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Dos Aproximaciones A La Novela Urbana


Enviado por   •  23 de Abril de 2014  •  4.566 Palabras (19 Páginas)  •  237 Visitas

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DESPUÉS DE GARCÍA MÁRQUEZ: DOS APROXIMACIONES A LA NOVELA URBANA.

Felipe Oliver Pontificia Universidad Católica de Chile

Realismo mágico, lo real maravilloso y otra cantidad de términos afines han sido utilizados indiscriminadamente para explicar diversos textos latinoamericanos. Obras tan disímiles como El túnel y Cien años de soledad han sido clasificadas en la misma categoría con mayor o menor acierto. Más allá de la incertidumbre, el nombre de Gabriel García Márquez es siempre el paradigma para definir todas las variedades de lo mágico realista. Pero, ¿qué sucede con la novela colombiana de los últimos años?, ¿qué y cómo escriben los jóvenes colombianos hoy? A partir de Fernando Vallejo, Jorge Franco, Mario Mendoza y Santiago Gamboa, este trabajo examina el espacio urbano, el diálogo como técnica narrativa y la emergencia del kitsch en la novela colombiana contemporánea.

Lo real maravilloso, realismo mágico, realismo maravilloso, y cualquier otra cantidad de términos afines, meras combinaciones de los mismos vocablos, han sido utilizados indiscriminadamente para explicar un gran número de textos latinoamericanos. Obras tan disímiles como El túnel y Cien años de soledad, con mayor o menor acierto, han sido afanadas en el mismo costal apelando a la flexibilidad epistemológica de los términos, sobre todo cuando éstos son tan vagos y difusos como los que han caído siempre sobre nuestra literatura. Sin embargo, y he aquí un error también notable, Gabriel García Márquez es siempre el paradigma para definir lo que Oscar Hahn satíricamente define como “ese tipo de relato que transforma los prodigios y maravillas en fenómenos cotidianos y que pone a la misma altura la levitación y el cepillado de dientes, los viajes de ultratumba y las excursiones al campo” (Cit. en Fuguet y Gómez. p 16). Y hablo de un error pensando en el delicioso texto del maestro Alfonso Reyes, Última Tule, en donde explica cómo la racionalidad, el empirismo y el afán por lo objetivamente comprobable, propio del pensamiento europeo, no significó la desaparición de los brujos y los prodigios, sino su trasplante a otro espacio, que resultó ser América. A diferencia de sus múltiples emuladores, como Isabel Allende y Laura Esquivel, García Márquez hace levitar a las doncellas no como una pregunta por la identidad, sino como una repuesta irónica a las múltiples y erróneas visiones sobre América. La omnipresencia del patriarca (véase Porfirio Díaz, José Gaspar Rodríguez de Francia y tantos otros), la mitificación de caudillos más bien inútiles (Aureliano Buendía podría ser cualquier militar de los miles que han sido petrificados en las plazas y zócalos de nuestro continente) y la soledad del individuo son los verdaderos tópicos identitarios en la obra del colombiano. Ahora, lejos de polémicas estériles para un lector atento, Gabriel García Márquez es también una referencia ineludible de la literatura en lengua castellana en general y latinoamericana en particular. Sí, el autor de Cien años de soledad ha marcado a un buen número de narradores de este lado del mundo y a otros tantos allende el océano. Pero no vayamos tan lejos; todo lo contrario, vayamos justo ahí donde García Márquez tiene un mayor peso, donde su obra goza de mayor presencia. ¿Qué y cómo escriben los jóvenes colombianos de hoy? Obviamente, para responder a estas preguntas, primero habría que leer a todos los novelistas del famoso país cafetalero, y tal pretensión es imposible. Sin embargo, limitando la aproximación a un número concreto de autores contemporáneos surge una propuesta estética precisa que me gustaría analizar a detalle desde tres ángulos específicos: el espacio urbano, el diálogo y dialogismo, y la caracterización de los personajes desde el kitsch.

1. De Macondo a Macondo

Autores como Fernando Vallejo, Jorge Franco, Mario Mendoza y Santiago Gamboa tienen algo en común: la ciudad. Cuando Fernando Vallejo irrumpió violentamente en la escena literaria con una Medellín desquiciada en La virgen de los sicarios (1994), la nueva novela colombiana no hacía sino comenzar. Desde luego, para cuando apareció La virgen, Vallejo contaba ya con una sólida obra publicada que, por cierto, abarca varios géneros como el cine (ha dirigido más de un largometraje), la biografía, la novela y hasta un texto sobre gramática (Logoi, una gramática del lenguaje literario); pero fue con esta obra con la que acaparó la atención internacional. Como su mismo nombre lo evidencia, se trata de una indagación en la cosmovisión de los sicarios, jóvenes –en ocasiones imberbes– sin el menor respeto por la vida humana, propia o ajena. En efecto, así como asesinan al prójimo a la menor provocación, saben que, a su vez, más temprano que tarde, serán ajusticiados. De igual modo, Vallejo analiza las causas sociales que permiten el surgimiento de estos asesinos juveniles en la década del ochenta: la pobreza, la inestabilidad política de una Colombia económicamente dependiente de Pablo Escobar, geográficamente dividida por la guerrilla, automutilada por la permanente guerra civil entre paramilitares y el ejército federal, y con un gobierno que perdió toda autoridad. Así, en medio del caos, el narcotráfico significó una posibilidad real de sobresalir (acaso la única), de ganar unos pesos para salir de la pobreza, y Escobar empleó como matones a los jóvenes de los arrabales. Sin embargo, y he aquí el máximo patetismo, cuando el padrino de la droga murió, los sicarios siguieron ejerciendo la violencia y comenzaron a exterminarse entre sí por los motivos más absurdos, siendo la motivación económica la principal. Citamos un pasaje de la novela de Vallejo,

Le pedí que anotara, en una servilleta de papel, lo que esperaba de esta vida. Con su letra arrevesada y mi bolígrafo escribió: Que quería unos tenis marca Reebock, y unos jeans Paco Ravanne. Camisas Ocean Pacific y ropa interior Kelvin Klein. Una moto Honda, un jeep Mazda, un equipo de sonido láser y una nevera para la mamá (91).

Los sicarios son el extremo más exacerbado del consumismo y el homicidio es un medio válido, ciertamente el más sencillo, para la obtención de una satisfacción material. Ahora, la insistencia en el atuendo –pues es innegable en la cita que el énfasis recae sobre la ropa– da testimonio de la “objetivación” del cuerpo. No en vano estos jóvenes homicidas utilizan la palabra “muñeco” para referirse al cadáver, término que –al despojar de su antigua humanidad al prójimo– permite e incluso justifica la extracción de sus bienes: el teléfono celular, la chaqueta, etcétera. Esta actitud consumista ayuda a explicar la religiosidad de los sicarios. El título mismo de la obra alude a la devoción

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