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Entremés Del Viejo Celoso


Enviado por   •  6 de Junio de 2015  •  561 Palabras (3 Páginas)  •  233 Visitas

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ENTREMÉS DEL VIEJO CELOSO

(Salen DOÑA LORENZA, y CRISTINA, su criada, y ORTIGOSA, su vecina.)

LORENZA. Milagro ha sido éste, señora Ortigosa, el no haber dado la vuelta a la llave mi duelo, mi yugo y mi desesperación. Éste es el primero dia, después que me casé con él, que hablo con persona de fuera de casa. ¡Que fuera le vea yo desta vida a él y a quien con él me casó!

ORTIGOSA. Ande, mi señora doña Lorenza, no se queje tanto, que con una caldera vieja se compra otra nueva.

LORENZA. Y aun con esos y otros semejantes villancicos o refranes me engañaron a mi. ¡Que malditos sean sus dineros, fuera de las cruces, malditas sus joyas, malditas sus galas, y maldito todo cuanto me da y promete! ¿De qué me sirve a mi todo aquesto, si en mitad de la riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia, con hambre?

CRISTINA. En verdad, señora tia, que tienes razón; que más quisiera yo andar con un trapo atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que yerme casada y enlodada con ese viejo podrido que tomaste por esposo.

LORENZA. ¿Yo le tomé, sobrina? A la fe, diómele quien pudo, y yo, como muchacha, fui más presta al obedecer que al contradecir; pero, si yo tuviera tanta experiencia destas cosas, antes me tarazara la lengua con los dientes que pronunciar aquel si, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años; pero yo imagino que no fue otra cosa sino que habia de ser ésta, y que las que han de suceder forzosamente, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga.

CRISTINA. ¡Jesús, y del mal Viejo! Toda la noche: «Daca el orinal, toma el orinal, levántate, Cristinica, y caliéntame unos paños, que me muero de la ijada; dame aquellos juncos, que me fatiga la piedra.» Con más ungüentos y medicinas en el aposento que si fuera una botica; y yo, que apenas sé vestirme, tengo de servirle de enfermera. ¡Pux, pux, pux, viejo clueco, tan potroso como celoso, y el más celoso del mundo!

LORENZA. Dice la verdad mi sobrina.

CRISTINA. ¡Pluguiera a Dios que nunca yo la dijera en esto!

ORTIGOSA. Ahora bien, señora doña Lorenza; vuestra merced haga lo que le tengo

aconsejado, y verá cómo se halla muy bien con mi consejo. El mozo es como un ginjo verde; quiere bien, sabe callar y agradecer lo que por él se hace; y pues los celos y el recato del viejo no nos dan lugar a demandas ni a respuestas, resolución y buen ánimo:

que, por la orden que hemos dado, yo le pondré al galán en su aposento de vuestra merced y le sacaré, si bien tuviese el viejo más ojos que Argos y viese más que un zahori, que dicen que vee siete estados debajo de la tierra.

LORENZA. Como soy primeriza, estoy temerosa, y no querría, a trueco del gusto, poner a riesgo la honra.

CRISTINA. Eso me parece, señora tía, a lo del cantar de Gómez Arias:

«Señor Gómez Arias, Doleos de mí; Soy niña y muchacha,

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