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El portazo y el cambio de trajes como símbolos de la transformación del personaje principal en Casa de muñecas


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2015  •  Ensayos  •  1.879 Palabras (8 Páginas)  •  293 Visitas

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El portazo y el cambio de trajes como símbolos de la transformación del personaje principal en Casa de muñecas[a]

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Henrik Johann Ibsen fue un dramaturgo noruego y una de las figuras más importantes del teatro europeo. Una de sus obras más representativas es Casa de muñecas, drama en tres actos escrito en 1879[b]. Pertenece al Realismo[c], corriente literaria caracterizada por brindar fiel testimonio de la realidad. La obra cuestiona la opresión de la mujer dentro del matrimonio, y abarca múltiples temas, como la opresión, la autorrealización, el machismo y, fundamentalmente, la liberación moral de la mujer[d]. Con este último se relaciona la transformación de los personajes, que puede ser patentizada en la obra a través de los símbolos[e].

Respecto al símbolo, es definido por Fernández[f] como “una especie de alegoría (…) que lleva inherente un significado determinado”[1]. Necesita de un espacio cultural de significación para poder ser interpretado, al que Lotman (en García, 2012) denomina “semiósfera”.[2] En ese sentido, el enfoque con el que desarrollaré el ensayo es (además de literario) social y psicológico, puesto que la estructura social de la época (semiósfera) influye en el modo en el que el personaje principal es presentado, y en lo psicológico, también son determinantes las actitudes que este asume en la trama.

Por consiguiente, la tesis[g] que sustentaré en el ensayo responde a: ¿En qué medida los símbolos el portazo y el cambio de trajes presentes en Casa de muñecas evidencian la transformación del personaje principal? Así, desarrollaré dos argumentos que demuestran que el cambio de trajes y el portazo son la representación subjetiva de la transformación de Nora: la protagonista[h].

En primer lugar, el cambio de trajes representa tanto la ruptura de una convivencia basada en apariencias como la purificación de Nora, donde el traje o disfraz encubre la insatisfacción que siente dentro de su matrimonio. [i]A lo largo de la obra se representa la historia de un matrimonio aparentemente feliz, el cual dispone de una casa, hijos, y economía suficiente para subsistir sin preocupaciones[j]: “[Nora:] ¡Oh, si supieras qué época tan feliz la de estos últimos ocho años![3]. [k]Así, Nora aparenta esta armonía familiar mediante el disfraz con el propósito de mostrar una buena imagen de su familia ante la sociedad, ya que en la época en la que se basa la obra la percepción que tenían terceros sobre una familia en particular era importante. [l]No obstante, bajo el disfraz se oculta la insatisfacción, [m]sentimiento que se gesta en Nora durante sus ocho años de convivencia y se alimenta mediante la superficialidad del matrimonio y la pobreza moral de su cónyuge: la relación matrimonial de Nora y su esposo (Torvaldo Helmer) se limitaba a un intercambio de afecto y apelativos; sin embargo, la pareja nunca aborda temas serios: “[Nora:] (…) nunca hemos cambiado una palabra formal acerca de un tema importante[4], puesto que el rol conyugal-maternal de Nora es relegado a complacer con piruetas los caprichos del marido o jugar con sus hijos: “Encontraba gracioso que jugaras conmigo tú, como cuando yo juego con ellos [nuestros hijos] lo encuentran gracioso. Ya ves lo que ha sido nuestra unión, Torvaldo[5]. Se abstrae así la superficialidad de su matrimonio, lo cual no le permite a la protagonista desempeñar con seriedad o plenitud su papel de madre y esposa: “[Nora:] A vosotros incumbe la responsabilidad que yo no sirva para nada[6]. Por otro lado, tras leer la carta de Krogstad comunicándole la estafa cometida por su mujer, Helmer demuestra su remarcado egocentrismo al inculparla por el riesgo que podría amenazar su imagen personal: “(…) puedo quedar reducido a nada (…) por la ligereza de una mujer[7]. Nora no ve recompensado entonces su sacrificio, pues precisamente el objetivo de tal estafa fue salvar la vida de su esposo, quien, lejos de avalarla, muestra total indiferencia. De este modo, la insatisfacción de Nora se intensifica y la impulsa a reconocer la realidad: “Jamás [fui feliz]. He creído serlo; pero no lo he sido nunca[8] y quitarse el disfraz definitivamente: “[Helmer:] ¿Para qué te encaminas a tu cuarto? [Nora:] Para quitarme este traje de máscara[9]. Es así como el cambio de trajes representa la catarsis o purificación de Nora, pues se quita el disfraz manchado de falsedad e insatisfacción para purificarse con el traje habitual, que porta la verdad y la determinación necesarias para abandonar la casa de muñecas: “Esta noche me siento más segura de mí que nunca[10]. En síntesis, el argumento demuestra que el símbolo del cambio de los trajes representa la ruptura de una convivencia basada en apariencias, donde los afectos de insatisfacción se multiplican bajo la sombra del disfraz y se revelan después para lograr la purificación.

En segunda instancia, el portazo al final de la obra busca representar la transición de la protagonista del mundo tradicional al mundo moderno o liberal.[n] Escuchamos el portazo en: “[Acotación:] Se oye afuera el ruido de la puerta al cerrarse[11]. El símbolo puerta posee dos connotaciones diferentes. En un primer momento, representa de por sí una clara barrera entre dos mundos dicotómicos y antitéticos: la casa (lo bueno) y el exterior (lo desconocido). Se dice “bueno” debido a que durante los ocho años de matrimonio Nora cree ingenuamente que en su hogar lo tiene todo: “[Nora:] (…) Yo tengo tres niños hermosos (…) ¿Sabes la felicidad que hemos tenido estos días? (…) Es una verdadera delicia tener mucho dinero y hallarse libre de preocupaciones[12]. Sin embargo, mediante la entrega de la carta por parte de Krogstad (hecho culminante), se desencadena el clímax y Nora descubre los verdaderos afectos de Helmer al peligrar su status social: “¡Desgraciada! (…) Acabas de destruir mi felicidad, de aniquilar todo mi porvenir[13]. Este descubrimiento da origen a un momento de anagnórisis para Nora, en el que se percata que ha vivido sometida a la voluntad del marido: “[Nora:] Lo arreglabas todo a tu gusto,  del cual participaba yo (…)[14]. En este segundo momento, la dicotomía bueno-desconocido que antes connotaba la puerta se revierte, hasta el punto en el que la casa torna a ser lo desconocido y el exterior, la anhelada libertad (causando así un interesante efecto de cambio brusco y paradójico de perspectivas en los espectadores): “No puedo pasar la noche bajo el techo de un extraño[15]; es así que Nora reconoce que para alcanzar la autorrealización y libertad es necesario marcharse: “Quiero irme enseguida[16]. Por ello, con el portazo, Nora abandona e impone con toda liberalidad su propia ideología: “Ante todo soy un ser humano con los mismos derechos que tú (…) ya no puedo pararme a pensar en lo que dicen los hombres ni en lo que se imprime en los libros.[17], y rompe definitivamente la institución básica de la sociedad tradicional: el matrimonio: “[Nora:] Toma, ahí tienes tu anillo; devuélveme el mío[18]. Este hecho es probablemente el más polémico de la obra, pues causó revuelo en la sociedad eminentemente tradicional de Ibsen, a la vez que favoreció la prevalencia de los derechos femeninos. Gracias a él, Nora se consolida como un personaje verdaderamente liberal dentro de la literatura, logrando un grado de liberalidad que quizá otros renombrados personajes femeninos, como Emma Bovary o la controversial Ana Ozores, no pudieron alcanzar. En resumen, el argumento demuestra que el portazo de Nora le permite discurrir a través de estancias diferentes: de la tradicional a la liberal.

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