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Hamlet Escenas Del 2do Acto-

tovarvlogs2 de Junio de 2014

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Polonio

Reynaldo, entrégale este dinero y estas cartas.

Reynaldo

Así lo haré, señor.

Polonio

Será un admirable golpe de prudencia, que antes de verle te informaras de su conducta.

Reynaldo

En eso mismo estaba yo.

Polonio

Sí, es muy buena idea, muy buena. Mira, lo primero has de averiguar qué dinamarqueses hay en París, y cómo, en qué términos, con quién, y en dónde están, a quién tratan, qué gastos tienen; y sabiendo por estos rodeos y preguntas indirectas, que conocen a mi hijo, entonces ve en derechura a tu objeto, encaminando a él en particular tus indagaciones. Haz como si le conocieras de lejos, diciendo: sí, conozco a su padre, y a algunos amigos suyos, y aun a él un poco... ¿Lo has entendido?

Reynaldo

Sí, señor, muy bien.

Polonio

Sí, le conozco un poco; pero... (has de añadir entonces), pero no le he tratado. Si es el que yo creo a fe que es bien calavera; inclinado a tal o tal vicio... y luego dirás de él cuanto quieras fingir; digo, pero que no sean cosas tan fuertes que puedan deshonrarle. Cuidado con eso. Habla sólo de aquellas travesuras, aquellas locuras y extravíos comunes a todos, que ya se reconocen por compañeros inseparables de la juventud y la libertad.

Reynaldo

Como el jugar, ¿eh?

Polonio

Sí, el jugar, beber, esgrimir, jurar, disputar, putear... Hasta esto bien puedes alargarte.

Reynaldo

Y aun con eso hay harto para quitarle el honor.

Polonio

No por cierto, además que todo depende del modo con que le acuses. No debes achacarle delitos escandalosos, ni pintarle como un joven abandonado enteramente a la disolución; no, no es esa mi idea. Has de insinuar sus defectos con tal arte que parezcan nulidades producidas de falta de sujeción y no otra cosa: extravíos de una imaginación ardiente, ímpetus nacidos de la efervescencia general de la sangre.

Reynaldo

Pero, señor...

Polonio

¡Ah! Tú querrás saber con qué fin debes hacer esto, ¿eh?

Reynaldo

Gustaría de saberlo.

Polonio

Pues, señor, mi fin es éste; y creo que es proceder con mucha cordura. Cargando esas pequeñas faltas sobre mi hijo (como ligeras manchas de una obra preciosa) ganarás por medio de la conversación la confianza de aquel a quien pretendas examinar. Si él está persuadido de que el muchacho tiene los mencionados vicios que tú le imputas, no dudes que él convenga con tu opinión, diciendo: señor mío, o amigo, o caballero... En fin, según el título o dictado de la persona o del país.

Reynaldo

Sí, ya estoy.

Polonio

Pues entonces él dice... Dice... ¿Qué iba yo a decir ahora?... Algo iba yo a decir. ¿En qué estábamos?

Reynaldo

En que él concluirá diciendo al amigo o al caballero.

Polonio

Sí, concluirá diciendo. Es verdad... (así te dirá precisamente) algo iba yo a decir. Es verdad, yo conozco a ese mozo; ayer le vi o cualquier otro día, o en tal y tal ocasión, con este o con aquel sujeto, y allí como habéis dicho, le vi que jugaba, allá le encontré en una comilona, acullá en una quimera sobre el juego de pelota y..., (puede ser que añada) le he visto entrar en una casa pública, videlicet en un burdel, o cosa tal. ¿Lo entiendes ahora? Con el anzuelo de la mentira pescarás la verdad; que así es como nosotros los que tenemos talento y prudencia, solemos conseguir por indirectas el fin directo, usando de artificios y disimulación. Así lo harás con mi hijo, según la instrucción y advertencia que acabo de darte. ¿Me has entendido?

Reynaldo

Sí, señor, quedo enterado.

Polonio

Pues, adiós; buen viaje.

Reynaldo

Señor...

Polonio

Examina por ti mismo sus inclinaciones.

Reynaldo

Así lo haré.

Polonio

Dejándole que obre libremente.

Reynaldo

Está bien, señor.

Polonio

Adiós.

Escena II[editar]

POLONIO, OFELIA

Polonio

Y bien, Ofelia, ¿qué hay de nuevo?

Ofelia

¡Ay! ¡Señor, que he tenido un susto muy grande!

Polonio

¿Con qué motivo? Por Dios que me lo digas.

Ofelia

Yo estaba haciendo labor en mi cuarto, cuando el Príncipe Hamlet, la ropa desceñida, sin sombrero en la cabeza, sucias las medias, sin atar, caídas hasta los pies, pálido como su camisa, las piernas trémulas, el semblante triste como si hubiera salido del infierno para anunciar horror... Se presenta delante de mí.

Polonio

Loco, sin duda, por tus amores, ¿eh?

Ofelia

Yo, señor, no lo sé; pero en verdad lo temo.

Polonio

¿Y qué te dijo?

Ofelia

Me asió una mano, y me la apretó fuertemente. Apartose después a la distancia de su brazo, y poniendo, así, la otra mano sobre su frente, fijó la vista en mi rostro recorriéndolo con atención como si hubiese de retratarle. De este modo permaneció largo rato; hasta que por último, sacudiéndome ligeramente el brazo, y moviendo tres veces la cabeza abajo y arriba, exhaló un suspiro tan profundo y triste, que pareció deshacérsele en pedazos el cuerpo, y dar fin a su vida. Hecho esto, me dejó, y levantada la cabeza comenzó a andar, sin valerse de los ojos para hallar el camino; salió de la puerta sin verla, y al pasar por ella, fijó la vista en mí.

Polonio

Ven conmigo, quiero ver al Rey. Ese es un verdadero éxtasis de amor que siempre fatal a sí mismo, en su exceso violento, inclina la voluntad a empresas temerarias, más que ninguna otra pasión de cuantas debajo del cielo combaten nuestra naturaleza. Mucho siento este accidente. Pero, dime, ¿le has tratado con dureza en estos últimos días?

Ofelia

No señor; sólo en cumplimiento de lo que mandasteis, le he devuelto sus cartas y me he negado a sus visitas.

Polonio

Y eso basta para haberle trastornado así. Me pesa no haber juzgado con más acierto su pasión. Yo temí que era sólo un artificio suyo para perderte... ¡Sospecha indigna! ¡Eh! Tan propio parece de la edad anciana pasar más allá de lo justo en sus conjeturas, como lo es de la juventud la falta de previsión. Vamos, vamos a ver al Rey. Conviene que lo sepa. Si le callo este amor, sería más grande el sentimiento que pudiera causarle teniéndole oculto, que el disgusto que recibirá al saberlo. Vamos.

Escena III[editar]

CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO, acompañamiento.

Salón de palacio.

Claudio

Bienvenido, Guillermo, y tú también querido Ricardo. Además de lo mucho que se me dilataba el veros, la necesidad que tengo de vosotros me ha determinado a solicitar vuestra venida. Algo habéis oído ya de la transformación de Hamlet. Así puedo llamarla, puesto que ni en lo interior, ni en lo exterior se parece nada al que antes era; ni llego a imaginar que otra causa haya podido privarle así de la razón, si ya no es la muerte de su padre. Yo os ruego a entrambos, pues desde la primera infancia os habéis criado con él, y existe entre vosotros aquella intimidad nacida de la igualdad en los años y en el genio, que tengáis a bien deteneros en mi corte algunos días. Acaso el trato vuestro restablecerá su alegría, y aprovechando las ocasiones que se presenten, ved cuál sea la ignorada aflicción que así le consume para que descubriéndola, procuremos su alivio.

Gertrudis

Él ha hablado mucho de vosotros, mis buenos señores, y estoy segura de que no se hallaran otros dos sujetos a quienes él profese mayor cariño. Si tanta fuese vuestra bondad que gustéis de pasar con nosotros algún tiempo, para contribuir al logro de mi esperanza; vuestra asistencia será remunerada, como corresponde al agradecimiento de un Rey.

Ricardo

Vuestras Majestades tienen soberana autoridad en nosotros, y en vez de rogar deben mandarnos.

Guillermo

Uno y otro obedeceremos, y postramos a vuestros pies con el más puro afecto el celo de serviros que nos anima.

Claudio

Muchas gracias, cortés Guillermo. Gracias, Ricardo.

Gertrudis

Os quedo muy agradecida, señores, y os pido que veáis cuanto antes a mi doliente hijo. Conduzca alguno de vosotros a estos caballeros, a donde Hamlet se halle.

Guillermo

Haga el Cielo que nuestra compañía y nuestros conatos puedan serle agradables y útiles.

Gertrudis

Sí, amén.

Escena IV[editar]

CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, acompañamiento.

Polonio

Señor, los Embajadores enviados a Noruega han vuelto ya en extremo contentos.

Claudio

Siempre has sido tú padre de buenas nuevas.

Polonio

¡Oh! Sí ¿No es verdad? Y os puedo asegurar, venerado señor, que mis acciones y mi corazón no tienen otro objeto que el servicio de Dios, y el de mi Rey; y si este talento mío no ha perdido enteramente aquel seguro olfato con que supo siempre rastrear asuntos políticos, pienso haber descubierto ya la verdadera causa de la locura del Príncipe.

Claudio

Pues dínosla, que estoy impaciente de saberla.

Polonio

Será bien que deis primero audiencia a los Embajadores; mi informe servirá de postres a este gran festín.

Claudio

Tú mismo puedes ir a cumplimentarlos e introducirlos. Dice que ha descubierto, amada Gertrudis, la causa verdadera de la indisposición de tu hijo.

Gertrudis

¡Ah! Yo dudo que él tenga otra mayor que la muerte de su padre y

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