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KIMSA, CUENTOS DE SUSPENSO


Enviado por   •  10 de Junio de 2021  •  Reseñas  •  2.864 Palabras (12 Páginas)  •  119 Visitas

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KIMSA, CUENTOS DE SUSPENSO

Trilogía de cuentos de suspenso

Elard Serruto Danuart

Derechos de distribución Julissa Paredes

CAMPANITAS

1 PERONAJE

¿Podré verlos ahora? La casa de los abuelos parecía salir de la noche y ,de cada uno de sus rincones, algún cuento que las primas relataban en la hora de encender las velas. El suave rumor de la lluvia y la fragancia de la manzanilla, envolvían  esos cuentos de parientes muertos que no llegamos a conocer; de niñas y niños que aparecían sorpresivamente en la penumbra de los callejones, sacudiendo una campanita o un manojo de cascabeles; ancianos descalzos que atravesaban los patios de la casa, arrastrando largas y delgadas sogas para no perder el camino de regreso a su mundo; gallos enormes y azules que parecían flotar y rodeaban el pozo del segundo patio; pequeños diablitos de barbas doradas que se escondían en el cuartito donde guardaban el kerosene, y de enormes perros con pezuñas de cabras que no dejaban de aullar, y desaparecían en la madrugada. Pero yo nunca he visto ni escuchado nada. Siempre he creído que las primas contaban eso para asustarme y para que no vuelva a la casa de los abuelos.

Sin embargo, siempre regresaba a la casa de los abuelos después de la escuela, antes que cayera  la noche, y las primas alistaran sus cuentos. Me detenía en el largo sendero que dejaba la ciudad, los últimos postes de alumbrado eléctrico y la única calle de cemento. Era agradable sentir el camino de tierra que subía y subía. Los altos eucaliptos dejaban caer sus últimas sombras, y todo era silencio en los cerros que parecían crecer en el comienzo de la noche. La casa de los abuelos se levantaba justo en el desvío de los caminos que llevaban a las viejas minas de plata. Las primas aseguraban que en ese desvío, si te agarraba la noche,  se detenían a beber en el pequeño riachuelo, caballos ensillados por jinetes de ropas vaporosas y de sombreros con plumas. Las primas decían que nunca se dejaban ver la cara, porque no tenían cara. Varias veces me agarró la noche en ese desvío, y algunas veces, hasta esperé que aparecieran los caballos con sus jinetes sin cara, pero yo nunca he visto ni escuchado nada.

Los abuelos tenían un pequeño perro que se llamaba “ Majtita”.  Un perro chusquito que cuando ya estabas cerca de la casa de los abuelos, te daba alcance con sus delgados ladridos. ¿Sería cierto que el “Majtita” veía a todos esos aparecidos? Yo le miraba sus ojos amarillos, limpios y tristes y me preguntaba si esos ojos habían visto a la Bisabuela Leonor, o a la hermanita Guadalupe que murió muy niña en el pozo de la casa. A ratos lo miraba ladrando hacia la pared del fondo del último patio, donde se recostaba la tarde, y me preguntaba a quién estaría viendo. Las primas contaban que allí se sentaba a tejer la comadre Simona, la comadre que más querían los abuelos, porque además sabía mirar la suerte y el destino en las hojas de coca. Ella les había dicho que no volvería el tío Benajmín,  porque las hojas de coca le habían contado que había muerto al otro lado del lago. Ella también les había contado que la hermanita Guadalupe moriría antes de que comenzará hablar. Con tanto cuento de las primas, empezaba a pensar que todos estaban muertos en esa casa.

Es cierto, nunca vi ni escuche nada. Y nunca tuve miedo de andar de noche por la inmensa casa de los abuelos, retando a las primas. Caminaba por los patios tan oscuros, y silbando muy bajito. A mi siempre me gustaba silbar. La abuela un día, mientras pelaba una gallina en el segundo patio, me dijo que dejara de silbar, que los silbidos espantaban a las almas y a los aparecidos. Y eso nunca les conté a las primas. Silbaba bajito por los callejones y los patios, y seguro que por mi lado pasaban todos los muertos que iban a la casa de los abuelos. Una vez deje de silbar, y de pronto me subió un miedo desde los pies, pero tampoco vi ni escuche nada. Me di cuenta que tampoco era necesario silbar. Era yo quien comenzó a hacer asustar a las primas, porque hacia ruidos, imitaba voces, y me disfrazaba de decapitados con los ponchos empeñados que los borrachitos dejaban en la tiendita de la abuela. Pero la verdad es que yo quería ver o escuchar algo alguna vez.

Me gustaba ir a la casa de los abuelos para escuchar esos cuentos que las primas contaban, pero también para ver la colección de campanitas que tenía la abuela y que no dejaba tocar a nadie. Las tenía junto a una virgencita del Rosario que parecía que tuviera los ojos vivos. Las primas contaban que esas campanitas eran para llamar el alma que a veces se salía de uno. Sobre todo de los niños, que perdían el alma cuando se caían o se asustaban. Con una prenda del niño, y acompañado del sonido de las campanitas, lo llamaban repetidamente por su nombre. Caminaban alrededor del sitio donde se había caído o se había asustado. A veces estaban días de días tocando esas campanitas. Cuando la hermanita Guadalupe antes que se cayera al pozo, perdió su alma, tocaron las campanitas muchos días, pero nunca pudieron traer su alma de vuelta. Pero las primas dicen que algunas veces la ven cruzando el callejón que lleva al segundo patio, con sus trencitas atadas con cintas blancas y sus zapatitos rojos de charol.

¿Podré verlos ahora? Las primas me han dicho que si me siento en la patilla cerca del pozo a la medianoche podré verlos. Llevo buen rato sentado aquí, y no se ve ni se escucha nada. Veo la pequeñita luz de la vela en el cuarto de las primas, y sé que están contándose los cuentos de aparecidos de la casa de los abuelos. A ratos me miran y me levantan la mano. Se les ve tan delgadas y tan tristes. Parece que va a llover, porque ha comenzado a hacer frío, y un frío helado recorre los callejones y los patios de la casa de los abuelos. Y mientras pienso que mañana debo volver a la escuela con los dibujos de los pájaros que anidan en los eucaliptos, escucho un delgado sonido de campanitas. Un sonido lejano, como si estuviera fuera de la casa, pero que se va acercando, un sonido que se acerca y entra por el callejón principal, que se detiene un rato en el primer patio de los geranios, y que luego alcanza el patio donde está el pozo. Ahora es tan nítido el sonido de las campanitas, y tan claro mi nombre que alguien pronuncia, llamando a mi alma en el profundo silencio de la noche.

ESPEJOS Y PERROS

DOS CUADROS

PERSONAJES:

- Mujer

- Hombre

CUADRO UNO

Pequeña habitación con muros de barro. Cueros de oveja o totora que sirven de colchón, separados por un espacio de tierra donde hay una pequeña lata de leche vacía, que sirve de soporte para una vela que está encendida. Ligera penumbra. La mujer y el hombre ocupan cada uno en cada extremo de la pequeña habitación, un colchón. La mujer está hilando, y el hombre está haciendo un tallado en piedra.

LA MUJER:

-        Qué hora será…

EL HOMBRE (como mirando a través de una ventana):

...

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