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Salud Humana


Enviado por   •  10 de Mayo de 2014  •  3.124 Palabras (13 Páginas)  •  220 Visitas

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Reportera: Patricia Dávila

fotos: Germán Canseco

En Ciudad Juárez, cuya fama arrastra feminicidios, ejecuciones y guerra entre narcotraficantes, un viaje al infierno en la tierra está a la mano de cualquiera… Son cientos, miles de picaderos de heroína, en donde seres que apenas llevan nombre, mujeres que ya no sueñan, jóvenes que viven para la droga y se drogan para “vivir”, capaces aun

de matar por ella, deambulan como autómatas en medio de la podredumbre y el olvido oficial. La reportera y el fotógrafo de Proceso se internaron en este inframundo, y en este reporte especial lo muestran tal como es: descarnado, enfermo, delirante…

CIUDAD JUAREZ, CHIH.- Piltrafa humana, a Eduardo lo inunda un inesperado ataque de pudor. Siempre indiferente a las miradas, ahora le incomoda la promiscuidad del sitio. Por ello gira su harapienta figura hasta darle la espalda a sus compañeros. Sus ojos navegan en el extravío, su respiración se agita…

Titubeante, la mano izquierda hurga en una de las bolsas de su pantalón. Saca un envoltorio de plástico. De reojo lo mira: parece un diminuto caramelo. Se tranquiliza. Su cuerpo, con sobrepeso, huele mal.

Solitario en la faena, deposita el dulce en el fondo de una lata de cerveza, le agrega agua, activa un encendedor, le da calor hasta que aquello se transforma en un líquido café. De otra bolsa de su pantalón, como un mago transformando el aire en palomas, aparece una jeringa desechable. Está usada, pero con ella absorbe la sustancia. Se la lleva a la boca, la atenaza con los labios resecos. Un ataque de ansia lo estremece…

Tembloroso, se desabrocha, baja el cierre de su pantalón, que se le escurre por los muslos. Encorva las rodillas. Evita que la prenda caiga. Sus nalgas quedan al aire… No lleva trusa.

Con su mano derecha recupera la jeringa usada. Experto en el trámite, se cerciora de que fluya el líquido. La mano izquierda, entre tanto, sostiene su pene erecto. Y ahora la derecha apunta ya sobre la hinchada vena del miembro.

Tras el pinchazo –40 rayas (0.40 mililitros) de heroína disparadas de golpe al torrente sanguíneo–, la contorsión…

Instalado en su efímero paraíso, respira con los ojos cerrados. Su mirada se aviva, las facciones de su rostro se suavizan. Y entonces sí, luego de un intento por acomodarse la ropa, se integra a la comunidad. Inicia la plática con sus compañeros de viaje: alrededor de 20 congregados en ese mediodía de un jueves de junio.

Unos se inyectan, otros alistan la infusión, uno más arregla un cigarro de cocaína. Alejado un poco, otro se prende con una piedra.

–¿Por qué se inyecta, o filerea, como se dice aquí, en el pene? –pregunta la reportera a Julián, exadicto que presume 12 años sin reincidencia en el consumo de heroína y quien por ello es respetado ahora en este inframundo.

–Se filerea en el pene –responde– porque es el único lugar en que las venas están sanas. El resto del cuerpo: brazos, piernas y cuello, ya se lo destrozó.

Eduardo se infiltra hasta tres veces al día en la vena bulbouretral. Es asiduo visitante de la zona conocida como Las Tapias, una de entre miles que existen en la ciudad y en las que personas de cualquier sexo y edad (cada vez más jóvenes) se concentran para aplicarse droga, especialmente heroína. A estos lugares se les conoce como picaderos.

Para llegar a esos refugios, conseguir el veneno e inyectarse no se requiere de un mapa secreto ni de un guía que lo lleve por los escondrijos de esta ciudad tocada permanentemente por la violencia. No, los picaderos pueden encontrarse a dos cuadras del Zócalo, del mercado principal o la presidencia municipal. Aquí todos saben dónde se ubican: a unos pasos de los operativos del Ejército, de la Policía Federal, de la fuerza pública estatal y municipal.

–¿Cuántos picaderos hay en la ciudad? –se le inquiere a Julián, a quien se le menciona que en 1989 el PRI local manejaba la cifra de 10 mil.

–No hay una cifra exacta, pero creo que el número ha disminuido. Actualmente se calcula que existen alrededor de 6 mil.

Por lo pronto, la incursión de las Fuerzas Armadas provocó que se modificara el precio de la dosis. Antes de la llegada del Ejército –finales de marzo pasado– se pagaban 50 pesos por 40 rayas. A partir de los operativos esa dosis llega a cotizarse hasta en el doble.

Conocida internacionalmente como la ciudad de “las muertas de Juárez” debido a los cientos de feminicidios impunes cometidos aquí, y más recientemente por la guerra entre bandas del narcotráfico –que en lo que va del año arroja un saldo de mil 100 ejecuciones–, esta región fronteriza se encuentra prácticamente tomada por el Ejército.

El motivo de la presencia militar es precisamente la guerra que libran esas bandas. Según declaraciones de autoridades locales de seguridad pública, el líder del cártel de Sinaloa, Joaquín El Chapo Guzmán, insiste en disputarle la plaza al cártel comandado por Los Zetas y sus hoy aliados: los hermanos Beltrán Leyva y el cártel de Juárez, que dirige Vicente Carrillo Fuentes. A su vez, este cártel lidera al grupo de expolicías conocidos como La Línea, que junto con la banda de Los Aztecas controlan la venta de droga en esta ciudad fronteriza desde 1989.

Las Tapias se ubica en la colonia Barrio Alto. La conforman cuatro de los picaderos más grandes de Juárez, tres fijos y uno ambulante. Los operadores de esta zona son conocidos como Los Pilullos, quienes son controlados por Los Aztecas.

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Sentada en el piso con las piernas extendidas, María, de 32 años, acaba de “meterse” 0.40 mililitros de heroína. Por unos segundos su rostro deja ver la extraña serenidad que le proporciona la invasión de la droga.

–¡Estoy embarazada! –grita de pronto.

La joven viste ropa limpia: un short blanco y una amplia camisa a rayas color café y blanco, en la que apenas cabe su abultado vientre. Los rizos de su pelo negro caen sobre su cara y cuello. No se inmuta cuando suelta el dato: “estoy a 10 días de parir”.

A pesar de tener dos hijos de 18 y 12 años, dice que el que espera es como si fuera el primero porque los otros viven con su abuela. “Me los quitó por adicta”, asume.

Sin dificultad, se instala en la confidencia. Cuando tenía seis meses de embarazo acudió al doctor para que la ayudara a dejar la droga: “Me dijo que no, que en todo caso será hasta que yo dé a luz”.

–¿Le

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