ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Analisis Pedro Paramo

kate2229 de Mayo de 2012

32.350 Palabras (130 Páginas)1.040 Visitas

Página 1 de 130

Pedro Páramo Juan Rulfo

El mexicano Juan Rulfo (1918-1986) figura, a pesar de la brevedad de su

obra, entre los grandes renovadores de la narrativa hispanoamericana del

siglo XX. De formación autodidacta, trabajó como guionista para el cine y la

televisión. Con sólo dos obras de ficción publicadas -el libro de relatos El

llano en llamas y la novela Pedro Páramo-, ha ejercido una decisiva influencia

en la literatura en castellano del último medio siglo. En 1983 recibió el

premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Pedro Páramo se publicó en 1955, dos años después de los relatos de El llano

en llamas. En el arranque de la novela, Juan Preciado promete a su madre en el lecho de muerte

ir en busca de su padre, Pedro Páramo, un pequeño cacique pueblerino a quien no conoce. «El

olvido en que nos tuvo cóbraselo caro» le dice ella, y Juan parte hacia Comala, un pueblo mítico

que es el verdadero protagonista de estas páginas. Allí, envuelto en una tierra vieja que está

sobre las brasas de la tierra, «en la mera boca del infierno», se encontrará con las voces de la

memoria de personajes de ensueño, que irán tejiendo una historia de deseos y pasado, de

muertos y visiones irreales, que abarca desde mediados del XIX a las revueltas cristeras de

comienzos del XX. Anclada en terreno firme, la novela se dispara en múltiples direcciones

rompiendo el tiempo, confundiendo realidad y alucinación, fundiendo violencia y lirismo con sus conversaciones

entrecortadas. Entre espectros, la desolación de Comala hace realidad ese «valle de lágrimas» que compone la

geografía universal del dolor, llena de ecos, violencia y aire envenenado.

En su laconismo, Pedro Páramo supone un impresionante ejemplo de condensación narrativa. Rulfo vio la necesidad de

que el autor desapareciera y dejara hablar a sus personajes libremente, mediante una estructura «construida de

silencios, de hilos colgantes, de escenas cortadas», cediendo el turno al lector para que llene esos vacíos. Afín al

realismo mágico, el ambiente de esta historia se tiñe de soledad, fatalismo y mitología.

Prólogo de Jorge Volpi

Prólogo

Jorge Volpi

Si el hombre es polvo

Esos que andan por el llano

Son hombres.

OCTAVIO PAZ

Tantas veces se ha repetido que Pedro Páramo es la mejor novela mexicana del siglo xx

que con ello se olvida que es, simplemente, una de las mejores novelas del siglo pasado.

Diversos mitos han dificultado un reconocimiento aún mayor de su importancia: en primer

lugar, ha tenido que lidiar con la fama de ser la novela mexicana «por excelencia», dejando a

un lado su modernidad y su vigor universal; en segundo, ha debido soportar el desprecio de

algunos críticos -incluido un célebre jurado del premio Nobel- ante su escaso centenar y

medio de páginas, cuando en ellas se cifra un universo literario completo. Por si no fuera

suficiente, las lecturas meramente antropológicas o realistas de su estilo han ocultado la

extraordinaria invención lingüística que su autor logró en ella, e incluso su rápida

celebridad ha tenido que eludir los rumores malediciente, sobre todo en el medio mexicano,

que despreciaron el talento de Rulo aduciendo que él nunca imaginó el resultado final del

libro, reconstruido por las manos de amigos, consejeros y correctores que todavía hoy se

disputan su paternidad. Son tan numerosos los lugares comunes que la crítica ha

esparcido, que resulta casi imposible desprenderse de ellos. Aun así, quizás convenga

eludir por un momento el caudal de tesis, artículos, reseñas y notas escritas en torno a él

para recuperar el asombro que produjo tras su aparición en 1955 y que se repite cada vez

que un lector desprejuiciado se adentra en sus páginas. Si el título original escogido por

Rufo para esta obra era Los murmullos -más sobrio pero menos contundente que Pedro

Páramo-, es necesario evitar que esos murmullos asesinen también a quien inicia el viaje

hacia ese limbo que es Comala.

La célebre línea con que inicia la novela -«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía

mi padre, un tal Pedro Páramo»-- posee la fuerza profética de las obras maestras. En efecto,

Juan Preciado, el narrador de la novela, no dice « fui», sino «vine»: se dirige a nosotros desde

las profundidades de Comala. Todas las palabras que estamos a punto de escuchar, más

que de leer, provienen, pues, de los labios de un muerto. A Juan Preciado le parece que las

voces de los difuntos que va encontrando a su paso son como rumores y murmullos, pero

cuando él nos los comunica ya ha pasado a formar parte de la nómina de fantasmas que lo

rodean. Empeñado en rastrear la verdad, Juan Preciado pagará su osadía con su única

herencia, la vida. Justo a la mitad de la novela, tras haber conocido a Doloritas, la vieja

amiga de su madre, y haber empezado a escuchar las voces de los antiguos habitantes del

pueblo, Juan aceptará su nueva condición: «Es cierto, Dorotea -confesará-, me mataron los

murmullos».

Al caer en la cuenta de esta verdad de ultratumba, es como si una repentina amenaza

cayera sobre nosotros: al igual que Juan Preciado, de pronto comenzamos a escuchar voces,

lamentos, fragmentos de canciones -«Mi novia me dio un pañuelo, con orillas de llorar»-, ecos

de batallas y amoríos, mensajes y advertencias que surgen de la nada, aturdiendo

nuestros oídos y señalándonos la proximidad de nuestra propia extinción. Como nuestro

guía, nosotros también empezamos a creer que las almas de los difuntos están ahí, a

nuestro lado, hablando con nosotros. De este modo, con su sacrificio, el hijo de Doloritas y

Pedro Páramo nos abre las puertas de Comala para que podamos atisbar, durante unos

minutos, esa vasta e incognoscible porción de la tierra a medio camino entre la vida y la

muerte. Sólo entonces, cuando ya nos hemos integrado con Juan Preciado en los confines

de la muerte, podemos presenciar la historia de su padre, el cacique Pedro Páramo, sus

excentricidades y muestras de genio, su íntima tortura y su desprecio por los otros, así

como su rabiosa tristeza ocasionada por la prematura muerte de su hijo Miguel y, sobre

todo, por el deceso de la única mujer que amó verdaderamente, Susana San Juan, una

especie de loca o visionaria, de esas inocentes portadoras de la desgracia cuya estirpe se

remonta a Helena y que atraviesa toda la historia de la literatura hasta llegar a los

personajes dementes y luminosos de Faulkner. Y, con ella, aparecerá toda la nómina de

personajes rulfianos -tan reales y misteriosos como sus nombres-, dispuestos a conducirnos

por su infausto cautiverio.

Porque Comala, a diferencia de lo que muchos afirman, nada tiene que ver con la Comala

real -un pueblecito de casas blanquísimas en el estado de Colima-, pero tampoco con el

infierno. La Comala de Rufo -él dice haber elegido el nombre por la referencia al «comal» en

el que se calientan las tortillas y, por tanto, a su cercanía al fuego- no es una metáfora del

inframundo o del Hades; se trata, por el contrario, de algo peor: un sitio intermedio, una

orilla, una especie de trampa en la que algunas almas continúan penando, incapaces de

encontrar consuelo o, de menos, la certidumbre del castigo eterno. Como su cacique, Comala

es un terreno baldío -no está de más señalar que la primera traducción de The Waste Land

de Eliot publicada en México, y que Rulfo seguramente leyó, se titulaba justamente El

Páramo-, una zona en la que ya nada puede crecer, en la cual los vivos tampoco son

admitidos (de ahí la necesaria muerte de Juan Preciado), y de la cual tampoco es posible

escapar.

En realidad, en Comala no hay nadie, como se repite mucha.; veces a lo largo de la

novela, sólo fragmentos de seres vivos, lamentos y aullidos, retazos y piezas sueltas de sus

antiguos moradores: de ahí que la poética elegida por Rufo para describirla sea la de la

precariedad. No sólo el estilo trata de acercarse una y otra vez al silencio, no sólo las frases

cortas y desnudas son de un arcaísmo que nos remonta a los orígenes y, por tanto, a la

nada, sino que incluso el tiempo dislocado y la brevedad de los parágrafos son otras tantas

metáforas de la dolorosa cortedad de la vida y de la permanente amenaza del fin. Al leer

Pedro Páramo por primera vez, es como si un vendaval -el viento de la muerte- hubiese

arrancado páginas y episodios a un libro mucho mayor: para recuperar el sentido de la

historia, el lector debe realizar un ingente esfuerzo para recolocar las partes, para rearmar

las historias particulares, para completar las vidas truncas de todos esos muertos. Igual

que Juan Preciado, al reconstruir Comala y sus abismos, el lector les infunde nueva vida

por un momento; así se torna capaz de dialogar con calaveras y huesos, de volver a

escuchar sus palabras, de tener la momentánea ilusión de que la muerte puede ser vencida

o, al menos, detenida. Por desgracia, al final no obtendremos más que la confirmación del

ciclo: una vez rota la ilusión, terminamos

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (200 Kb)
Leer 129 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com