Actividad De Metacognicion Literatura Etapa 2
Alexppk6 de Septiembre de 2014
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Estamos ante un texto narrativo de carácter literario perteneciente a la obra del autor noventayochista Miguel de Unamuno San Manuel Bueno, mártir. Esta obra supone un alejamiento de la prosa realista y prioriza el conflicto interior del personaje, un cura de pueblo cuya lucha interna radica en su falta de fe. Presenta, por tanto, algunas de las preocupaciones características de los hombres del 98 relacionadas con los problemas existenciales y religiosos.
En efecto, el texto nos muestra uno de los temas más recurrentes de la época y especialmente de la obra unamuniana: el pueblo debe vivir de la ilusión de la fe (“hay que hacer que vivan de la ilusión”).
Se trata de la defensa del consuelo del hombre a través de la fe. La fe cumpliría, así, una función “paliativa” del sufrimiento humano y aliviaría la vida terrenal. Estamos ante una dicotomía de carácter ético: ¿qué es mejor, publicar una verdad dolorosa o una mentira que alivia el dolor? Obviamente, en el texto Lázaro opta por lo segundo.
En relación con la vida eterna y con la fe se encuentran en la obra dos de los espacios narrativos: el lago y la montaña; por eso, en el presente texto se alude a ellos: todos esperaban verle a diario, y acaso le veían pasar a lo largo del lago y espejado en él o teniendo por fondo la montaña. En efecto, estos lugares adquieren un valor simbólico: en el lago, según la leyenda, hay una ciudad sumergida. Para el pueblo, el lago azul refleja el cielo de la vida eterna prometida, vida eterna de la que ya gozan los antepasados. De ahí que vean a don Manuel espejado en el lago, es decir, formando parte ya de los difuntos que gozan de la eternidad. Y, por supuesto, el pueblo imagina al cura creyente, con fe, teniendo por fondo la montaña, pues la montaña simboliza la fe firme en Dios y en la eternidad.
Otro aspecto que observamos en el texto es el efecto de transformación, positiva, que don Manuel ejerce en Lázaro. Lázaro dice: Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un resucitado –me decía-. Él me dio fe (…) Él me curó de mi progresismo. Debemos recordar que al principio de la obra Lázaro aparece como un personaje antagonista de don Manuel, pues el cura representa la tradición, la fe, la religión, y Lázaro, que viene que América y que trae “ideas más evolucionadas y progresistas”, se opone a las viejas creencias de don Manuel. Sin embargo, este papel de antagonista va desapareciendo a medida que Lázaro descubre y conoce al cura. Don Manuel es para Lázaro (su nombre tiene las reminiscencias y la simbología bíblicas) un salvador: le da fe, una fe especial, y lo cura de su progresismo. Es importante detenernos en esta última observación que muestra la evolución ideológica de Lázaro, desde la vehemencia de su progresismo inicial hasta la consideración de que el progresismo es un mal del que don Manuel lo ha curado. (Conviene saber que también Unamuno pasó por una evolución similar: es sabido que empezó siendo socialista, afiliado al PSOE, pero que 1895 expresaba ya algunas reservas y que una nueva crisis en 1897 lo hundió en el problema de la muerte y de la nada. Abandonó su militancia política y cada vez más, fue volviendo los ojos hacia los problemas existenciales y espirituales)
Podemos decir que el tema de la fe en Dios y en la inmortalidad es atemporal y consustancial al ser humano. Los hombres, al ser consciente de nuestro paso efímero por el mundo, hemos tenido desde siempre el impulso de buscar “algo más”. Ese “algo más” unos lo encuentran en las religiones y otros en las filosofías de vida donde la fe espiritual es sustituida por otro tipo de fe, digamos material o emocional pero que nada tiene que ver con la creencia en una deidad. En el mundo occidental en el que vivimos nuestro dios es “don dinero”, que nos da fe en las rebajas,
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