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De la pagina en limpio al nuevo borador


Enviado por   •  20 de Septiembre de 2021  •  Documentos de Investigación  •  1.044 Palabras (5 Páginas)  •  504 Visitas

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De la página en limpio al nuevo borrador

Por: Fernando Vásquez Rodríguez

Lo primero es tener algo qué decir o qué contar. Eso parece ser lo fundamental. La escritura

comienza o brota del humus de las ideas, de saber escuchar el pálpito de nuestro pensamiento.

Dándole vuelo a la anterior afirmación, digamos que la escritura nace cuando un pensamiento

agitado, inquieto, oscilante y caminador, se tensiona hasta el punto de buscar una salida, alguna

válvula capaz de soportar la presión contenida en su interior.

Allí, en ese agitamiento, en esas convulsiones propias de nuestros pensamientos, es que emerge

la escritura. Luego, entonces, la primera lección para alguien que desea aprender a escribir es,

parafraseando a Rimbaud, exacerbar su pensamiento, caldear sus ideas, agitar una y otra vez su

razón hasta alcanzar ese estado en donde es posible proponer alguna cosa, responder a alguna

inquietud, intentar dar respuesta a cierto problema, presentar argumentos con el fin de aconsejar o

disuadir, en fin, ejercitar la mayoría de edad de nuestro espíritu.

Insistamos: si uno no ha rumiado durante largos días alguna idea, si no ha puesto en el yunque de

la reflexión cualquier tema o problema, lo más seguro es que la escritura no nazca vigorosa, sino

que quizá se asemeje más a un revoltillo de palabras, embrionarias, caóticas, aún muy incipientes

para tenerse en pie, sin la fuerza suficiente para alcanzar a desarrollar o adquirir vida propia.

Este cohabitar con el propio pensamiento, dicho asistir al pugilato de las propias ideas, es lo

característico de los escritores de oficio. Pensar mucho antes de ponerse a redactar; invertir

cantidad de tiempo tratando de prefigurar o encontrar la explicación a un problema, el motivo

para una historia, los argumentos para soportar una tesis. Eso es lo que hacen los grandes

escritores: más que usar las manos, ponen a funcionar su cerebro.

Llamemos, de una vez, a esta fase del proceso de escribir: agitación y escucha del propio

pensamiento.

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Cuando se ha superado esta primera etapa, comienza el encuentro con la materia prima del

escritor: las palabras. Momento para enfrentarnos a esos útiles, a esas herramientas de significado

tan potentes como escurridizas, tan múltiples como imprecisas. Las palabras y su ambigüedad, las

palabras y la búsqueda del escritor por dotarlas de algún significado preciso.

De nuevo otro combate. ¿Cómo hacer para que lo pensado encarne o calce en un determinado

vocablo?, ¿cuál podría ser el más acertado, el más idóneo para tal frase o para una línea en

particular? La lucha crece: ahora escribir consiste en entrar en contacto, en conocer, en tratar con

las palabras. Sí, eso es preciso: tratarlas como generación de un vínculo, de establecer una

relación fraterna, una hermandad de cofradía.

Mas no se trata sólo de establecer un vínculo. Las palabras viven en familia, en comunidad. Las

palabras son siempre tribu. Entonces, enfrentarse a ellas es enfrentarse a una legión. Cuando el

escritor toca una palabra, despierta a todas las otras que la acompañan. Y un cambio de lugar en

una de ellas, puede enriquecer el sentido o empobrecer la frase. ¡Cómo son de esquivas, de

ladinas las palabras! El escritor debe saberlo. Muchas de ellas dicen a pesar nuestro; otras, apenas

alcanzan a contener todo el caudal de nuestro pensamiento; algunas más, señalan

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