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Ensayo del libro Bani de Gregorio G. Billini.

DhianaPerezEnsayo28 de Febrero de 2016

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       Ensayo del libro Bani de Gregorio G. Billini.

  Nombre: Dhiana Pérez.

Curso: 3ro C.

Numero: 23.

Profesor: Salomón Bastardo.

Colegio: Arroyo Hondo.

Fecha: 5/11/2015

Bani o Engracia y Antoñita es un libro que refleja las costumbres del pueblo de Bani tales como la preparación de fiestas y la realización de juegos; y se expande también hacia la crítica del fraccionamiento político y social de ese entonces. Así como también de amistades y sus complicaciones, y  de cómo nace el amor instantáneo de Engracia hacia Enrique Gómez.

  • ¿Quién era Engracia y cuales características la destacaban?
  • ¿Cómo llegó Enrique Gómez a su vida?
  • ¿Cuáles sentimientos mostró Enrique hacia ella?

Engracia era una joven de diez y ocho años de edad, que vivía tranquila y dichosa en su casita blanca, donde aun vivían su madre y sus hermanas.  Ella era buena, pura de intenciones, hacendosa, bella, retozando en el jardín de sus mejillas el sonrojado pudor, con sus ojos verdes como las yerbitas que nacen a la orilla del arroyuelo de Peravia; con sus facciones finas y agraciadas; con su cabellera casi rubia y abundante; se mantenía candorosa y llena de juventud.

Engracia no era tan exigente, ni mucho menos tenía el orgullo que en ciertos casos aparentaba tener aquella, pero la verdad es que amaba sin ostentación, con extremos, a las personas de sus afectos.

Ella era conocida por su modestia, por el eco dulce de su voz y por sus maneras apacibles, los de su familia y en la vecindad le decían Graciadita. 

Un día Engracia, leyendo en alta voz, exclamo “¡Cuando yo de el aroma de mi corazón como el da el perfume de sus flores, y cuando me den a mí el que deba ser mío, yo me aplicare aquel versículo del “Cantar de los Cantares” que me enseño Antoñita.”

Decía Engracia este versículo de la Biblia, quien se hallaba sola en la salita de su casa, junto a la mesa en donde había colocado el tiesto lleno de tierra que daba vida a las raíces del heliotropo, ya olvidaba que la pudieran oír, la exclamación de algunas palabras y los pasos de un hombre del lado de la calle, muy cerca de donde ella estaba, la despertaron de su arrobamiento.

Al sentir esa exclamación y esos pasos estremecida de miedo, se encogió de hombros, y bañada de una sonrisa, abrió sus grandes ojos verdes, y con el dedo índice puesto en el labio, se quedo en el sitio, silenciosa y contraída, como si la hubieran descubierto al cometer un delito.

Corrió sin darse cuenta a la puerta de la calle que había permanecido cerrada, y movida por ese impulso violento, la abrió.

Un apuesto joven estaba de pie, como quien ansioso esperaba que le abrieran esa puerta, en la calzada de la vecina del frente.

Este joven que no carecía de elegancia, y trajeado de blanco esa tarde, era Enrique Gómez

En este encuentro Engracia, al mismo tiempo que Enrique, lleno de emoción se dijo “¡Es ella! ¡Es ella!” y con una sonrisa que significaba grata sorpresa, esperanza y satisfacción, le hizo un saludo silencioso pero expresivo: aquella inclinación de cabeza que encerraba todo un mundo de sentimientos.

Lo que sintió Engracia al momento de saber que ese hombre la había oído era algo inexplicable.

La muchacha estaba dominada por esa impresión insólita, cuando Enrique la miro un poco, le quito un ramito, y volviendo a pensar en el significado de esa flor que encierra la frase: “yo te amo”, le pareció en aquel instante a su imaginación exaltada que la mano de Enrique se lo presentaba.

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