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Interaccion Entre El Campo Y La Ciudad

mario17918 de Noviembre de 2013

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RESUMEN

En este ensayo se busca dar cuenta de los procesos de cambio sociocultural de pueblos y ciudades a partir de mi propia experiencia como urbanita migrante, pues como señala Manuel Delgado[1] ser urbanita es ser habitante del espacio público, en múltiples viajes, en cruces inesperados, en los que se construye ese modo de ser urbano que no se puede reducir a la ciudad, a sus múltiples dispositivos, es más expresión de esa características emergentes del modo de habitarla en tanto ciudadanos y urbanitas. La experiencia que se recorre es la vivencia transcurrida del pueblo (La Mesa) a la ciudad moderna (Medellín, Bogotá), en sus múltiples idas y vueltas.

Dado que la población de la ciudad no se reproduce a sí misma, ha de reclutar a sus inmigrantes en otras ciudades, en el campo y en otros países. La ciudad ha sido así históricamente crisol de razas, pueblos y culturas y un vivero propicio de híbridos culturales y biológicos nuevos. No sólo ha tolerado las diferencias individuales, las ha fomentado. Ha unido a individuos procedentes de puntos extremos del planeta porque eran diferentes y útiles por ello mutuamente, más que porque fuesen homogéneos y similares en su mentalidad.

Louis Wirth, "El urbanismo como forma de vida"

La contrapartida de los pueblos es la ciudad (tanto la grande como la mediana); a su vez, la contrapartida de ésta es la gran urbe cosmopolita. Su estudio no se puede reducir a verla como el resultado de una sucesiva transformación de unidades de aglomeración urbanas que se extiende a un espacio mucho mayor; ni tampoco como el paso de espacios tradicionales o "premodemos" a espacios modernos y, luego, a los espacios postmodernos y la cibercultura. No sería; prudente acercarse al tema de la cultura como un proceso evolutivo que implica diversas etapas que ligan directamente los fenómenos propios de la organización social y las manifestaciones culturales con fases de crecimiento económico. La ciudad moderna no es un recipiente; es la manifestación de nuestro devenir urbanitas y el resultado de profundas transformaciones socio-culturales.

El lema que durante mucho tiempo distinguió a la Cacharrería Mundial: "De la mula al Jet", refleja el vértigo del cambio y de las transformaciones del mundo de los negocios, de la técnica, de los medios de transporte. Es José Joaquín Brunner[2] quien menciona cómo la modernidad en América Latina le debe mucho a la diseminación de las nuevas tecnologías de comunicación, pero, en especial, al avión, artefacto que cambia toda noción de tiempo y distancia. Sin duda los procesos de migración que se dan del campo a la ciudad (y en ocasiones a la gran metrópoli) implican cambios en los entornos socioculturales. Este mismo autor señala la importancia que, en el proceso de modernización y desarrollo de la modernidad, ha tenido el acceso masivo a la educación, a los consumos modernos y a la vida urbana.

Uno de los rasgos distintivos de la región latinoamericana es su fuerte grado de urbanización, lo que, unido a la incapacidad de generar empleos del sector industrial para los emigrantes rurales y las crecientes desigualdades en la distribución de la riqueza y el ingreso, da como resultado una cantidad innumerable de conflictos que afectan tanto el campo como la ciudad: los problemas de vivienda, el desempleo, la informalidad y el carácter provisional de la prestación de los servicios públicos, la corrupción, los altos niveles de criminalidad y la discriminación están presentes en la ciudad latinoamericana de hoy. Sin embargo, hay que distinguir entre esta diversidad de problemas y los pobladores urbanos, sus interacciones, las formas de relacionarse en la ciudad y las diversas expresiones culturales emergentes de tales procesos sociales.

La ciudad es uno de esos ámbitos de estudio que no puede ser abordado desde una única disciplina. Es el lugar por excelencia de la acción colectiva y al tiempo de la expresión del egoísmo individualista. Ha sido siempre el espacio para el desarrollo de la técnica y de los más diversos saberes, por las posibilidades comunicacionales que propicia. Es posible allí tanto el saber especializado como el saber popular. La emigración del campo a la ciudad, y, a partir de los años sesenta, las migraciones internacionales se han convertido en una válvula de escape a la conflictiva situación social colombiana. En estos procesos se recomponen imaginarios, los sitios que se dejan permanecen en la memoria y se hacen necesarias estrategias de adaptación. Se transforman hábitos de consumo y las relaciones de pareja. La religión católica pierde su influencia en la construcción del imaginario popular, sin que esto mitigue el fervor ni disminuya el número de plegarias para resolver el afán de cada día. En suma, el proceso de migración del campo a la ciudad (y su movimiento inverso) produce un acercamiento entre lo que los separa, se ocurren mutuas influencias y contaminaciones. Las transformaciones demográficas y de la base productiva se acompasan. La modernización del campo es concomitante con la modernización urbana y la industrialización. La separación campo-ciudad se ve superada por nuevas relaciones de interdependencia, por los incesantes circuitos económicos que se establecen entre industria y agricultura; se diversifica la producción al igual que los medios de transporte y de comunicación, así como surgen nuevas expresiones en el ámbito de la cultura. Producto de los múltiples procesos de movilidad, así como, en cierto modo, por la influencia de los medios de comunicación de masas, algunas zonas de la ciudad en cierta medida se ruralizan y algunas zonas rurales se urbanizan.

1. Los entornos pueblerinos y sus cambios recientes

Sobre ese lugar antropológico que denominamos "el pueblo" se han construido muchos imaginarios. En el refranero popular se acostumbra señalar "pueblo chico, infierno grande", como una manera de sugerir y resumir al tiempo las angustias y desesperanzas de sus habitantes, pero también como una forma de recordar el fuerte control social que se instituye en estos ambientes. Los pueblos de Colombia se constituyeron sobre la base del orden colonial, erigidos siguiendo el esquema del damero (expresión de jerarquías y poderes propios a una sociedad estamentaria). En el marco de la plaza se sitúan los poderes civiles, militares y eclesiásticos y las casas de los más pudientes, la medida del poder se calcula con relación a dicho centro. A las afueras del pueblo, el cementerio, lugar de ambivalencias, es la expresión por igual de las desigualdades terrenales. La Mesa de Juan Díaz se fundó en 1778, cuando se trasladó desde Gualanday al centro de la meseta. Medardo Rivas en sus cuadros costumbristas la pintó así:

La Mesa era un población de enramadas de paja mal construidas, a lo largo de una calle que atravesaba la plaza desierta siempre, y se prolongaba hasta la quebrada de La Carbonera, habiendo entre casa y casa, siembras de plátano y de yuca, que le daban al lugar un aspecto de primitivo salvajismo. Fuera de la calle principal no había a uno y otro lado sino el campo abierto y una que otra choza sin paredes, habitada por mendigos o gentes del campo que cuidaban cerdos; y no había en La Mesa ni una posada, ni un hotel donde pudiera detenerse el viajero.[3]

La historia económica del país resalta el papel preponderante de la agricultura de exportación y en especial del café, así como de la minería, y el comercio en el proceso de acumulación originaria, y en el desarrollo de las condiciones favorables a la modernización productiva y de desarrollo capitalista. La Mesa es una de las zonas que Salomón Kalmanovitz tipifica como zona agraria dominada por el régimen de hacienda. Las haciendas constituían verdaderos circuitos cerrados sobre sus arrendatarios, cuyas condiciones de vida eran deplorables. La tienda de raya, la apropiación del excedente por parte del hacendado y otras gabelas propias de un régimen de servidumbre eran usuales.[4]

Los cambios que se derivan de las inversiones en infraestructura en los años veinte, así como del crecimiento de los intercambios, la ampliación del mercado interno, el desarrollo urbano y la ampliación de la incipiente base industrial, poco a poco van trasformado el viejo régimen de hacienda en nuevas estructuras de producción tanto en el campo como en los pueblos y ciudades. En los años treinta estos cambios se reflejan en el pueblo, conforme lo narra Pedro Alejo Rodríguez, en reconocimiento al dinamismo de su pueblo natal:

Así llega el viajero a la extensa plaza, rodeada de casas de teja, altas y de mampostería, teniendo al frente una hermosa catedral en construcción, y en la mitad una pila elegante. (..) La Mesa aparece por las noches como un pueblo de hadas; y el viajero sorprendido y encantado, va a descansar en un buen hotel. (...) Ya ha empezado la gran feria. En la parte alta de la ciudad se hacen las transacciones de miel, panela y maíz; y los sabaneros gordos, colorados, barbados y pequeños, con sus largas ruanas de lana, sombreros jipijapas, y llevando en la mano cortos arreadores, se preparan para cargar las mulas con los productos de tierra caliente. En la plaza se expenden los víveres y las frutas. Todo cuanto la sabana produce en su inagotable fecundidad, allí de encuentra; y todo en cuanto hay de maravillas en la naturaleza tropical, allí se vende. Allí concurren los hacendados de los alrededores a proveerse; los habitantes de la ciudad a hacer semana, y las señoras a recrearse. (...) De la plaza para abajo, como en inmenso bazar,

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