hasta los que dirigen Estados llamados débiles o subalternos, disponen siempre de un poder que les permite elegir entre varias opciones, o no elegir, representar o no a sus comitentes, intervenir o no en la economía y la sociedad.

El segundo protagonista será el conjunto de las instituciones financieras internacionales. Le hemos dado un estatuto semejante al de los otros tres protagonistas, a pesar que esas organizaciones, al menos en teoría, dependen de los estados que son miembros, es decir en definitiva los mismos gobiernos que les confían mandatos y vigilan su aplicación. Sin embargo, vamos a tratarlas de manera separada a causa de la influencia que algunas de esas instituciones ejercen, sobre todo en el campo de la economía y también por su aparente autonomía.

Los

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