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El mercader y el genio


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2018  •  Ensayos  •  699 Palabras (3 Páginas)  •  1.109 Visitas

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El mercader y el genio

Señor en otros tiempos hubo un mercader muy rico en esclavos, tierras, oro, joyas y mercancías de toda especie. Teniendo que viajar para una asunto  de su comercio, se aprovisiono en abundancia de galletas y dátiles con que alimentarse durante la travesía del desierto.

Finiquitados satisfactoriamente sus negocios, emprendió el regreso a su casa. Al cuarto día de esta última etapa. Los rayos del sol calcinaban las arenas. Apartándose un tanto de su ruta, busco un oasis divisado no lejos de allí.

De entre los arboles escogió un gran nogal en las proximidades del cual vio una fuente cristalina. Se apeó y a la fresca sombra del nogal dio cuenta del resto de provisiones que  le quedaba .Los huesos de los dátiles los arrojaba a su alrededor.

Luego, se lavó el rostro, las manos y los pies, y como buen musulmán, se prosterno para recitar sus oraciones.

Se  hallaba en esa posición cuando se le apareció un genio de estatua colosal, el que esgrimía un descomunal alfanje. Por sus ojos salió fuego al decir al espantado mercader:

Álzate del suelo. Voy a matarte como tú lo acabas de hacer con mi hijo.

Cogió al pobre hombre por los cabellos, lo arrojo a la tierra y levanto su arma para descargarla sobre el cuello del mercader.

¡Piedad, piedad – suplico este - ¿cómo pude cometer el crimen de que me acusas si ni siquiera he visto a tu hijo?

¿Niegas haber arrojado los huesos de los dátiles? vociferó el Genio.

Ciertamente lo he hecho –repuso el hombre-; no puedo negarlo. ¿Eso, ¿Qué tiene que ver?

Pues, mi hijo que pasaba cerca de ti recibió el golpe de uno de los huesos en un ojo y resulto muerto en el acto. Tú, su asesino, pagaras con tu propia vida.

¡Misericordia, señor!- suplico  el pobre hombre, desesperado. – si es que mate a tu hijo, fue sin saberlo ni desearlo. Ten piedad de mí, y perdóname.

Cuando el alfanje se levantaba sobre su cuello, dio un grito desesperado y dijo:

¡Deteneos y escuchadme una palabra! Ya que de todas maneras dispondrás de mi vida, concédeme una merced. Dejad en suspenso mi ejecución hasta que pueda despedirme en mi familia y poner mis cosas en orden. Después, juro ante el dios del cielo que regresare a este mismo lugar, dispuesto a someterme a vuestra voluntad. ¿Cuánto tiempo necesitas para ello?- pregunto el genio. Un año. Cumplido ese plazo aquí me encontraras, al pie de este mismo nogal.  Está  bien- convino el genio-. Pero no olvides que lo has jurado ante Dios.

Llegado a su casa, el mercader, al que su familia acogió con gran alegría, rompió en llanto y sollozos lo hacían estremecerse entero. Al enterarse los suyos de lo acontecido y del juramento formulado, su alegría se convirtió en llanto y amargura.

El mercader arreglo sus asuntos: pago sus deudas, repartió limosnas entre los pobres, obsequio a sus amigos y parientes, concedió la libertad a sus esclavos y la cuantiosa fortuna la distribuyo entre sus hijos. ¿Cómo describir- la penosa escena de la separación, cumplido el fatal plazo? La familia no quería separarse de él y les rogaban les permitiera acompañarlo y sufrir su misma suerte.  Consiguió, al fin, el mercader desprenderse de sus brazos, dirigiéndose al oasis.

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