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La línea. Ensayo


Enviado por   •  27 de Octubre de 2015  •  Trabajos  •  995 Palabras (4 Páginas)  •  90 Visitas

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La línea.

Era una tarde nublada y un poco gélida mientras caminaba escaleras abajo hasta llegar a ese cerrojo grisáceo que caracteriza la puerta, tome firmemente la llave y una vez introducida comencé a girarla, tras escuchar llegar al tope a la llave tire de ella y di un par de pasos tras el arco de la puerta, tiré del jalón y comencé a andar; es sorprendente lo que puedes aprender de las expresiones de las personas mientras cruzan las calles sin saber que están siendo observados, observados por un pobre chico con ojos perdidos y rostro inexpresivo. Contaba mis pasos hasta la estación del metro (217, por cierto) y observaba con dedicación las caras sonrientes o los ojos tristes de las personas de la ciudad, una vez terminado el conteo esperaba parado frente a esa línea amarilla que te pide a gritos que la traspases e indagues qué pasaría y mientras me cuestionaba sobre si pasarla o no se acercó un hombre de avanzada edad con ese paso lento y descuidado que los caracteriza, una camisa a cuadros desgastada y carente de color en los cruces de las líneas que cortaban toda ella, ese pantalón café con manchas de lodo en la parte inferior, zapatos despintados en la punta y con notables rupturas a los lados; unas gafas colgaban de su cuello, tendían de un listón oscuro como bien pudo ser el cabello de aquel señor, cabello del que no quedaba más que en recuerdos. Observe casi en cámara lenta como brotaban las silabas de su boca, adornada con dientes amarillentos causa de un desmedido uso del tabaco aún en su avanzada edad, “Disculpa, hijo” decía lentamente mientras no podía parar de preguntarme por qué me llamaba de tal forma si era evidente que el parentesco era nulo, y mientras dejaba salir de su boca la frase “¿cómo puedo llegar a la estación ferrería?” yo me preguntaba si era el destino quien me jugaba una cruel broma o si simplemente entre tantas probabilidades y multiversos existentes me habría tocado estar ahí, justo en la coordenada precisa para ser blanco de aquel viejecillo. Como mi amabilidad me lo dicta tuve que ofrecerme en mi viaje y proponerle al señor viajar con él hasta dicha estación, a fin de cuentas iría allí de todas formas, mientras observaba como se pintaba una sonrisa en su rostro escuchaba vagamente como me agradecía y me elogiaba de una manera un tanto patética, ¿cómo puede ser un cumplido decir que desearía que existieran más jóvenes como yo? Era evidente que no sabía de qué hablaba. Escuché el crujir de las vías y una luz tenue se acercaba lentamente, le indique que se aproximaba el tren y que se preparara para abordar, inmediatamente se colocó a mi costado y fue hasta entonces que pude percatarme del despreciable aspecto físico que tenía, el tren detuvo su marcha y las puertas se abrieron, di unos pasos y una vez dentro le extendí la mano para servirle de apoyo, la tomó con firmeza y mientras tiraba de ella entró al vagón, el pitido comenzaba y tras unos segundos las puertas cerraron, “por poco y me quedo” fue su reacción al cierre de ellas, tuve que sonreír para evitar parecer disgustado con su comentario. El tren comenzaba su marcha y sin saberlo yo comenzaba un castigo, volteaba lentamente su cabeza mientras me preguntaba sobre mi vocación actual, de manera cortés respondí a su pregunta mientras le explicaba que estudiaba una carrera que a ratos satisfacía mis expectativas y a ratos me dejaba con más dudas que cuando comencé, creyéndose de alguna manera superior a mí me replicaba que de eso se trataba la travesía, de llenarme de dudas para satisfacerlas lentamente mientras transcurría el tiempo. Dos estaciones pasaron y mientras un señor empujaba mi hombro para salir logré percatarme de la disponibilidad de dos asientos cercanos, le propuse sentarnos e hice mi primer pregunta intentando no incomodarlo, le solicitaba su nombre y mientras me observaba pude percatarme que la respuesta vendría interrumpiendo mi línea, y así fue, César interrumpía mi frase de manera casi grosera, fue grande mi sorpresa tras tal coincidencia así que le indiqué que yo me llamaba Antar, sólo para no dar partida a otro absurdo intercambio de palabras referente a la similitud de nuestros nombres. El tren continuaba su marcha y comenzaba a preguntarme sobre mis planes a futuro, de cierta manera no supe qué responder, tuve que decir que de momento intentaba sobrevivir un día a la vez y ya después me preocuparía por mis situaciones futuras, como es normal en personas de avanzada edad se tomaba la molestia de interrumpirme y comenzar a hablar sobre su juventud y anécdotas del pasado. Hizo énfasis en el cambio de las generaciones y en como él la tuvo “más difícil”, sin poder evitarlo hizo mención de su difunta esposa y en cómo se habían conocido de una manera un tanto peculiar, la historia no era más que una boba coincidencia en las calles de la ciudad unas décadas atrás, mientras ella se encontraba refugiada de la lluvia. El camino llegaba a su fin y no pude evitar preguntar si había cumplido sus propósitos de vida y si aún le quedaban motivos para seguir en ella, con palabras confusas me daba un sermón sobre las maravillas con las que te cruzas a cada momento y sobre como la perspectiva delimita si cada momento te resulta ser un motivo para vivir o dejar de hacerlo, nada que no supiera a decir verdad. El pitido una vez más sonaba y ésta vez era mi bajada, me levante del asiento y mientras cruzaba la puerta echaba un último vistazo atrás, observando esa cara y planteándome si encontraría días suficientes para llegar a estar así, si habrían motivos suficientes para dar un paso más… Estaba nuevamente frente a la línea amarilla, esperando el crujir de las vías y la luz tenue que se acerca casi en cámara lenta.

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