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Cuerpos pasionales, cuerpos víctimas


Enviado por   •  1 de Mayo de 2023  •  Monografías  •  3.653 Palabras (15 Páginas)  •  23 Visitas

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Cuerpos pasionales, cuerpos víctimas

En la siguiente monografía se intentará establecer una comparación entre el cuento “El ojo”, de Liliana Colanzi, la novela Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, y el cuento “La doble y única mujer”, de Pablo Palacios, a partir del eje “Historias de amor”. Para esto, se tomará como base el género por excelencia de este tipo de historias: el melodrama. Dado que, como todo género literario/cinematográfico, posee varias características, y este trabajo requiere de una extensión más bien breve, se abordará a partir de una afirmación que hace Daniel Link en su texto “El amor verdadero. Apuntes sobre el melodrama” (2003). Link asegura que “la pasión melodramática es la pasión del cuerpo” (Link, 2003:142). El cuerpo es entonces motor de deseo y enamoramiento, y acaba siendo, por lo tanto, quien sufre las consecuencias del desenlace de toda historia de amor. En un final feliz, el cuerpo se encuentra con el de la persona amada, hay consumación de deseo; si no, es víctima de toda clase de malestares y angustias.

En las historias melodramáticas, el cuerpo siempre está presente: desea, ama y sufre. ¿Pero qué pasa cuando este, además de padecer las consecuencias de su deseo, es también la causa por la cual no puede concretarse? Este es el punto en común de las tres obras a trabajar. A partir de lo visto en clase acerca del deseo frustrado, se explicará cómo funcionan los distintos deseos de los tres protagonistas y cómo se relacionan con el género melodrama.

Breve descripción del género melodrama

En palabras de Link, el melodrama es un género posiluminista (posterior a las revoluciones burguesas del siglo XVIII y, sobre todo, del siglo XIX), que fusiona la tradición popular del relato (el romance, la balada, desprendimientos de la épica) y la tradición popular del teatro (la feria, la fiesta y el carnaval, desprendimientos del teatro clásico). Del relato popular, el melodrama conserva el embrollo narrativo y las pruebas sucesivas. Del teatro, la pasión (el deseo, el furor) y la familia (el origen) como núcleos organizadores. Su objetivo es moralizar a las clases populares, que son las consumidoras por excelencia del género.

Eric Bentley, en su texto “El melodrama” (1995), agrega otros dos puntos fuertes a la definición del género: la autocompasión y el temor. Como lectores o receptores del melodrama, nos identificamos con aquellos personajes que se ven amenazados, y por eso la compasión que sentimos por ellos es en realidad autocompasión: nos apenamos por nosotros mismos. Al mismo tiempo, compartimos sus temores: cuando el héroe se halla en una situación de miedo, sentimos piedad por él. En todo melodrama, la bondad es acosada por la maldad; parafraseando a Bentley: héroes y heroínas son acosados por un villano; por un mundo perverso. Los personajes de los melodramas, a su vez, suelen ser tipificados y encarnar algún tipo de idea moral.

Otra característica típica que no podemos dejar de nombrar es la exageración. En el dossier El melodrama (1994) se la define como un “carácter espectacular”, en el que intervienen emociones fuertes, un patetismo “violento”, golpes de teatro, efectos dramáticos, momentos espectaculares, situaciones excepcionales (VV.AA., 1994:54). Con respecto a esto, Bentley va a decir, en su defensa del género, que “cuestionar lo absurdo en el melodrama es poner en cuestión no la conclusión sino las premisas” (ibíd., 192)

Que nadie sepa mi sufrir

Sab, protagonista de la novela homónima, es un esclavo mulato de veinticuatro años que está enamorado secretamente de su ama blanca, Carlota. Pareciéramos estar frente a un rasgo temático clásico del melodrama: dos personajes no pueden estar juntos porque uno es pobre y el otro es rico (dificultad “que bien será resuelta favorablemente en base al ascenso individual, bien se verá sellada por el fracaso” (ibíd., 58) Pero en la novela de Gómez de Avellaneda no existe el encuentro entre estos dos jóvenes, es decir, no hay relación amorosa, no hay un deseo de ambos de querer estar juntos y una sociedad condenadora que se los impida. Carlota ni siquiera se fija en Sab: para ella no es más que su esclavo y amigo. Lo quiere mucho, le encarga la vida de su prometido, confía en él, pero como hombre es invisible. Toda la pasión que siente Sab, entonces, vive únicamente en su cuerpo y “la única forma de satisfacerla es la de retrotraerla al plano infantil: la imagen obsesionante de Carlota niña saltando ingenuamente a su cuello de adolescente” (Barreda Tomás, 1995: 95). Sab dice que Carlota es para él un objeto de veneración y ternura, pero después sabremos que no es así como lo siente su cuerpo: “Luego la niña creció a mi vista y la hechicera criatura convirtiose en la más hermosa de las vírgenes (…) trémulo delante de ella un sudor frío cubría mi frente, mientras circulaba por mis venas ardiente lava que me consumía” (Gómez de Avellaneda, 2005: 93); ese amor inocente y puro “como el primer rayo de sol en un día de primavera” se convierte en “un tormento insoportable” (íbid., 94).

Sab desea carnalmente a Carlota, pero no puede tenerla, y esto está relacionado con el color de su piel, con este rasgo físico que Sab nombra varias veces a lo largo de la novela y al que le atribuye su desgracia en el amor. En la conversación en la que se confiesa a Teresa dice:

(…) cuando despertaba era la mujer y no el ángel la que veían mis ojos y amaba mi corazón. La mujer más bella, más adorable que pudo hacer palpitar jamás el corazón de un hombre: era Carlota con su tez de azucena, sus grandes ojos que han robado su fuego al sol de Cuba (…) ¡Entonces recordé también que era vástago de una raza envilecida! ¡Entonces recordé que era mulato y esclavo…! Entonces mi corazón abrasado de amor y de celos, palpitó también por primera vez de indignación, y maldije a la naturaleza que me condenó a una existencia de nulidad y oprobio (ibíd., 94).

Sab maldice a la naturaleza por darle un color que lo torna esclavo, un color que no se corresponde con el de Carlota y que, por lo tanto, no lo hace digno de su amor. Es importante aclarar que no podemos saber a ciencia cierta si Carlota nunca se fijó en él por esa razón, pero es suficiente con que él lo crea para que su amor sea imposible.

El cuerpo de Sab sufre todo tipo de manifestaciones a lo largo de la novela, casi siempre vinculadas con su desamor. Cuando, hablando con Teresa, se imagina a Carlota casada con Enrique, le sucede lo siguiente:

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