Entremés Del Viejo Celoso
Ocotitla6 de Junio de 2015
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ENTREMÉS DEL VIEJO CELOSO
(Salen DOÑA LORENZA, y CRISTINA, su criada, y ORTIGOSA, su vecina.)
LORENZA. Milagro ha sido éste, señora Ortigosa, el no haber dado la vuelta a la llave mi duelo, mi yugo y mi desesperación. Éste es el primero dia, después que me casé con él, que hablo con persona de fuera de casa. ¡Que fuera le vea yo desta vida a él y a quien con él me casó!
ORTIGOSA. Ande, mi señora doña Lorenza, no se queje tanto, que con una caldera vieja se compra otra nueva.
LORENZA. Y aun con esos y otros semejantes villancicos o refranes me engañaron a mi. ¡Que malditos sean sus dineros, fuera de las cruces, malditas sus joyas, malditas sus galas, y maldito todo cuanto me da y promete! ¿De qué me sirve a mi todo aquesto, si en mitad de la riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia, con hambre?
CRISTINA. En verdad, señora tia, que tienes razón; que más quisiera yo andar con un trapo atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que yerme casada y enlodada con ese viejo podrido que tomaste por esposo.
LORENZA. ¿Yo le tomé, sobrina? A la fe, diómele quien pudo, y yo, como muchacha, fui más presta al obedecer que al contradecir; pero, si yo tuviera tanta experiencia destas cosas, antes me tarazara la lengua con los dientes que pronunciar aquel si, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años; pero yo imagino que no fue otra cosa sino que habia de ser ésta, y que las que han de suceder forzosamente, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga.
CRISTINA. ¡Jesús, y del mal Viejo! Toda la noche: «Daca el orinal, toma el orinal, levántate, Cristinica, y caliéntame unos paños, que me muero de la ijada; dame aquellos juncos, que me fatiga la piedra.» Con más ungüentos y medicinas en el aposento que si fuera una botica; y yo, que apenas sé vestirme, tengo de servirle de enfermera. ¡Pux, pux, pux, viejo clueco, tan potroso como celoso, y el más celoso del mundo!
LORENZA. Dice la verdad mi sobrina.
CRISTINA. ¡Pluguiera a Dios que nunca yo la dijera en esto!
ORTIGOSA. Ahora bien, señora doña Lorenza; vuestra merced haga lo que le tengo
aconsejado, y verá cómo se halla muy bien con mi consejo. El mozo es como un ginjo verde; quiere bien, sabe callar y agradecer lo que por él se hace; y pues los celos y el recato del viejo no nos dan lugar a demandas ni a respuestas, resolución y buen ánimo:
que, por la orden que hemos dado, yo le pondré al galán en su aposento de vuestra merced y le sacaré, si bien tuviese el viejo más ojos que Argos y viese más que un zahori, que dicen que vee siete estados debajo de la tierra.
LORENZA. Como soy primeriza, estoy temerosa, y no querría, a trueco del gusto, poner a riesgo la honra.
CRISTINA. Eso me parece, señora tía, a lo del cantar de Gómez Arias:
«Señor Gómez Arias, Doleos de mí; Soy niña y muchacha, Nunca en tal me vi.»
LORENZA. Algún espíritu malo debe de hablar en ti, sobrina, según las cosas que dices.
CRISTINA. Yo no sé quién habla; pero yo sé que haría todo aquello que la señora Ortigosa ha dicho, sin faltar punto.
LORENZA. ¿Y la honra, sobrina? CRISTINA. ¿Y el holgamos, tía? LORENZA. ¿Y si se sabe?
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