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Fausto era un venerable anciano

Resumen16 de Enero de 2013

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INVOCACIÓN

De nuevo os acercáis, figuras vacilantes, que flotasteis antaño ante mi turbia mirada. ¿Intentará ahora deteneros? ¿Podrá mi corazón sentirse de nuevo inclinado hacia las ilusiones de otros tiempos? ¡Como os apretujáis! Pues bien, venid, acercaos mientras os veo subir entre húmedas nubes; mi pecho se estremece juvenilmente por el mágico aliento que envuelve vuestro cortejo.

Traéis la imagen de días felices; más de una sombra querida se destaca como animada por una antigua leyenda ya medio olvidada, y con ellas suben mi primer amor y mi primera amistad; renuévase también mi dolor y mi queja por el curso del confuso laberinto de la vida; nombra a todos los buenos que, engañados por la falsedad de las horas dichosas se desvanecieron ante mi vista.

No escuchan los cantos que aquí siguen, las almas a las que fui el primero en dirigirme, ¡ay! Ya se ha dispersado aquel alegre grupo al extinguirse el primer eco del cortejo. Mi lamento sólo vibra para una multitud desconocida, cuyos aplausos únicamente contribuyen a oprimirme el corazón; todos los que antaño se complacían en mi canto, si es que existen, vagan dispersos por el mundo.

Se apodera de mi la nostalgia, ya desde hace tiempo olvidada, de aquel reino del espíritu, grave y sereno; mi canción flota en tonos vacilantes y torpes, a semejanza de un arpa eólica; me sobrecoge un estremecimiento; corren mis lágrimas una tras otra, y el corazón, hasta aquí tan severo, se siente inclinado a una dulce blandura… Veo cómo en lontananza todo cuanto poseo y lo que se fue vuelve a mí en forma de realidades.

PROLOGO EN EL CIELO

(EL SEÑOR, las potestades celestiales. Después MEFISTOFELES. Aparecen los TRES ARCANGELES)

RAFAEL: Según su antigua costumbre, el sol suena, compitiendo con el canto alternado de las esferas fraternales, y su itinerario prescrito finaliza con el retumbar del trueno. Su mirada da fortaleza a los ángeles; aún cuando ninguno puede comprenderla; y las obras incomprensibles son tan elevadas como el primer día de la creación.

GABRIEL: Y ved con qué incomprensible rapidez gira el esplendor de la tierra a su alrededor; y cómo el resplandor paradisíaco alterna con la profunda y tétrica noche. Espumea el mar en anchos cauces sobre el profundo lecho de las rocas, y mar y peñascos son arrastrados en el curso eterno y rápido de las esferas.

MIGUEL: Y las tempestades rugen a porfía, del mar a la costa, de la costa al mar; y en su furia, forman una cadena de efectos imprevisibles alrededor. El resplandor del rayo alumbra el camino del trueno… Sin embargo, Señor, tus mensajeros veneran el tranquilo curso de tu día.

LOS TRES A CORO: Esta visión infunde fuerza a los ángeles, aún cuando ninguno de ellos te pueda comprender; y todas las obras sublimes son excelsas como el primer día de la creación.

MEFISTOFELES: Señor, puesto que vuelves a acercarte una vez más a ti mismo e interrogas qué acontece ante nosotros, me observas todavía en medio de los tuyos tal como antaño solías verme con agrado. Perdóname pero no se hilvanar palabras altisonantes, aunque se burle de mi todo este séquito; tengo la seguridad de que mis alabanzas provocarían tu risa, si no hubieras perdido el hábito de reírte. Nada puedo decir del sol ni de los mundos.

EL SEÑOR: No tienes nada más que decirme, siempre vienes con quejas.

En medio de esta conversación, surge el nombre de Fausto, el diablo insiste en ganar su alma, Dios accede.

LA NOCHE

Una estancia gótica, estrecha y de elevada bóveda. FAUSTO, inquieto, sentado en un sillón delante de un pupitre.

FAUSTO.-Con ardiente afán ¡ay! estudié a fondo la filosofía, jurisprudencia, medicina y también, por mi mal, la teología; y héme aquí ahora, pobre loco, que no sé más que antes. Me titulan maestro, me titulan hasta doctor y cerca de diez años ha llevo de nariz a mis discípulos, de acá para allá, a diestro y siniestro... y veo que nada podemos saber. Esto llega casi a consumirme el corazón. Verdad es que soy más entendido que todos esos estultos, doctores, maestros, escritorzuelos y clérigos de misa y olla; no me atormentan escrúpulos ni dudas, no temo al infierno ni al diablo... pero, a trueque de eso, me ha sido arrebatada toda clase de goces. No me figuro saber cosa alguna razonable, ni tampoco imagino poder enseñar algo capaz de mejorar y convertir a los hombres. Por otra parte, carezco de bienes y caudal, lo mismo que de honores y grandezas mundanas, de suerte que ni un perro quisiera por más tiempo soportar semejante vida. Por esta razón me di a la magia, para ver si mediante la fuerza y la boca del Espíritu, me sería revelado más de un arcano, merced a lo cual no tenga en lo sucesivo necesidad alguna de explicar con fatigas y sudores lo que ignoro yo mismo, y pueda con ello conocer lo que en lo más íntimo mantiene unido al universo, contemplar toda fuerza activa y todo germen, no viéndome así precisado a hacer más tráfico de huecas palabras. ¡Oh luna que brillas en toda tu plenitud! ¡Ojalá vieras por vez postrera mi tormento! Tú, a quien tantas veces a la medianoche esperaba yo velando junto a este pupitre; entonces, inclinado sobre papeles y libros, te me aparecías, triste amiga mía. ¡Ah! ¡Si a tu dulce claridad pudiera al menos vagar por las alturas montañosas o cernerme con los espíritus en derredor de las grutas del monte, moverme en las praderas a los rayos de tu pálida luz, y, libre de toda densa humareda del saber, bañarme sano en tu rocío! ¡Ay de mí! ¿Todavía estoy metido en esa mazmorra? Execrable y mohoso cuchitril, a través de cuyos pintados vidrios se quiebra mortecina la misma grata luz del cielo. Estrechado por esa balumba de libros roídos por la polilla, cubiertos de polvo, y a cuyo alrededor, llegando hasta lo alto de la elevada bóveda, se ven pegados rimeros de ahumados papeluchos; cercado por todas partes de redomas y botes; atestado de aparatos e instrumentos; abarrotado de cachivaches, herencia de mis abuelos... iHe aquí tu mundo! ¡Y a eso se llama un mundo! ¿Y aún preguntas por qué tu corazón se oprime ansioso en tu pecho, por qué un dolor indecible paraliza en ti todo movimiento vital? En lugar de la naturaleza viviente en cuyo seno creó Dios a los hombres, sólo ves en torno tuyo esqueletos de animales y osamentas de muertos, todo confundido entre el humo y la podredumbre. ¡Ea! ¡Fuera de aquí! ¡Huye al dilatado campo! ¿Acaso no es para ti suficiente sal vaguardia este misterioso libro de la propia mano de Nostradamus? Entonces conocerás el curso de los astros, y si la Naturaleza te alecciona, entonces se te descifre aquí los sagrados signos. ¡Vosotros espíritus que espíritu a otro espíritu. En vano es que la árida meditación te descifre aquí los sagrados signos. Vosotros espíritus que flotáis junto a mí, respondedme, si oís mi acento! (Abre el libro y ve el signo del Macrocosmos). ¡Ah! ¡Qué deleite invade súbitamente todos mis sentidos a la vista de este signo! Siento circular por mis nervios y venas, otra vez enardecida una nueva y santa dicha de vivir. ¿Fue un dios quien trazó estos signos que claman el hervor de mi pecho, llenan de gozo mi pobre corazón, y mediante un misterioso impulso descubren en torno mío las fuerzas de la Naturaleza? ¿Soy un dios? ¡Todo se hace para mí tan claro! En estos simples rasgos veo expuesta ante mi alma la Naturaleza en plena actividad. Ahora por vez primera, comprendo lo que dice el Sabio: «El mundo de los espíritus no está cerrado; tu sentido está obtuso, tu corazón está muerto. ¡Animo, discípulo, baña sin descanso tu pecho terrenal en los rayos de la aurora!» (Contempla el signo.) ¡Cómo se entretejen todas las cosas para formar el Todo obrando y viviendo lo uno en otro! ¡Cómo suben y bajan las potencias celestes pasándose unas a otras los cubos de oro! Con alas que exhalan bendiciones, penetran desde el cielo a través de la tierra, llenando de armonía el Universo entero. ¡Qué espectáculo! Mas ¡ay! ¡un espectáculo tan sólo! ¿Por dónde asirte, Naturaleza infinita? ¿Cómo coger tus pechos, manantiales de toda vida, de quienes están suspendidos el cielo y la tierra, y contra los cuales se oprime el lánguido seno? Os mostráis repletos, ofrecéis el sustento que mana de vosotros, ¿y yo me consumiré así en vano? (Vuelve con despecho la hoja del libro, y percibe el signo del Espíritu de la Tierra.) ¡Cuán diversamente obra en mi ser este signo! Estás más cerca de mí, Espíritu de la Tierra; siento ya más exaltadas mis fuerzas y hállome enardecido, como si fuera por efecto del vino nuevo. Siéntome con bríos para aventurarme en el mundo, para afrontar las amarguras y dichas terrenas, para luchar contra las tormentas y permanecer impávido en medio de los crujidos del naufragio. Las nubes se acumulan sobre mí... Ia luna vela su luz... mi lámpara se amortigua. Exálanse vapores... rojas centellas surcan el aire en derredor de mis sienes... un frío estremecimiento baja como un soplo desde la bóveda y se apodera de mí. Bien lo veo: eres tú que flotas en torno mío, Espíritu que yo imploro. ¡Muéstrate a mi vista! ¡Ah! ¡cómo se sobresalta mi corazón! Todos mis sentidos pugnan por abrirse a nuevas impresiones. Siento cómo mi corazón se te entrega por completo. ¡Aparece! ¡aparece! Preciso es, aunque me cueste la vida.

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