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La importancia de las diferencias individuales en el rendimiento

yani.ferTrabajo24 de Abril de 2012

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INTELIGENCIAS MÚLTIPLES

La importancia de las diferencias individuales en el rendimiento

Autor: Antonio Andrés Pueyo

Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos. Universidad de Barcelona.

El estudio de la inteligencia tiene numerosas vertientes; una de ellas es la que persigue describir la estructura de este atributo psicológico, que es el principal responsable de las diferencias individuales en el rendimiento cognitivo. Desde los trabajos de los pioneros F. J. Galton, A. Binet, Ch. Spearman o L. L. Thurstone, se han desarrollado una serie de modelos y teorías que han girado en torno a una dicotomía: se consideraba que la inteligencia tenía una estructura unitaria o bien se proponía una estructura múltiple. Durante todo el siglo este debate ha estado abierto, y sólo recientemente parece que hay un acercamiento entre ambas posturas.

Este acercamiento propone combinar la idea de una inteligencia compleja, organizada jerárquicamente, diversificada en los niveles primarios de la misma y con una única capacidad en el nivel superior conocida como inteligencia general o factor «g». Esta propuesta, sistematizada por J. B. Carroll en 1993, parece haber satisfecho a la mayoría de investigadores modernos y ha recibido el apoyo casi unánime de los especialistas (Andrés Pueyo y Colom, 1998). Pero a pesar de este acuerdo siguen existiendo modelos alternativos; uno de estos modelos que sigue defendiendo una estructura múltiple de la inteligencia es el de Howard Gardner y se denomina Teoría de las Inteligencias Múltiples (MI).

Este autor no está de acuerdo con un modelo que considera la inteligencia de forma jerárquica y unitaria, ni tampoco con las implicaciones de este modelo en el ámbito de la medida de la inteligencia, especialmente con los tests de CI. La teoría MI fue propuesta en 1983 y en los últimos años ha ido adquiriendo relevancia, sobre todo en el ámbito educativo y escolar. En este artículo queremos describir esta teoría, sus puntos fuertes y débiles en el marco de la moderna Psicología de la inteligencia.

Aprovecharemos para incluir algunas reflexiones sobre varios aspectos de la inteligencia que son motivo de algunos malentendidos.

La inteligencia, una aptitud múltiple o unitaria La inteligencia está de actualidad. Esta actualidad coincide con el final de dos décadas, las de los años 80 y 90, en los que la investigación psicológica sobre la inteligencia humana recobró la fuerza que en la primera mitad del siglo había tenido. La investigación sobre la inteligencia humana se estancó en los años 60 por diversos motivos: la crisis de los métodos de análisis de datos basados en la correlación y el Análisis Factorial, las duras críticas realizadas a los tests de inteligencia y por extensión al CI (o viceversa) desde posturas ambientalistas radicales y especialmente prejuiciosas, la existencia de modelos de la estructura de la inteligencia poco convergentes cuando no antagónicos y el desconocimiento de los mecanismos funcionales que fundamentan este atributo tan relevante.

La llegada del paradigma cognitivo a la psicología, junto con otros sucesos importantes, como el interés por el desarrollo de la inteligencia a lo largo del ciclo vital y el auge y difusión de las técnicas de análisis de datos multivariadas, provocaron un renovado interés por el estudio de la inteligencia. Pero, a pesar de esta renovación, muchos de los problemas siguen siendo los mismos: definir la inteligencia, comprender su estructura y conocer los mecanismos que la constituyen.

Desde los años 20, los psicólogos han discutido sobre la naturaleza y definición de la inteligencia con una marcada falta de consenso. Por ello, algunos han sugerido la posibilidad de que al ser la inteligencia un fenómeno tan complejo, y sobre el cual hay tanta discordia, especialmente a la hora de encontrar una definición convincente, sería preferible abandonarlo. Es cierto que la inteligencia es un atributo muy complejo, como sucede con la mayoría de los hechos de que se ocupan las ciencias, pero no por ello se debe renunciar a descifrar su estructura y funcionamiento.

Una de las controversias sobre la inteligencia hace referencia, ni más ni menos, que a su definición. Parece que la historia de la investigación de la inteligencia está marcada por la coexistencia de múltiples definiciones, algunas de ellas antagónicas y contradictorias. En el libro ¿Qué es la inteligencia? se exponen, por parte de expertos reconocidos, más de 50 definiciones distintas de inteligencia (Sternberg y Detterman, 1988). En esta situación es adecuado recordar la bien conocida postura de E. G. Boring, quien a principios de siglo definía la inteligencia como aquello que medían los tests de inteligencia. Otros autores, en el extremo contrario, han defendido la imposibilidad «lógica» de definir este término, ya que debería considerarse como un concepto base de la teoría y por tanto indefinible.

En nuestra opinión, la definición de inteligencia está expresada correctamente ya desde los trabajos de Spearman, especialmente en su libro de 1924, en el que afirma (refiriéndose al factor «g») que la inteligencia «es la capacidad de crear información nueva a partir de la información que recibimos del exterior o que tenemos en nuestra memoria» (este último añadido es nuestro).

Junto con el problema de la definición ha coexistido el problema de la estructura de la inteligencia.

Durante muchos años han pervivido dos formas antagónicas de comprender su estructura. Este problema está en relación directa con la observación cotidiana de las múltiples aplicaciones de la inteligencia. En la literatura psicológica se han propuesto un sinfín de etiquetas que califican esta aptitud mental. Así, es habitual oír denominaciones como las de inteligencia académica, psicométrica, creativa, práctica, analítica, exitosa, emocional, social, interpersonal, fluida, general, cristalizada, etc., y, además, un conjunto de denominaciones relacionadas con dominios de la actividad cognitiva: matemática, verbal, espacial, etc. Y también algunas no tan rigurosas como las de inteligencia financiera, criminal o laboral.

Cualquiera puede pensar que todas estas inteligencias son necesarias en la vida cotidiana para conseguir una buena adaptación; pero no parece un pensamiento muy ajustado a la realidad psicológica individual.

La otra opción es considerar que estas calificaciones lo que hacen es intentar discriminar las muchas facetas que muestra la inteligencia, y que en realidad existe una única inteligencia que se utiliza en todos los contextos y dominios en los cuales el sujeto humano necesita administrar sus recursos psicológicos para adaptarse con éxito. Este debate entre una o varias inteligencias se ha sucedido a lo largo de la historia del pensamiento humano y la psicología lo heredó de la filosofía. Las propuestas de Juan Huarte de San Juan, realizadas en el siglo XVI y que recopilaban el pensamiento clásico occidental, proponían la existencia de tres elementos en la inteligencia humana: raciocinio, juicio y decisión. Estas facultades trascendieron a la psicología y Ch. Spearman se empeñó en resolver la dicotomía por vía de la investigación empírica. Ch. Spearman propuso, ya en 1904, que la inteligencia es una capacidad única y que se aplica a cualquier contexto, dominio o ámbito, y de ahí se deriva su aparente multiplicidad. Desde entonces se han mantenido posturas antagónicas que veían la inteligencia como un conglomerado (más o menos organizado) de aptitudes o capacidades; entre estas posturas

destacan algunas tan precoces en la tradición como las del propio A. Binet, las de L. L. Thurstone o las más recientes de J. P. Guilford. Estas formas de modelizar la inteligencia han sido aceptadas por distintas aproximaciones psicológicas, así la concepción unitaria es más propia de la tradición diferencialista de la Psicología y la segunda más habitual en el contexto profesional de la psicología. No obstante, ambas recogen la tradición filosófica europea en la que se consideraba la posibilidad de que estos «atributos del alma» realmente estuviesen organizados como una sola facultad o que fuesen muchos y distintos, en cierto modo independientes. En resumen, hay dos formas de entender la estructura y organización de la inteligencia: la primera es multifactorial y la segunda

es unitaria.

La concepción multifactorial considera que hay tantas inteligencias como situaciones o exigencias ambientales puede encontrarse el hombre en su vida cotidiana, y estas inteligencias son independientes entre sí. Así, la inteligencia se organiza en un conjunto de aptitudes específicas que componen un «parlamento sin jerarquía, sin un rector ni presidente, que actúan en función de las situaciones a que se enfrenta el sujeto». A estas teorías se las llama multifactoriales. La otra forma de considerar la estructura de la inteligencia considera que está organizada en forma de una estructura jerárquica en la cual las aptitudes están interrelacionadas y son dependientes de una o varias capacidades más amplias, a las que están subordinadas. Siguiendo con la analogía anterior es como si constituyeran una monarquía parlamentaria donde en el nivel superior está el rey o el presidente. Las teorías de naturaleza jerárquica han seguido la tradición iniciada por Ch. Spearman y desarrollada por autores tan conocidos como R. B. Catell y otros.

Entre las teorías que plantean la multiplicidad de aptitudes de la inteligencia podemos citar las de L. L.

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