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Lewis Carrol o la necesidad de encantar el mundo

veronaclubensayoEnsayo20 de Octubre de 2019

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 Verónica Ávila

Universidad Politécnica Salesiana, 2019

Lewis Carroll o la necesidad de encantar el mundo

El clérigo, matemático, lógico y fotógrafo británico Charles Lutwidge Dodgson, conocido bajo el seudónimo de Lewis Carroll, fue un personaje muy particular, quien diera a luz la primera obra de la literatura universal que tiene a un personaje femenino infantil como protagonista (Murfin & Ray, 1997). Poner a los niños en el centro de la narración era algo que estaba ocurriendo en el momento, David Copperfield se había publicado en 1850 y Alicia salió a la luz en 1865, para conquistar al mundo: su influencia en la cultura popular y en múltiples manifestaciones artísticas es indudable, pilar del género fantástico y del sinsentido. La imaginación de Dodgson concibió las aventuras de Alicia para entretener a las hermanas Liddell —Lorina, Charlotte y Alice— en un paseo por el Támesis, y fue tal su poder creativo que siguió encantando a generaciones de generaciones de lectores desde entonces (Beaven, 2015). «Conquistar al mundo». Esta frase manida merece, a mi criterio, que volvamos a ella para demostrar que la creatividad de Charles Dodgson no es un talento aislado sino una estrategia de sobrevivencia psíquica perfectamente orquestada y por etapas, funcional; que la conquista como tal era una necesidad —conquistar… ¿qué? ¿a quién? ¿para lograr qué?— y en el esfuerzo de satisfacerla abrió para sus lectores las puertas a un mundo en el cual los límites entre fantasía, sueño y delirio se pierden.

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El acto creativo que tiene lugar durante el aburrido trayecto por el río no es un gesto aislado, no. Charles para ese entonces tiene 30 años y es un entretenedor consumado. Miremos un poco hacia atrás. Primer varón de entre once hermanos, siete niñas y cuatro niños, el pequeño Charles crece libre en el campo, aislado y con muy pocos amigos fuera de su familia. Charles recuerda esos días como viviendo en un lugar feliz, «una granja isleña» en medio de «mares de maíz» (Woolf, 2011). El padre de familia, reverendo Charles Dodgson, aparte de sus responsabilidades religiosas cultiva sus alimentos y es el tutor de sus hijos. Como muchas otras familias en circunstancias similares, los niños Dodgson se entretienen a sí mismos, trepando árboles y jugando en los estanques. Cuando el padre es ascendido y se mudan a Yorkshire. Charles, dotado de una inteligencia precoz, se pone a cargo del cuidado de sus hermanas, inventa juegos de jardín e historias, canta, hace charadas y crea una revista familiar (Woolf, 2011) (Green, 2019).

De entre los once niños Dodgson, siete tienen problemas con el habla. El biógrafo Morton Cohen saca a relucir el hecho de que los padres son primos hermanos y esto eventualmente pudiera ser la causa del tartamudeo presente entre hermanos y hermanas, Charles entre ellos, además se queda sordo del oído derecho; ambos factores van a tener efectos negativos en sus futuras relaciones sociales (Cohen N., 1995). (Stuttering Foundation of America, 1991-2019)

A los trece años ingresa a un colegio de internado y los tres años que permanecerá allí, resultan un verdadero tormento, académicamente gana premios y se destaca, pero emocionalmente sufre el agobio de la escasa inspiración de sus maestros, la falta de privacidad y el bullying salvaje. Años después escribirá sobre cómo no permaneció a salvo de sufrir «molestias nocturnas», lo cual deja lugar para pensar la probabilidad del abuso sexual. A pesar de todo, Charles se las arregla y a más de defenderse a sí mismo, no duda en involucrarse en peleas defendiendo a niños más chicos en la misma situación. (Green, 2019)

La brillantez de Dodgson compite con su tendencia a la distracción, y tal vez a consecuencia de estos dos factores en conflicto, logra un cierto éxito académico mas no la carrera explosiva para la que tenía aptitud. Se coloca como profesor de matemáticas en Christ Church, cargo que desempeñará por 26 años y que le permite desarrollar su intelecto, leer, ser exitoso y además, tener ingresos decentes, puesto que los de su padre eran escasos y como hijo mayor, tendría que asumir las responsabilidades a la muerte de su padre. Pero hace un trabajo y vive en un ambiente afectivamente desolador. Woolf (2011) recuenta cómo se ordena a regañadientes, obligado a la soltería y el celibato para conservar su empleo. En un ambiente primordialmente masculino y con sus problemas expresivos, no logra controlar o ganar el respeto de los alumnos de clase alta, y reacciona adoptando una actitud distante y fría.

De modo que podemos distinguir dos aspectos en la persona de Dodgson, que emergen según el ambiente en que se encuentra. Cuando está en un lugar seguro, rodeado de gente que lo aprecia –niñas y niños, y mujeres preferentemente—, emerge su espontaneidad, creatividad, libertad para jugar, rebeldía y sentido del humor. Frente a la posibilidad de ser irrespetado, juzgado, disminuido o su privacidad corre el riesgo de ser invadida, Charles se muestra grave, apagado y moralista, ausente de sentimientos. A mi parecer, la estrategia de carácter responde al entorno, un aspecto luminoso y seductor se activa para gestionarse el afecto cuando este es posible, es decir, junto a los niños, mientras que otro aspecto gris y retraído emerge como protección frente al rechazo o al irrespeto, dejando de sentir para evitar ser herido. Si miramos los retratos de Charles, veremos que su cuerpo expresa el mecanismo de adaptación que describo, su postura es erguida pero leve, carece de peso, la mirada está siempre baja; como si estuviera dividido entre la necesidad de enfrentar las circunstancias y el anhelo de refugiarse en la ensoñación —cabe imaginárselo dando clases, con la columna recta y el pecho hundido, presente de cuerpo y ausente a la vez, habitando en su mente—.

Pudney, en Lewis Carroll and His World, plantea que la capacidad fantástica de Dodgson no solo se debe a su genio creativo, sino que le permitieron habitar un mundo donde la tartamudez no existía: «Este ‘cristal perfectamente duro’ que contenía la infancia fue la verdadera esencia de su vida, expresada en los libros sobre Alicia y en algunos poemas… Cuando él se dirigía a los niños, dejaba de tartamudear. Era simplemente uno más de ellos. Esta infancia perenne, junto con la fantasía y la poesía fueron su realidad» (Stuttering Foundation of America, 1991-2019).

Podemos, entonces, imaginar la perfecta conjunción que se da esa tarde en que Charles Dodgson responde al pedido de la pequeña Alice Liddell. Todos los elementos están dados para dar rienda suelta al sueño. Central a todo, a mi modo de ver, es la relación. Hay un público generoso que clama por diversión, que festeja y aprecia la fantasía y el humor. Hay un artista cuya vena creadora se excita con la admiración y el afecto. Está un entorno natural bello, pero también aburrido, que requiere «ser encantado» mediante la imaginación. Y así como el bote sobre el que van fluye sobre el río, la palabra, movida por el «sueño» de Charles se deja ir y conquista para él ese amor que necesita, la excitación y el riesgo de los que carece en medio de una sociedad victoriana sumamente restrictiva; en el sueño de Alicia es Charles quien sueña y se transporta, ser sensible sometido a las reglas de su tiempo y su clase, a un fascinante e incomprensible mundo libre de moral. Cabe preguntarnos si «libre de moral» implica tal vez, siguiendo a Lacan, «libre del padre» de una manera que media entre lo intencional y lo accidental, a través del sentido del humor y del absurdo. Juega, Dodgson. Matemático y lógico, toma una cosa por otra, plantea las traspolaciones más extremas, que son las que divierten. Y cuando nos encontramos con el absurdo, rozamos los límites más allá de los cuales se ubica lo psicótico.

Moskowitz expone las definiciones de psicosis planteadas por sucesivas ediciones del DSM-V y cómo resulta evidente que éstas son claramente circulares: según los manuales, psicosis es tener síntomas psicóticos. Pasa a preguntarse, entonces, si la psicosis significa algo más allá de los síntomas específicos, más allá de tener delirios, y comparte una reflexión de su colega Heinimaa, quien dice que cuando se trabaja en clínica, la psicosis se encuentra cuando no podemos encontrarle sentido a lo que la persona dice o hace, cuando no hay una explicación obvia de por qué no la comprendemos. Y por supuesto, esto depende grandemente del contexto (Stillpoint Spaces Berlin, 2019). La artista Marina Abramovic propone una performance en la que está de pie junto a 72 objetos y el público puede hacerle lo que deseen, jugar con su cuerpo a su antojo. El resultado es aterrador: cuando la gente encuentra que la puede tratar como un objeto, lo hace, revelando aspectos horripilantes del ser humano (Peiró, 2019). El someterse voluntariamente y en público a ser violentada hasta el nivel del trauma, si no fuera «explicado» por el discurso del performance y del experimento social, sería catalogado como conducta desorganizada. Si no supiéramos quién es y en qué espacio y bajo qué reglas hace lo que hace, no podríamos comprender a la artista serbia. De modo que la conducta desorganizada y el habla desorganizada se consideran síntomas psicóticos, continúa Moskowitz, «como si no tuvieran organización. ¿pero, realmente lo sabemos? ¿sabemos que lo que la persona hace o dice no tiene un sentido, nada que lo organice, o es que no conocemos lo que lo organiza?». ¿Cómo decretar que un síntoma no tiene conexión con la vida de la persona, sin conocer su historia y si es incapaz o no está dispuesto a contarnos sus experiencias?  El profesor concluye que el psicótico tiene una lógica, solo que no la comunica y nosotros no la detectamos, y tendemos a descartar sus expresiones calificándolas como incomprensibles. (Stillpoint Spaces Berlin, 2019) El mundo que crea Dodgson escapa a la comprensión, pero no lo descartamos sino que nos perdemos en él, porque hay un marco de referencia: el anuncio de que estamos dentro de un sueño. Las reglas del mundo físico son desafiadas y podríamos a partir de ello discutir algunos elementos propios del delirio. Me interesa quedarme con los aspectos del lenguaje que podemos poner en relación con los síntomas psicóticos. No precisamente el principal: la imposibilidad de crear metáforas (Gastó, 2011) (Fink, 1997), ¡Dodgson se pasea con el lenguaje! La expresión de Winnicott parece describir a Charles: «la creatividad del adulto se explica en el juego del niño, el artista es un niño que jugó» (Stillpoint Spaces Berlin, 2016). Podemos retornar a su infancia y reconocer en el juego, metáfora actuada, la fuente de su resiliencia futura.

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