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El discurso del poder en la novela "El doble" de Fiodor Dostoievski


Enviado por   •  28 de Abril de 2020  •  Ensayos  •  5.564 Palabras (23 Páginas)  •  399 Visitas

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EL DISCURSO DEL PODER EN LA NOVELA

 “EL DOBLE”

DE FIODOR DOSTOIEVSKI

“Imagino que mi yo es visto a través de una lente: todas las formas que se mueven en derredor son otros yo; y hagan lo que hicieren o dejen de hacer, todo ello me ofende.”

E.T.A. Hoffmann

                                        

Un componente importante en el horizonte intelectual contemporáneo es la puesta en crisis de la noción humanista de sujeto. En el momento en que Descartes proclamaba cogito, ergo sum, se sancionaba la idea de que la identidad y el ser son dos factores interdependientes de la existencia individual. Michel Foucault[1] encaró una aguda crítica de los grandes dogmas humanistas: la razón, el individuo, la verdad, la libertad y el poder. Con relación a este último concepto, parte de la noción de que el poder no se posee, sino que se ejerce. Nadie es el titular de él y sin embargo se practica siempre en una determinada dirección. La manera en que se efectúa no es evidente, y se encuentra dentro de las relaciones del deseo y el interés, de suerte que el poder se inserta en el núcleo mismo del  individuo, en su discurso  y en la vida cotidiana. Los mecanismos de poder no se reducen a reprimir; el poder no se localiza en el aparato del Estado, sino fuera de él; es por eso que, efectivamente, Foucault se dedica a estudiar los micropoderes que se ejercen a nivel cotidiano, no en el individuo que es lo dado, sino en su propia identidad, que es el producto de una relación de poder que se practica sobre los cuerpos, los movimientos, los deseos, las fuerzas. Se trata por lo tanto de ver cómo toda esa “microfísica del poder”, esos instrumentos de exclusión (aparatos de vigilancia de la sexualidad, la locura, la delincuencia), han formado parte del conjunto burgués. Pues la burguesía no se interesa por lo locos, la sexualidad o los delincuentes, sino por el sistema de poder que permite controlarlos. Para Foucault, el discurso es un espacio en el que se establecen las matrices del poder  y del saber, en otros términos, es la resultante de la relación entre lenguaje e instituciones sociales.

La novela “El doble” [2] de Fiodor Dostoievski es  un ejemplo significativo  donde los mecanismos de poder son ejercidos dentro mismo del discurso, dada su configuración dialógica[3]. Dentro de este universo en el que se mueven los personajes, tres voces configuran la identidad de Goliadkin: su propia voz, la de su doble, y la voz del narrador, la cual ideológicamente se encuadra en una crítica hacia el aparato del estado, y dialoga con el personaje, quien ocupa un lugar dentro de la administración pública. Por lo tanto en este nivel dialógico podremos observar cómo la voz del personaje es acallada. A su vez, Goliadkin ejerce el poco poder que tiene sobre su sirviente, Petruschka, quien es sometido por su amo y termina renegando de él. Las relaciones que se establecen entre Goliadkin y su doble, configuran también las relaciones de poder que se establecerán entre Goliadkin y su sirviente, es decir, cuando el primero sea menospreciado por su doble, este menosprecio recaerá sobre su sirviente. La voz del narrador conlleva una carga ideológica difícil de ignorar y, como tal constituye un núcleo de poder dentro de la configuración de la historia.

Es a partir del concepto de poder acuñado por el filósofo Foucault, que analizaremos la novela “El doble”, donde la escisión del sujeto  es producto de la opresión de la sociedad, que se manifiesta en la presión ejercida sobre las  intenciones de progreso y ascenso, de valoración de los prójimos, y también por el deseo sexual subyugado y a la vez coartado por una posición social a la que no puede pertenecer. Este hombre enajenado se encuentra en lucha con el poder de los discursos, con el poder de sus rivales que viven en sus palabras; crea y recrea incansablemente un monstruo que es concebido  en el seno de lo real: el otro idéntico. La locura, el verdadero drama de la locura se manifiesta cuando tanto el significante y el significado se estabilizan en la metáfora de ese enemigo mortal.

Es entonces que pretendemos demostrar que Goliadkin, figura paradigmática del hombre moderno, nace en el seno de una sociedad  que lo pone en estado de crisis, un hombre que es arrancado de su condición jerárquica y desvalorizado en su vida cotidiana y que, acorralado, transita hacia la locura,  su forma de construir una razón para la sin-razón, una explicación natural a un fenómeno social que le resulta incomprensible.

La primera voz que aparece es quizá la más clara y por cierto, la que con mayor frecuencia distinguimos; se trata de la voz del deseo. Goliadkin es un ser que desea, y este hecho lo marca tangencialmente, ya que no es solamente un ser que ha puesto sus esperanzas en un futuro mejor, sino que, además, vive pendiente de que los demás lo acepten en ese círculo al que desea acceder:

“-¡Setecientos cincuenta rublos en billetes! –Dijo al cabo con voz que parecía un murmullo-. ¡Setecientos cincuenta rublos!... ¡Notable suma! ¡Agradable suma! –Prosiguió con voz trémula y algo debilitada por el gozo, apretujando entre sus manos el fajo y sonriendo con intención-. ¡Una suma agradable para cualquiera! ¡A ver quién no la juzga así! Con una suma como ésta puede uno ir muy lejos…” [4]

El dinero que Goliadkin cuenta escondido cuando Petrushka, su sirviente,  se ha ido, no es únicamente una fuente de felicidad en la medida que puede ser gastado, es, además, el vehículo para ser objeto de la mirada y la aprobación de los otros. Esta voz pertenece a la de una clase social que puja por el ascenso y también por la aceptación de la clase superior, es decir, por el afán de hacerse pasar por lo que no es. Dice Bajtín que el capitalismo creó condiciones para que se dé la existencia de un tipo de conciencia solitaria, y es en la representación de esta conciencia donde los sufrimientos  y humillaciones se hacen visibles, pero donde ella misma se convierte en  soledad orgullosa, pues, a la vez, no puede vivir sin el reconocimiento de los otros. [5] En efecto, es ante el orgullo de esta clase desterrada donde “nuestro héroe”, como lo denomina el narrador a Goliadkin[6], se encuentra paralizado, pues sus deseos frustrados de ascenso social, lo llevan a no saber cómo comportarse ante sus superiores: “-¿Le saludo o no? ¿Respondo de algún modo o no? ¿Admito que soy yo o no? –pensaba nuestro héroe con indecible angustia…” [7] Dirigiéndose a un convite donde tiene puestas esperanzas de ascenso si consigue la mano Klara Olsufievna, la pretendida hija de su jefe, duda y cambia de camino, para dirigirse a un médico que conoce hace apenas una semana, y en ese contexto se cruza en el camino  con Krestyan Ivanovich, superior en jerarquía en la oficina.

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