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EL AYER Y EL HOY

josedeRiviaEnsayo10 de Septiembre de 2018

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EL AYER Y EL HOY

Nadie ha dicho que la vida después de la revolución fue fácil, y pensándolo bien, sus razones tienen para no hacerlo.

Pero ¿Yo qué razones tengo para hablar sobre eso? Después de todo, yo sólo soy un escuincle nacido apenas hace poco menos de dieciocho años. Yo debería de ocuparme de otros asuntos, como por ejemplo el programa “Enamorándonos”, o del último capítulo de aquella obra de arte televisiva titulada “La rosa de Guadalupe”.

En mi defensa, puedo declarar que, aún con mi limitante de edad, tengo a dos personas maravillosas en mi vida, a las cuales, por alguna razón del destino, son mis abuelos maternos. Y que gracias a ellos puedo saber las dificultades de la vida que decidieron aparecer justamente después de la dichosa revolución mexicana.

Sí, yo he tenido una vida relativamente sencilla, pero eso no quiere decir que los individuos que me preceden en al árbol familiar también la tuvieran. Para comprobar eso, tengo que recurrir a las dos personas que mencioné en el párrafo pasado. Realizaré la osadía de preguntarles sobre la situación económica en la que ellos vivían cuando tenían 18 añitos, que es mi (casi) edad actualmente.

Bueno, pues nada, empezaré por las damas, o lo que es lo mismo, por mi abuela, a la que me voy a referir por “Doña Martha”.

Actualmente, yo no tengo la necesidad de conseguir un trabajo, y de hecho mi Doña Martha tampoco la tenía… Sin embargo, a diferencia mía, ella estaba encargada del mantenimiento de la casa de su padre, ya fuera para cocinar, barrer, planchar o simplemente cuidar. Aun siendo este un trabajo muy agotador, no recibía ni la más mínima remuneración por parte de mi bisabuelo. No puedo juzgar esto, ya que como dije al principio: Eran tiempos difíciles.

A esta edad, yo dispongo de autobuses, un auto familiar, taxis y el metro de la ciudad… Esa desafortunadamente no fue la suerte con la que corrió mi abuela. Ella para realizar sus trayectos, los cuales comprendían en ocasiones, del Pueblo de Tultenango hasta Morelia, debía caminar inmensas distancias… Ahora entiendo el gusto que tiene por su sillón de la sala.

Su alimentación no era la más cara, pero sí más saludable de la que yo llevo por el momento. Sus comidas consistían de arroz, frijoles, maíz, quelites y demás productos que daba el campo.

Soy una persona bastante sedentaria, sedentaria hasta el grado de entretenerme sin ni siquiera moverme de donde estoy. Caso muy contrario al de mi abuela, la cual para entretenerse caminaba largas distancias hasta las festividades religiosas de su región. Ejemplos de estas son la fiesta de San Isidro Labrador y la de la Virgen del Carmen llevada a cabo el 10 de julio.

La familia de mi abuela no era como la que yo tengo la fortuna de tener, ellos no podían darse muchas veces el lujo de comer fuera de casa, pero cuando lo hacían, generalmente compraban pollo con mole en la estación de trenes, platillo que costaba 1 peso de aquella época.

Podría parecer por el momento que la juventud de mi abuela fue dura… Pero hay que ver la de mi abuelo para así poder determinar al ganador del concurso en haber tenido una vida austera, y en el de dejarme como un mantenido mal agradecido. Muy bien, revisemos la juventud de mi abuelo Simón.

Mi abuelo a mi edad ya trabajaba en una compañía química mexicana que se dedicaba a elaborar aceite. Nada aparentemente apto para un joven de 18 años que recién llegaba a la ciudad. Un trabajo por el cual sólo llegaba a recibir la cantidad de doce pesos, que ahora mismo equivalía en ese momento a un dólar.

Para viajar dentro de la ciudad, mi abuelito caminaba, o en su defecto, usaba camiones que le cobraban apenas unos cuantos centavos.

Él tenía una manera muy “canchera” de divertirse; solía salir con sus

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