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Fausto era un venerable anciano


Enviado por   •  16 de Enero de 2013  •  Resúmenes  •  8.594 Palabras (35 Páginas)  •  416 Visitas

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INVOCACIÓN

De nuevo os acercáis, figuras vacilantes, que flotasteis antaño ante mi turbia mirada. ¿Intentará ahora deteneros? ¿Podrá mi corazón sentirse de nuevo inclinado hacia las ilusiones de otros tiempos? ¡Como os apretujáis! Pues bien, venid, acercaos mientras os veo subir entre húmedas nubes; mi pecho se estremece juvenilmente por el mágico aliento que envuelve vuestro cortejo.

Traéis la imagen de días felices; más de una sombra querida se destaca como animada por una antigua leyenda ya medio olvidada, y con ellas suben mi primer amor y mi primera amistad; renuévase también mi dolor y mi queja por el curso del confuso laberinto de la vida; nombra a todos los buenos que, engañados por la falsedad de las horas dichosas se desvanecieron ante mi vista.

No escuchan los cantos que aquí siguen, las almas a las que fui el primero en dirigirme, ¡ay! Ya se ha dispersado aquel alegre grupo al extinguirse el primer eco del cortejo. Mi lamento sólo vibra para una multitud desconocida, cuyos aplausos únicamente contribuyen a oprimirme el corazón; todos los que antaño se complacían en mi canto, si es que existen, vagan dispersos por el mundo.

Se apodera de mi la nostalgia, ya desde hace tiempo olvidada, de aquel reino del espíritu, grave y sereno; mi canción flota en tonos vacilantes y torpes, a semejanza de un arpa eólica; me sobrecoge un estremecimiento; corren mis lágrimas una tras otra, y el corazón, hasta aquí tan severo, se siente inclinado a una dulce blandura… Veo cómo en lontananza todo cuanto poseo y lo que se fue vuelve a mí en forma de realidades.

PROLOGO EN EL CIELO

(EL SEÑOR, las potestades celestiales. Después MEFISTOFELES. Aparecen los TRES ARCANGELES)

RAFAEL: Según su antigua costumbre, el sol suena, compitiendo con el canto alternado de las esferas fraternales, y su itinerario prescrito finaliza con el retumbar del trueno. Su mirada da fortaleza a los ángeles; aún cuando ninguno puede comprenderla; y las obras incomprensibles son tan elevadas como el primer día de la creación.

GABRIEL: Y ved con qué incomprensible rapidez gira el esplendor de la tierra a su alrededor; y cómo el resplandor paradisíaco alterna con la profunda y tétrica noche. Espumea el mar en anchos cauces sobre el profundo lecho de las rocas, y mar y peñascos son arrastrados en el curso eterno y rápido de las esferas.

MIGUEL: Y las tempestades rugen a porfía, del mar a la costa, de la costa al mar; y en su furia, forman una cadena de efectos imprevisibles alrededor. El resplandor del rayo alumbra el camino del trueno… Sin embargo, Señor, tus mensajeros veneran el tranquilo curso de tu día.

LOS TRES A CORO: Esta visión infunde fuerza a los ángeles, aún cuando ninguno de ellos te pueda comprender; y todas las obras sublimes son excelsas como el primer día de la creación.

MEFISTOFELES: Señor, puesto que vuelves a acercarte una vez más a ti mismo e interrogas qué acontece ante nosotros, me observas todavía en medio de los tuyos tal como antaño solías verme con agrado. Perdóname pero no se hilvanar palabras altisonantes, aunque se burle de mi todo este séquito; tengo la seguridad de que mis alabanzas provocarían tu risa, si no hubieras perdido el hábito de reírte. Nada puedo decir del sol ni de los mundos.

EL SEÑOR: No tienes nada más que decirme, siempre vienes con quejas.

En medio de esta conversación, surge el nombre de Fausto, el diablo insiste en ganar su alma, Dios accede.

LA NOCHE

Una estancia gótica, estrecha y de elevada bóveda. FAUSTO, inquieto, sentado en un sillón delante de un pupitre.

FAUSTO.-Con ardiente afán ¡ay! estudié a fondo la filosofía, jurisprudencia, medicina y también, por mi mal, la teología; y héme aquí ahora, pobre loco, que no sé más que antes. Me titulan maestro, me titulan hasta doctor y cerca de diez años ha llevo de nariz a mis discípulos, de acá para allá, a diestro y siniestro... y veo que nada podemos saber. Esto llega casi a consumirme el corazón. Verdad es que soy más entendido que todos esos estultos, doctores, maestros, escritorzuelos y clérigos de misa y olla; no me atormentan escrúpulos ni dudas, no temo al infierno ni al diablo... pero, a trueque de eso, me ha sido arrebatada toda clase de goces. No me figuro saber cosa alguna razonable, ni tampoco imagino poder enseñar algo capaz de mejorar y convertir a los hombres. Por otra parte, carezco de bienes y caudal, lo mismo que de honores y grandezas mundanas, de suerte que ni un perro quisiera por más tiempo soportar semejante vida. Por esta razón me di a la magia, para ver si mediante la fuerza y la boca del Espíritu, me sería revelado más de un arcano, merced a lo cual no tenga en lo sucesivo necesidad alguna de explicar con fatigas y sudores lo que ignoro yo mismo, y pueda con ello conocer lo que en lo más íntimo mantiene unido al universo, contemplar toda fuerza activa y todo germen, no viéndome así precisado a hacer más tráfico de huecas palabras. ¡Oh luna que brillas en toda tu plenitud! ¡Ojalá vieras por vez postrera mi tormento! Tú, a quien tantas veces a la medianoche esperaba yo velando junto a este pupitre; entonces, inclinado sobre papeles y libros, te me aparecías, triste amiga mía. ¡Ah! ¡Si a tu dulce claridad pudiera al menos vagar por las alturas montañosas o cernerme con los espíritus en derredor de las grutas del monte, moverme en las praderas a los rayos de tu pálida luz, y, libre de toda densa humareda del saber, bañarme sano en tu rocío! ¡Ay de mí! ¿Todavía estoy metido en esa mazmorra? Execrable y mohoso cuchitril, a través de cuyos pintados vidrios se quiebra mortecina la misma grata luz del cielo. Estrechado por esa balumba de libros roídos por la polilla, cubiertos de polvo, y a cuyo alrededor, llegando hasta lo alto de la elevada bóveda, se ven pegados rimeros de ahumados papeluchos; cercado por todas partes de redomas y botes; atestado de aparatos e instrumentos; abarrotado de cachivaches, herencia de mis abuelos... iHe aquí tu mundo! ¡Y a eso se llama un mundo! ¿Y aún preguntas por qué tu corazón se oprime ansioso en tu pecho, por qué un dolor indecible paraliza en ti todo movimiento vital? En lugar de la naturaleza viviente en cuyo seno creó Dios a los hombres, sólo ves en torno tuyo esqueletos de animales y osamentas de muertos, todo confundido entre el humo y la podredumbre. ¡Ea! ¡Fuera de aquí! ¡Huye al dilatado campo! ¿Acaso no es para ti suficiente sal vaguardia este misterioso libro de la propia mano de Nostradamus? Entonces conocerás el curso de los astros, y si la Naturaleza te alecciona, entonces se te descifre aquí los sagrados signos. ¡Vosotros espíritus que espíritu a otro espíritu. En vano es que la árida meditación te descifre aquí los sagrados signos. Vosotros espíritus que flotáis junto a mí, respondedme, si oís mi acento! (Abre el libro y ve el signo del Macrocosmos). ¡Ah! ¡Qué deleite invade súbitamente todos mis sentidos a la vista de este signo! Siento circular por mis nervios y venas, otra vez enardecida una nueva y santa dicha de vivir. ¿Fue un dios quien trazó estos signos que claman el hervor de mi pecho, llenan de gozo mi pobre corazón, y mediante un misterioso impulso descubren en torno mío las fuerzas de la Naturaleza? ¿Soy un dios? ¡Todo se hace para mí tan claro! En estos simples rasgos veo expuesta ante mi alma la Naturaleza en plena actividad. Ahora por vez primera, comprendo lo que dice el Sabio: «El mundo de los espíritus no está cerrado; tu sentido está obtuso, tu corazón está muerto. ¡Animo, discípulo, baña sin descanso tu pecho terrenal en los rayos de la aurora!» (Contempla el signo.) ¡Cómo se entretejen todas las cosas para formar el Todo obrando y viviendo lo uno en otro! ¡Cómo suben y bajan las potencias celestes pasándose unas a otras los cubos de oro! Con alas que exhalan bendiciones, penetran desde el cielo a través de la tierra, llenando de armonía el Universo entero. ¡Qué espectáculo! Mas ¡ay! ¡un espectáculo tan sólo! ¿Por dónde asirte, Naturaleza infinita? ¿Cómo coger tus pechos, manantiales de toda vida, de quienes están suspendidos el cielo y la tierra, y contra los cuales se oprime el lánguido seno? Os mostráis repletos, ofrecéis el sustento que mana de vosotros, ¿y yo me consumiré así en vano? (Vuelve con despecho la hoja del libro, y percibe el signo del Espíritu de la Tierra.) ¡Cuán diversamente obra en mi ser este signo! Estás más cerca de mí, Espíritu de la Tierra; siento ya más exaltadas mis fuerzas y hállome enardecido, como si fuera por efecto del vino nuevo. Siéntome con bríos para aventurarme en el mundo, para afrontar las amarguras y dichas terrenas, para luchar contra las tormentas y permanecer impávido en medio de los crujidos del naufragio. Las nubes se acumulan sobre mí... Ia luna vela su luz... mi lámpara se amortigua. Exálanse vapores... rojas centellas surcan el aire en derredor de mis sienes... un frío estremecimiento baja como un soplo desde la bóveda y se apodera de mí. Bien lo veo: eres tú que flotas en torno mío, Espíritu que yo imploro. ¡Muéstrate a mi vista! ¡Ah! ¡cómo se sobresalta mi corazón! Todos mis sentidos pugnan por abrirse a nuevas impresiones. Siento cómo mi corazón se te entrega por completo. ¡Aparece! ¡aparece! Preciso es, aunque me cueste la vida.

ANTE LA PUERTA DE LA CIUDAD

Fausto era un venerable anciano, Doctor, de larga barba blanca, había estudiado mucho durante toda su vida, sabía todo lo que decían los libros escritos por los hombres, tales eran los conocimientos que podía invocar espíritus mediante fórmulas de magia, pero no estaba satisfecho con sus conocimientos.

Estudiaba y hacía experimentos en una habitación de bóveda elevada y de paredes oscuras. Solía pasear con uno de sus discípulos por las afueras de la ciudad. Fausto desde muy joven, ayudaba a su padre. Cuando se declaró la peste en su ciudad, ambicionaba la posesión de nuevos conocimientos y la contemplación de nuevos paisajes.

Su discípulo trataba de disuadirle de sus pensamientos. Pero al ver que su maestro seguía contemplando el horizonte, soñando al parecer con sus quimeras. Su discípulo le dice que la noche ya se acerca y deben retirarse. Fausto ya no miraba el horizonte, por el contrario sus ojos se fijaban con insistencia en los sembrados envueltos en la penumbra por donde vaga un extraño perro negro.

FAUSTO: - ¿Ves aquel perro negro, que vaga por entre los sembrados y el rastrojo?

Lentamente el perro se fue acercando a ellos hasta encontrarse a pocos de distancia.

Los espíritus detrás de la puerta hacían oír un murmullo lejano. Mefistófeles era prisionero de Fausto. Nada notó al entrar en forma de perro, pues saltó el umbral de un brinco; pero una vez dentro, el pie mágico, terror de los espíritus, impedía el paso.

Por otra parte, según el mismo declaró, era Ley para Diablo y fantasmas salir por dónde entraron, así pues no podían hacer uso de la ventana ni de la chimenea.

EL PACTO

Mefistófeles no tardó en volver al laboratorio del doctor. Estaba sumido en sus estudios, cuando se oyeron unos golpes en la puerta.

FAUSTO: - Entrad. ¿Quién es el que viene a importunarme de nuevo?

MEFISTOFELES: Yo.

FAUSTO: Entrad.

MEFISTOFELES: Debes decirlo por tercera vez.

FAUSTO: Pues entrad.

MEFISTOFELES: Yo voy a obedecer y cumplir cada uno de tus insignificantes mandatos, con tal de que cuando nos encontremos en el otro mundo tú hagas otro tanto conmigo.

FAUSTO: Trato cerrado.

Fausto y Mefistófeles emprenden su viaje. Mefistófeles extendió su capa roja y llegaron a Leipzig.

Llegaron a Leipzig, y allí entraron a una taberna.

- Primero vas a ver una alegre sociedad- le decía Mefistófeles a Fausto.

Los que bebían en la taberna comenzaron a cuchichear así.

- Quienes son los extranjeros- decían.

Mefistófeles empezó a cantar y al parecer la canción congració a los cuatro amigos.

¡Viva la libertad! ¡Viva el buen vino!

COCINA DE BRUJA

Al entrar en el albergue que servía de refugio a la bruja, vieron una enorme marmita colocada sobre las ascuas en un lugar muy bajo. Cuando hervía el contenido exhalaba un vapor en donde revoloteaban unas extrañas figuras

La mona cuidaba que no rebosara, por todas partes se veían extrañas herramientas, huesos de animales, pieles de lagartos y serpientes, plantas exóticas e innumerables cosas que le servían a la bruja para sus horribles mezclas.

Fausto el entrar dijo que le repugnaba este fantástico aparato.

- Puedes prometerme que recobraré la juventud en medio de tantas extravagancias.

La bruja con la cabeza baja respondió:

- Perdóname señor, el indigno recibimiento que os he hecho, sin embargo, no veo la mano de caballo, así como tampoco vuestros cuernos.

- Esta vez consiento en perdonarte, por el tiempo en que no nos hemos visto.

- Ya no se ven cuernos, colas ni garras.

- La hechicera, bailando con contorsiones extrañas cantaba.

- Estoy loca de alegría la verme visitada por el noble Satán.

- Pero decidme señores, ¿En que puedo complaceros?

- Danos un vaso del elixir que sabes

- Con mucho gusto.

Trazó un círculo haciendo dentro de él mil gestos extraños y colocando luego una buena cantidad de cosas extravagantes.

Por fin la bruja trajo un libro, coloco animales en el círculo para apoyar el libro en ellos y le hizo a Fausto un signo para que acercase.

MARGARITA

Volaron a una ciudad. Por una de sus calles Fausto vio a una joven rubia y extraordinariamente hermosa y quedó prendado de ella.

En ella también causó impresión Fausto, lleno de la reciente juventud adquirida por los poderes diabólicos de la bruja.

Mefistófeles se determino a perder el alma de Margarita, que así se llamaba la hermosa joven.

Mefistófeles tenía un plan. Se alejo y al regresar traía consigo un cofrecillo de plata. Acompañado de Fausto y sin que nadie los viera entraron en el aposento de la joven para dejar las joyas entro del armario y antes de que ella arribara tuvieron tiempo de huir, así mismo sin ser vistos.

Al llegar Margarita a su habitación notó en ella, un calor excesivo y el habiente pesado.

Mientras cantaba abrió el armario. Al ver el cofrecillo lanzó un pequeño grito de sorpresa.

- ¿Cómo puede estar aquí, esta preciosa caja?

- ¿Pero que contendrá?

Viendo la llavecita que colgaba de una cinta, la curiosidad la llevó a abrir la caja. Y descubrió las hermosas joyas que contenía, se quedó maravillada y quiso aun a pesar de todo lo que e dijeron quedarse con el cofrecillo. Poco después entabla una amistad con Fausto. Su alma estuvo descarriada, es encarcelada, una noche Fausto la va a sacar, ella esta muy débil y agonizando, no se va con Fausto y al final obtiene el perdón de Dios.

EL TESORO DEL EMPERADOR

Mefistófeles procuró hacer olvidar a Fausto de todas las penalidades pasadas. Lo trasladó a un ameno lugar, donde, tendido sobre el césped, florido, arrulló su sueño una legón de espíritus de graciosas formas flotando en la atmósfera.

Cantaban con el acompañamiento de melodiosas arpas. Los pequeños Elfos, marchan por ejemplares a donde el dolor les llama, para llevar un consuelo a cada corazón que sufre. Nada les importa que este sea inocente o culpable; porque todos tienen igual derecho a su piedad. ¡Elfos! Procurad calmar el dolor de su alma inquieta, colocad su cabeza en cojines de rosas y bañadla en olas de Leteo.

Cuando Fausto despertó de su agradable sueño, había salido el sol y los e espíritus habían desaparecido. Y él, olvidando todas sus penalidades pasadas, empezó una nueva vida en la que, Mefistófeles, por conquistar su alma, puso en sus manos toda la riqueza y el poder imaginables. Y he aquí que, Mefistófeles, se presentó ante el mismo trono del Emperador. Supo llegar oportunamente, porque acababa de morir el bufón imperial. Cayó por las escaleras y se lo acababan de llevar sin saber aún si estaba muerto o borracho.

Mefistófeles se presentó a ocupar su puesto. Los guardias habían querido impedirle la entrada, pero por sus ricos trajes excitó la admiración de todos y le dejaron paso.

Ardiéndose al pie del trono, dijo al Emperador.

- ¿Quién es, el que siempre maldito, y siempre bien recibido?

- ¿Quién es, el que no debe nunca ser invocado y aquel cuyo nombre se oye siempre con placer?

Contestaban otros, cuando los murmullos se acallaron, sonaron los clarinetes y comenzó el Consejo de Estado.

FILEMON Y BAUCIS

El emperador había prometido que premiaría los servicios de quien le ayudaría en su Mal, que al retirarse dejó fértiles tierras, que aumentaban las propiedades de Fausto.

Donde antes imperaban las aguas, era ahora verdes praderas, floridos jardines y un extenso pueblo.

También levantaron los obreros un palacio entre el follaje, día y noche trabajaban con espantoso estruendo, de noche brotaban chispas, estaba al día siguiente levantado un dique por el lugar por donde pasaba una ola incandescente, se había abierto un canal al romper el día.

De este modo, por medio de diabólicas artes, construía Fausto su palacio, y acrecentaba y enriquecía sus dominios. Pero había en ellos un bosque de tilos y una casita medio escondida entre ellos donde aún no habían podido llegar los recursos infernales de Fausto. Habitaban allí dos ancianos esposos que se llamaban Filemon y Baucis, que habían vivido largos años en aquel escondido lugar. Su piedad además del sonido de la campana que tenían los viejos irritaba y elevaba la furia de Fausto.

LA MUERTE DE FAUSTO

Fausto, aunque ciego y decrépito, aún tenía entusiasmo para realizar la obra más colosal del mundo, que no habían de ver sus ojos. Quería realizarla en el Gran Patio del Palacio, y a este efecto daba sus órdenes a Mefistófeles, que como inspector, las recibía.

- Vamos, decía, todos a la pala, al azadón, al mazo; y, no descuidéis la obra para que nuestro plan se ejecute. Cúmplase la obra más colosal del mundo, ya que basta un solo genio para dirigir más brazos.

Pero Mefistófeles tenía en secreto sus verdaderas intenciones, sabía cuan magna era la obra que sus obreros habían de realizar, mientras Fausto, ciego, no veía lo que los espectros u obreros hacían, Mefistófeles daba ordenes para cavar la fosa en donde Fausto había de ser enterrado.

Fausto deslizándose a tientas por entre las columnas, decía en voz alta:

- Cuanto me anima el sonido de las palas y azadones, inspector.

- Estoy a vuestras órdenes - respondió Mefistófeles.

- Procura reunir el mayor número posible de operarios, aliéntalos por medio de la recompensa y del castigo; paga, atrae y obliga. Quiero que me des un parte diario del estado de la obra del foso.

Mefistófeles a media voz comentaba:

- A ser cierto lo que se me ha dicho, no debe tratarse del foso sino de la fosa.

Fausto sin oír a Mefistófeles, continuaba:

- Hay una laguna al pie del monte que infesta al país conquistado, y secar aquel estanque pestilencial sería la conquista suprema. Abro espacios para que vengan a habitarlo millares de s eres en libre actividad de la existencia. Que haya en ellos verdes y fecundas campiñas; el hombre y sus rebaños se instalaran en las colinas, y feliz en el nuevo suelo, aumentará su población activa y laboriosa, me siento con fuerzas para consagrarme a esta idea, que es el complemento de la Sabiduría; solo es digno de la libertad y de la vida aquel que sabe conquistar día a día la una y la otra. La huella de mi vida debe quedar impresa en el mundo.

Al acabar de hablar así cayó Fausto sin sentido, los Lémures le recogieron para tenderle en el suelo.

F

I

N

Fausto, personaje semilegendario que hizo un pacto con el diablo para alcanzar la sabiduría. Si bien el Fausto literario se identificó en un principio erróneamente con Johann Fust, su verdadero inspirador fue al parecer un tal Johann Faust, que nació en Württemberg alrededor de 1480. Fue un universitario que se ganó la vida con la enseñanza, los conjuros y la buenaventura. A medida que viajaba de ciudad en ciudad, su fama aumentaba y se extendía, y las misteriosas circunstancias de su muerte (tras jactarse de haber vendido su alma al diablo) confirmaron su notoriedad. Martín Lutero atribuyó a Faust poderes diabólicos y para muchos no fue más que un charlatán y un embaucador. Otros sostienen que gozó del mecenazgo del arzobispo de Colonia a partir de 1532, y que murió siendo un hombre respetado. En cualquier caso, durante el siglo XVI se convirtió en protagonista de cuentos populares y aventuras maravillosas publicadas en Frankfurt por el librero Johann Spiesz bajo el título de Historia de Fausten (más conocido como el Fausto de Spiesz, 1587). De este modo, el pacto de Fausto con el diablo entró para siempre en la mitología popular. En la versión de Spiesz, Fausto compra juventud, sabiduría y poderes mágicos a cambio de su alma inmortal, y el demonio se compromete a servirle durante veinticuatro años.

La versión que Marlowe hace del mito de Fausto (La trágica historia del doctor Fausto hacia 1588) sigue fielmente el mito de Spiesz. En ella, Fausto pasa de orgulloso buscador del poder divino a penitente desesperado, y su arrepentimiento llega demasiado tarde para librarse del infierno. Fue sin embargo el dramaturgo y crítico alemán, Gotthold Lessing, quien exploró por primera vez la posibilidad de redimir a Fausto, en lugar de condenarlo. En el semanario Briefe, die neueste Literatur betreffend (Cartas sobre la literatura más reciente), editado por su amigo C.F. Nicolai, publica una escena de su fragmentaria obra dramática para ilustrar cómo Fausto podría salvarse si Dios reconociera su sincero afán de arrepentimiento. Esta idea sirvió de base al Fausto de Goethe (parte I, 1808; parte II, 1832), una obra de enorme repercusión que nos describe a Fausto como un filósofo racionalista dispuesto a arriesgarlo todo, incluso su alma, por ampliar el conocimiento humano, y que obtiene el perdón de Dios por la nobleza de sus intenciones.

Al margen de estas obras, el mito de Fausto ha sido objeto de numerosas versiones populares en teatro de guiñol, óperas y oberturas (de compositores como Gounod, Boito, Busoni, Spohr, Richard Wagner y Berlioz), novelas, obras de teatro y poemas (de Klinger, Chamisso, Grabbe, Lenau, Heine, Valéry y Thomas Mann), e incluso un film de animación (Fausto, de Svankmajer, 1994).

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán y una de las figuras señeras de la literatura alemana. La poesía de Goethe expresa una nueva concepción de las relaciones de la humanidad con la naturaleza, la historia y la sociedad; sus dramas y sus novelas reflejan un profundo conocimiento de la individualidad humana. La importancia de la obra de Goethe puede ser juzgada por la influencia que sus escritos críticos, su amplia correspondencia, su poesía, sus dramas y sus novelas ejercieron sobre los escritores de su época y sobre los movimientos literarios que él inauguró y de los que fue la figura principal. Según el crítico inglés del siglo XIX Matthew Arnold, Goethe debe ser considerado no sólo “el centro indiscutible de la literatura alemana, sino una de las figuras más versátiles de la literatura universal”.

ESTUDIOS E INFLUENCIAS

Goethe nació el 28 de agosto de 1749 en Frankfurt del Main, hijo de un funcionario del gobierno. De 1765 a 1768 estudió Derecho en la Universidad de Leipzig; allí empezó a interesarse por la literatura y la pintura y conoció las obras dramáticas de sus contemporáneos Friedrich Gottlieb Klopstock y Gotthold Ephraim Lessing. La influencia de estos autores y su amor por la hija de un comerciante de vinos, en cuya taberna solía cenar, se reflejan en su poesía más temprana y en sus primeras obras dramáticas. Entre estas obras primerizas se encuentran una comedia en verso de un acto, El capricho del enamorado (1767), y una tragedia en verso, Los cómplices (1768). Goethe enfermó en Leipzig y volvió a Frankfurt, donde, durante la convalecencia, estudió ocultismo, astrología y alquimia. A través de la influencia de una amiga de su madre, Katharina von Klettenberg, que era miembro del movimiento de reforma luterano conocido como pietismo, Goethe se introdujo en el misticismo religioso. De 1770 a 1771, estuvo en Estrasburgo para proseguir sus estudios de Derecho; además profundizó en los estudios de música, arte, anatomía y química.

ÚLTIMOS AÑOS

El periodo desde 1805 hasta su muerte en Weimar, el 22 de marzo de 1832, fue para Goethe muy productivo. En 1806 se casó con Christiane Vulpius. Los disturbios de la Revolución Francesa y las sucesivas campañas de las Guerras Napoleónicas no interrumpieron seriamente sus trabajos científicos y literarios. No se opuso a la guerra de liberación (1813-1815) llevada a cabo por los estados germánicos contra Napoleón, pero permaneció alejado de los esfuerzos patrióticos para unificar las distintas partes de Alemania en una sola nación; abogaba, en cambio, por el mantenimiento de pequeños principados regidos por déspotas benévolos.

De sus escritos entre 1805 y 1832, los más célebres son las novelas Las afinidades electivas (1809) y Los años de andanzas de Wilhelm Meister (1821, revisado en 1829); un relato de su viaje por Italia, Viajes italianos (1816); Poesía y verdad, su autobiografía (4 volúmenes, 1811-1833); una colección de magníficos poemas, Diván de Oriente y Occidente (1819), que intentan el maridaje del Este y el Oeste; y la segunda parte de su poema dramático Fausto (publicado póstumamente en 1832).

Fausto fue la obra que ocupó la larga vida de Goethe. Es una de las obras maestras de la literatura alemana y universal. No es sólo una reelaboración de la leyenda del erudito mago medieval Johann Faust, sino una alegoría de la vida humana en todas sus ramificaciones (véase también Fausto). Desde el punto de vista argumental y estilístico, la obra refleja el impresionante alcance de la evolución de Goethe desde los días rebeldes del periodo del Sturm und Drang hasta el clasicismo y la sabiduría sosegada de su madurez. Su énfasis en el derecho y el poder del individuo para indagar libremente en todos los asuntos humanos y divinos y para construir su propio destino justifica su reputación universal como primera gran obra de la literatura dentro del espíritu del individualismo moderno.

INVOCACIÓN

De nuevo os acercáis, figuras vacilantes, que flotasteis antaño ante mi turbia mirada. ¿Intentará ahora deteneros? ¿Podrá mi corazón sentirse de nuevo inclinado hacia las ilusiones de otros tiempos? ¡Como os apretujáis! Pues bien, venid, acercaos mientras os veo subir entre húmedas nubes; mi pecho se estremece juvenilmente por el mágico aliento que envuelve vuestro cortejo.

Traéis la imagen de días felices; más de una sombra querida se destaca como animada por una antigua leyenda ya medio olvidada, y con ellas suben mi primer amor y mi primera amistad; renuévase también mi dolor y mi queja por el curso del confuso laberinto de la vida; nombra a todos los buenos que, engañados por la falsedad de las horas dichosas se desvanecieron ante mi vista.

No escuchan los cantos que aquí siguen, las almas a las que fui el primero en dirigirme, ¡ay! Ya se ha dispersado aquel alegre grupo al extinguirse el primer eco del cortejo. Mi lamento sólo vibra para una multitud desconocida, cuyos aplausos únicamente contribuyen a oprimirme el corazón; todos los que antaño se complacían en mi canto, si es que existen, vagan dispersos por el mundo.

Se apodera de mi la nostalgia, ya desde hace tiempo olvidada, de aquel reino del espíritu, grave y sereno; mi canción flota en tonos vacilantes y torpes, a semejanza de un arpa eólica; me sobrecoge un estremecimiento; corren mis lágrimas una tras otra, y el corazón, hasta aquí tan severo, se siente inclinado a una dulce blandura… Veo cómo en lontananza todo cuanto poseo y lo que se fue vuelve a mí en forma de realidades.

PROLOGO EN EL CIELO

(EL SEÑOR, las potestades celestiales. Después MEFISTOFELES. Aparecen los TRES ARCANGELES)

RAFAEL: Según su antigua costumbre, el sol suena, compitiendo con el canto alternado de las esferas fraternales, y su itinerario prescrito finaliza con el retumbar del trueno. Su mirada da fortaleza a los ángeles; aún cuando ninguno puede comprenderla; y las obras incomprensibles son tan elevadas como el primer día de la creación.

GABRIEL: Y ved con qué incomprensible rapidez gira el esplendor de la tierra a su alrededor; y cómo el resplandor paradisíaco alterna con la profunda y tétrica noche. Espumea el mar en anchos cauces sobre el profundo lecho de las rocas, y mar y peñascos son arrastrados en el curso eterno y rápido de las esferas.

MIGUEL: Y las tempestades rugen a porfía, del mar a la costa, de la costa al mar; y en su furia, forman una cadena de efectos imprevisibles alrededor. El resplandor del rayo alumbra el camino del trueno… Sin embargo, Señor, tus mensajeros veneran el tranquilo curso de tu día.

LOS TRES A CORO: Esta visión infunde fuerza a los ángeles, aún cuando ninguno de ellos te pueda comprender; y todas las obras sublimes son excelsas como el primer día de la creación.

MEFISTOFELES: Señor, puesto que vuelves a acercarte una vez más a ti mismo e interrogas qué acontece ante nosotros, me observas todavía en medio de los tuyos tal como antaño solías verme con agrado. Perdóname pero no se hilvanar palabras altisonantes, aunque se burle de mi todo este séquito; tengo la seguridad de que mis alabanzas provocarían tu risa, si no hubieras perdido el hábito de reírte. Nada puedo decir del sol ni de los mundos.

EL SEÑOR: No tienes nada más que decirme, siempre vienes con quejas.

En medio de esta conversación, surge el nombre de Fausto, el diablo insiste en ganar su alma, Dios accede.

PRIMERA PARTE

CAPITULO I

LA NOCHE

Fausto era un venerable anciano y doctor de larga barba blanca.

Había estudiado mucho durante toda su vida; pero no estaba satisfecho de sus conocimientos. Estudiaba y hacía sus experimentos en una habitación de bóveda elevada y paredes oscuras. Los libros y los papeles llegaban hasta el techo, de manera que en su entorno no veía más que libros, cajas, vidrios e instrumentos.

Fausto, desde muy joven, ayudaba a su padre en especial cuando se declaró la peste en la ciudad; así que no es de extrañar que el anciano doctor fuera querido y respetado por todos. Pero nada satisfacía a Fausto.

Su discípulo trataba de disuadirle de sus pensamientos. Pero al ver que su maestro seguía contemplando el horizonte, soñando al parecer con sus quimeras.

Su discípulo le dice que la noche ya se acerca y deben retirarse. Fausto ya no miraba el horizonte, por el contrario sus ojos se fijaban con insistencia en los sembrados envueltos en la penumbra por donde vaga un extraño perro negro.

- ¿Ves aquel perro negro que vaga entre los sembrados y el rastrojo? – dijo Fausto dirigiéndose a su discípulo.

Lentamente el perro fue acercándose hasta encontrarse a unos pocos pasos de distancia. El discípulo acabó de convencer al maestro que hizo al perro indicaciones de que siguiera.

En esta conversación estaban cuando llegaron a la puerta de la ciudad. Fausto estaba turbado por los movimientos del animal.

- Estate quieto- exclamó Fausto – Échate detrás de la estufa y te daré mi mejor abrigo. ¡Perro no gruñas!

Sin saber el motivo, Fausto se sentía extraño en este momento, y para disipar sus eternas dudas quiso volver el Nuevo Testamento y se preparaba a traducirlo en alemán.

El perro acaso incomodo por las Palabras Sagradas, volvió a ladrar y a gritar.

- ¿Qué es lo que veo? – Exclamó Fausto - ¡Como se hincha este perro! Se eleva con fuerza y hasta ha perdido su primitiva forma.

Fausto en tanto ensayaba conjuros, para someter al espíritu, pero el monstruo quedaba inmóvil sin que los conjuros de Fausto le causaran daño alguno.

EL perro era ya como un elefante y llenaba el espacio. Al fin, fórmese una densa nube y de ella salió un hombre en traje de estudiante.

- ¿Cómo te llamas? – preguntó Fausto a su vez.

- Soy el espíritu que lo niega todo, y no sin motivo, para mi no hay más elemento, que el que vosotros conocéis con el nombre de mal. En una palabra me llamo Mefistófeles. Y ahora, ya que me conoces, ¿me dejarás por esta vez alejarme?

- De buena gana, aquí tienes, la ventana, la puerta y hasta la chimenea para salir.

- Hay un pequeño obstáculo que me impide la salida; el pie mágico en vuestro umbral.

Por otra parte y según el mismo declaró, era Ley para diablos y fantasmas salir por donde entraron.

Pero Mefistófeles adormeció a Fausto con la colaboración de los espíritus buscó un ratón que royendo el umbral de la puerta le dejara libre el paso.

CAPITULO II

EL PACTO

No tardó en volver Mefistófeles al laboratorio del viejo doctor, atormentado por las dudas y por las ambiciones.

Iba como un joven noble, con traje púrpura bordado de oro, con la e esclavina de raso al hombro, pluma en el sombrero y una larga y afilada espada al lado.

El diablo supo conducirlo en su conversación a hablar de sus ambiciones y de sus desengaños; Fausto maldijo al amor, la esperanza y a la paciencia.

- Escucha, escucha – dijo Mefistófeles, - te aseguro que tienen razón al aconsejarte que vayas al mundo, arrancándote de este tenebroso recinto. Si quieres unirte a mi, consiento gustoso en pertenecerte ahora mismo, en ser tu amigo, tu criado y hasta tu esclavo.

- Pobre demonio – dijo Fausto - ¿Qué es lo que puedes darme? ¿Qué es lo que puedes ofrecerme?... Si puedes seducirme hasta el extremo de que yo quede contento de lo que me proporciones, yo me entregaré a ti.

- Yo voy a obedecer y cumplir cada uno de tus insignificantes mandatos, con tal de que cuando nos encontremos en el otro mundo tú hagas otro tanto conmigo. Solo me falta advertiros una cosa, que en nombre de la vida o de la muerte, exijo de vos algunas líneas.

- ¿Cómo? – dijo Fausto – Nunca hubiera creído que llegara tu pedantería hasta el punto hasta el punto de pedirme un escrito.

- Basta un pedazo de papel cualquiera, con tal de que escribáis en él con una gota de sangre. Podrás tener cuantos tesoros apetezcas, con tal de que seas timorato.

- ¿Cuándo empezamos?

- Vamos a partir enseguida, ya que no es este gabinete, más que un lugar de tortura.

Llegaron a Leipzig, y allí entraron a una taberna, donde cuatro contertulios se divertían cantando.

- Quienes son los extranjeros- decían.

Los cuatro amigos indignados, sacaron sus puñales y se lanzaron contra Mefistófeles, que en medio de la confusión tuvo tiempo de hacer una de sus invocaciones:

“Venid apariencias, venid y engañosas;

Tocad a su vista, lugares y cosas”.

Instantáneamente se detuvieron los cuatro, asombrados, mirándose unos a otros.

En tanto, Fausto y Mefistófeles se alejaban hacia la cueva de una bruja.

CAPITULO III

LA VUELTA A LA JUVENTUD

Al entrar en el recinto tenebroso que servía de refugio y laboratorio a la bruja, vieron una enorme marmita colocada sobre las ascuas en un lugar muy bajo. Cuando hervía el contenido exhalaba un vapor en donde revoloteaban unas extrañas figuras.

- Me parece que la vieja no debe encontrarse en casa.

- Decidme, ¿Que es lo que estás revolviendo ahí en la marmita?

- Estamos preparando la sopa – contestaron, con una risa endiablada.

Al mismo tiempo, descendió la bruja a través de la llama, lanzando e espantosos gritos.

- ¿Qué es esto?, ¿Quiénes sois vosotros?, ¿Qué queréis de mi?

Enfurecida, metió la espumadora en la marmita y empezó a arrojar llamas a Mefistófeles. Este cuando vio que la bruja retrocedía llena de espanto y de ira, dijo encarándose con ella:

- ¿Es que no me has conocido? Esqueleto horrible, ¿No conoces a tu amo y señor?

La bruja con la cabeza baja, completamente sumisa respondió:

- Perdóname señor, el indigno recibimiento que os he hecho, sin embargo, no veo la mano de caballo, así como tampoco vuestros cuernos.

- Esta vez consiento en perdonarte, por el tiempo en que no nos hemos visto.

- Ya no se ven cuernos, colas ni garras.

- La hechicera, bailando con contorsiones extrañas cantaba.

- Estoy loca de alegría la verme visitada por el noble Satán.

- Pero decidme señores, ¿En que puedo complaceros?

- Danos un vaso del elixir que sabes y que sea del más viejo, porque los años aumentan su fuerza.

- Con mucho gusto.

Trazó un círculo haciendo dentro de él mil gestos extraños y colocando luego una buena cantidad de cosas extravagantes. Por fin la bruja trajo un libro, coloco animales en el círculo para apoyar el libro en ellos y le hizo a Fausto un signo para que se acercase. La bruja llenó un vaso con raros gestos, y cuando Fausto iba a llevar el brebaje a sus labios, brotó del vaso una ligera llama.

- Vamos, animo – dijo Mefistófeles – Apúralo de un sorbo y verás como se te alegra el corazón.

Y cuando lo hubo bebido:

- Partamos desde luego, ¡Vamos! Exclamó y abriendo su carpa surcaron el aire.

CAPITULO IV

MARGARITA

Volaron a una ciudad. Por una de sus calles Fausto vio a una joven rubia y extraordinariamente hermosa y quedó prendado de ella. En ella también causó impresión Fausto, lleno de la reciente juventud adquirida por los poderes diabólicos de la bruja. Mefistófeles se determino a perder el alma de Margarita, que así se llamaba la hermosa joven.

Mefistófeles tenía un plan. Se alejo y al regresar traía consigo un cofrecillo de plata. Acompañado de Fausto y sin que nadie los viera entraron en el aposento de la joven para dejar las joyas entro del armario y antes de que ella arribara tuvieron tiempo de huir, así mismo sin ser vistos. Al llegar Margarita a su habitación notó en ella, un calor excesivo y el habiente pesado.

Mientras cantaba abrió el armario. Al ver el cofrecillo lanzó un pequeño grito de sorpresa.

- ¿Cómo puede estar aquí, esta preciosa caja?

- ¿Pero que contendrá?

Viendo la llavecita que colgaba de una cinta, la curiosidad la llevó a abrir la caja. Y descubrió las hermosas joyas que contenía, se quedó maravillada.

Llamaron a la puerta suavemente, era Mefistófeles, quien, llamando a la puerta, había interrumpido la conversación. Invento una historia para engañar a la vecina y no pretendía con ella, sino procurar que margarita conociese a Fausto, entablando así la relación que acabar en un amor infernal e imposible.

Una noche, acechando la hora en que Valentín, el hermano de Margarita, iba a entrar en su casa, Mefistófeles se puso a cantar una canción grosera. La canción produjo ira y pena al llegar a los oídos de Valentín. Se armó un indecible revuelo en la estrecha calle. Donde Mefistófeles atacó a Valentín. Los vecinos salían a la ventana y la gente pronto hizo un círculo alrededor del moribundo. En tanto Mefistófeles huía, mientras inútilmente clamaba la muchedumbre: ¡Al asesino! ¡Al asesino!, desde todas las puertas.

CAPITULO V

LA NOCHE DE WALPURGIS

Fausto, huyó con Mefistófeles. Así había dejado el diablo, marcada su huella en aquella alma pura. Mientras la pobre Margarita sufría, el Diablo se había puesto a salvo con su protegido. Comenzaban a entrar en un país fantástico. Sólo veían brillar los fuegos que, en su rápido curso, amenazaban abrazarlo todo.

- ¡Ah perro! Continuó, Adivino lo que ha pasado, Margarita se ve encerrada hay en una triste prisión, victima de la desesperación y la miseria.

- Condúceme a su lado – ordenó Fausto, - Es preciso que sea libre.

- Te acompañaré ahí – prometió Mefistófeles – turbaré la razón del carcelero para que te apoderes de las llaves.

Cuando llegaron a la prisión, Mefistófeles adormeció al carcelero, mientras Fausto le sustraía el manojo de llaves, que habían de franquear la puerta de la prisión. Al iluminar el rincón donde estaba tendida Margarita, ésta exclamó aterrorizada:

- ¡Ah! – Ya viene por mí, para matarme.

- No, Margarita, calla vengo a salvarte.

Cuando por fin se dio cuenta de quien era su libertador, se arrojó en sus brazos, pero se apoderó de ella una especie de locura, que le impedía avanzar para librarse de la amenaza de la prisión. Mefistófeles, desesperado, avisó:

- Salid, o estáis perdidos. Mis caballos se impacientan y va a romper el alba.

En tanto Margarita, moribunda, con voz débil decía:

- Tuya soy, Padre mío, sálvame, ¡Ángeles Santos! Proveedme. ¡Oh Fausto, me causas horror!

Mientras una voz de lo alto repetía:

- ¡Está salvada!

Y mientras, Mefistófeles con los ojos llenos de ira, ordenaba a Fausto que lo siguiera. La voz lejana de margarita, se iba debilitando al descender su espíritu, llamaba a Fausto cariñosamente.

SEGUNDA PARTE

CAPITULO I

EL TESORO DEL EMPERADOR

Mefistófeles procuró hacer olvidar a Fausto de todas las penalidades pasadas. Lo trasladó a un ameno lugar, donde, tendido sobre el césped, florido, arrulló su sueño una legón de espíritus de graciosas formas flotando en la atmósfera.

Cantaban con el acompañamiento de melodiosas arpas.

Los pequeños Elfos, marchan por ejemplares a donde el dolor les llama, para llevar un consuelo a cada corazón que sufre. Nada les importa que este sea inocente o culpable; porque todos tienen igual derecho a su piedad. ¡Elfos! Procurad calmar el dolor de su alma inquieta, colocad su cabeza en cojines de rosas y bañadla en olas de Leteo.

Cuando Fausto despertó de su agradable sueño, había salido el sol y los e espíritus habían desaparecido. Y él, olvidando todas sus penalidades pasadas, empezó una nueva vida en la que, Mefistófeles, por conquistar su alma, puso en sus manos toda la riqueza y el poder imaginables.

Y he aquí que, Mefistófeles, se presentó ante el mismo trono del Emperador. Supo llegar oportunamente, porque acababa de morir el bufón imperial. Cayó por las escaleras y se lo acababan de llevar sin saber aún si estaba muerto o borracho. Mefistófeles se presentó a ocupar su puesto. Los guardias habían querido impedirle la entrada, pero por sus ricos trajes excitó la admiración de todos y le dejaron paso.

Ardiéndose al pie del trono, dijo al Emperador.

- ¿Quién es, el que siempre maldito, y siempre bien recibido?

- ¿Quién es, el que no debe nunca ser invocado y aquel cuyo nombre se oye siempre con placer?

Contestaban otros, cuando los murmullos se acallaron, sonaron los clarinetes y comenzó el Consejo de Estado.

CAPITULO II

FILEMON Y BAUCIS

El emperador había prometido que premiaría los servicios de quien le ayudaría en su Mal, que al retirarse dejó fértiles tierras, que aumentaban las propiedades de Fausto.

Donde antes imperaban las aguas, era ahora verdes praderas, floridos jardines y un extenso pueblo.

También levantaron los obreros un palacio entre el follaje, día y noche trabajaban con espantoso estruendo, de noche brotaban chispas, estaba al día siguiente levantado un dique por el lugar por donde pasaba una ola incandescente, se había abierto un canal al romper el día.

De este modo, por medio de diabólicas artes, construía Fausto su palacio, y acrecentaba y enriquecía sus dominios. Pero había en ellos un bosque de tilos y una casita medio escondida entre ellos donde aún no habían podido llegar los recursos infernales de Fausto.

Habitaban allí dos ancianos esposos que se llamaban Filemon y Baucis, que habían vivido largos años en aquel escondido lugar. Su piedad además del sonido de la campana que tenían los viejos irritaba y elevaba la furia de Fausto.

CAPITULO III

LA MUERTE DE FAUSTO

Fausto, aunque ciego y decrépito, aún tenía entusiasmo para realizar la obra más colosal del mundo, que no habían de ver sus ojos. Quería realizarla en el Gran Patio del Palacio, y a este efecto daba sus órdenes a Mefistófeles, que como inspector, las recibía.

- Vamos, decía, todos a la pala, al azadón, al mazo; y, no descuidéis la obra para que nuestro plan se ejecute. Cúmplase la obra más colosal del mundo, ya que basta un solo genio para dirigir más brazos.

Pero Mefistófeles tenía en secreto sus verdaderas intenciones, sabía cuan magna era la obra que sus obreros habían de realizar.

Mientras Fausto, ciego, no veía lo que los espectros u obreros hacían, Mefistófeles daba ordenes para cavar la fosa en donde Fausto había de ser enterrado.

Fausto deslizándose a tientas por entre las columnas, decía en voz alta:

- Cuanto me anima el sonido de las palas y azadones, inspector.

- Estoy a vuestras órdenes - respondió Mefistófeles.

- Procura reunir el mayor número posible de operarios, aliéntalos por medio de la recompensa y del castigo; paga, atrae y obliga. Quiero que me des un parte diario del estado de la obra del foso.

Mefistófeles a media voz comentaba:

- A ser cierto lo que se me ha dicho, no debe tratarse del foso sino de la fosa.

Fausto sin oír a Mefistófeles, continuaba:

- Hay una laguna al pie del monte que infesta al país conquistado, y secar aquel estanque pestilencial sería la conquista suprema. Abro espacios para que vengan a habitarlo millares de s eres en libre actividad de la existencia. Que haya en ellos verdes y fecundas campiñas; el hombre y sus rebaños se instalaran en las colinas, y feliz en el nuevo suelo, aumentará su población activa y laboriosa, me siento con fuerzas para consagrarme a esta idea, que es el complemento de la Sabiduría; solo es digno de la libertad y de la vida aquel que sabe conquistar día a día la una y la otra. La huella de mi vida debe quedar impresa en el mundo.

Al acabar de hablar así cayó Fausto sin sentido, los Lémures le recogieron para tenderle en el suelo.

ESTUDIO DEL PERSONAJE

Fausto, personaje semilegendario que hizo un pacto con el diablo para alcanzar la sabiduría. Si bien el Fausto literario se identificó en un principio erróneamente con Johann Fust, su verdadero inspirador fue al parecer un tal Johann Faust, que nació en Württemberg alrededor de 1480. Fue un universitario que se ganó la vida con la enseñanza, los conjuros y la buenaventura. A medida que viajaba de ciudad en ciudad, su fama aumentaba y se extendía, y las misteriosas circunstancias de su muerte (tras jactarse de haber vendido su alma al diablo) confirmaron su notoriedad. Martín Lutero atribuyó a Faust poderes diabólicos y para muchos no fue más que un charlatán y un embaucador. Otros sostienen que gozó del mecenazgo del arzobispo de Colonia a partir de 1532, y que murió siendo un hombre respetado. En cualquier caso, durante el siglo XVI se convirtió en protagonista de cuentos populares y aventuras maravillosas publicadas en Frankfurt por el librero Johann Spiesz bajo el título de Historia de Fausten (más conocido como el Fausto de Spiesz, 1587). De este modo, el pacto de Fausto con el diablo entró para siempre en la mitología popular. En la versión de Spiesz, Fausto compra juventud, sabiduría y poderes mágicos a cambio de su alma inmortal, y el demonio se compromete a servirle durante veinticuatro años.

La versión que Marlowe hace del mito de Fausto (La trágica historia del doctor Fausto hacia 1588) sigue fielmente el mito de Spiesz. En ella, Fausto pasa de orgulloso buscador del poder divino a penitente desesperado, y su arrepentimiento llega demasiado tarde para librarse del infierno. Fue sin embargo el dramaturgo y crítico alemán, Gotthold Lessing, quien exploró por primera vez la posibilidad de redimir a Fausto, en lugar de condenarlo. En el semanario Briefe, die neueste Literatur betreffend (Cartas sobre la literatura más reciente), editado por su amigo C.F. Nicolai, publica una escena de su fragmentaria obra dramática para ilustrar cómo Fausto podría salvarse si Dios reconociera su sincero afán de arrepentimiento. Esta idea sirvió de base al Fausto de Goethe (parte I, 1808; parte II, 1832), una obra de enorme repercusión que nos describe a Fausto como un filósofo racionalista dispuesto a arriesgarlo todo, incluso su alma, por ampliar el conocimiento humano, y que obtiene el perdón de Dios por la nobleza de sus intenciones.

Al margen de estas obras, el mito de Fausto ha sido objeto de numerosas versiones populares en teatro de guiñol, óperas y oberturas (de compositores como Gounod, Boito, Busoni, Spohr, Richard Wagner y Berlioz), novelas, obras de teatro y poemas (de Klinger, Chamisso, Grabbe, Lenau, Heine, Valéry y Thomas Mann), e incluso un film de animación (Fausto, de Svankmajer, 1994).

ESTUDIO DEL AUTOR

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán y una de las figuras señeras de la literatura alemana. La poesía de Goethe expresa una nueva concepción de las relaciones de la humanidad con la naturaleza, la historia y la sociedad; sus dramas y sus novelas reflejan un profundo conocimiento de la individualidad humana. La importancia de la obra de Goethe puede ser juzgada por la influencia que sus escritos críticos, su amplia correspondencia, su poesía, sus dramas y sus novelas ejercieron sobre los escritores de su época y sobre los movimientos literarios que él inauguró y de los que fue la figura principal. Según el crítico inglés del siglo XIX Matthew Arnold, Goethe debe ser considerado no sólo “el centro indiscutible de la literatura alemana, sino una de las figuras más versátiles de la literatura universal”.

ESTUDIOS E INFLUENCIAS

Goethe nació el 28 de agosto de 1749 en Frankfurt del Main, hijo de un funcionario del gobierno. De 1765 a 1768 estudió Derecho en la Universidad de Leipzig; allí empezó a interesarse por la literatura y la pintura y conoció las obras dramáticas de sus contemporáneos Friedrich Gottlieb Klopstock y Gotthold Ephraim Lessing. La influencia de estos autores y su amor por la hija de un comerciante de vinos, en cuya taberna solía cenar, se reflejan en su poesía más temprana y en sus primeras obras dramáticas. Entre estas obras primerizas se encuentran una comedia en verso de un acto, El capricho del enamorado (1767), y una tragedia en verso, Los cómplices (1768). Goethe enfermó en Leipzig y volvió a Frankfurt, donde, durante la convalecencia, estudió ocultismo, astrología y alquimia. A través de la influencia de una amiga de su madre, Katharina von Klettenberg, que era miembro del movimiento de reforma luterano conocido como pietismo, Goethe se introdujo en el misticismo religioso. De 1770 a 1771, estuvo en Estrasburgo para proseguir sus estudios de Derecho; además profundizó en los estudios de música, arte, anatomía y química.

ÚLTIMOS AÑOS

El periodo desde 1805 hasta su muerte en Weimar, el 22 de marzo de 1832, fue para Goethe muy productivo. En 1806 se casó con Christiane Vulpius. Los disturbios de la Revolución Francesa y las sucesivas campañas de las Guerras Napoleónicas no interrumpieron seriamente sus trabajos científicos y literarios. No se opuso a la guerra de liberación (1813-1815) llevada a cabo por los estados germánicos contra Napoleón, pero permaneció alejado de los esfuerzos patrióticos para unificar las distintas partes de Alemania en una sola nación; abogaba, en cambio, por el mantenimiento de pequeños principados regidos por déspotas benévolos.

De sus escritos entre 1805 y 1832, los más célebres son las novelas Las afinidades electivas (1809) y Los años de andanzas de Wilhelm Meister (1821, revisado en 1829); un relato de su viaje por Italia, Viajes italianos (1816); Poesía y verdad, su autobiografía (4 volúmenes, 1811-1833); una colección de magníficos poemas, Diván de Oriente y Occidente (1819), que intentan el maridaje del Este y el Oeste; y la segunda parte de su poema dramático Fausto (publicado póstumamente en 1832).

Fausto fue la obra que ocupó la larga vida de Goethe. Es una de las obras maestras de la literatura alemana y universal. No es sólo una reelaboración de la leyenda del erudito mago medieval Johann Faust, sino una alegoría de la vida humana en todas sus ramificaciones (véase también Fausto). Desde el punto de vista argumental y estilístico, la obra refleja el impresionante alcance de la evolución de Goethe desde los días rebeldes del periodo del Sturm und Drang hasta el clasicismo y la sabiduría sosegada de su madurez. Su énfasis en el derecho y el poder del individuo para indagar libremente en todos los asuntos humanos y divinos y para construir su propio destino justifica su reputación universal como primera gran obra de la literatura dentro del espíritu del individualismo moderno.

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