Literatura. Decda 1990-1997
karelis2825 de Marzo de 2014
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República Bolivariana De Venezuela
Ministerio Del Poder Popular Para La Educación
Liceo Bolivariano Andrés Eloy Blanco
Parroquia Payara – Estado Portuguesa
Profesora: Integrantes:
Iliana Vidal García Viviana # 02
Gutierrez Jesus # 17
Gonzales Anyis # 28
Año: 5to, Seccion: C
25.03.2014
INTRODUCCIÓN
La historia de la Literatura venezolana, es de importancia valorizar toda una gama de cambios desde la época de la colonia hasta la actualidad.
La literatura venezolana logro de muchos escritores, poetas, etc. Los cuales con sus sentimientos, llenaron a todos sus lectores de conocimientos, sentimientos, en todos los sentidos.
En este trabajo se escriben algunas características de ilustres personajes de nuestra literatura Venezolana.
Durante 1993 y 1994 se concentraron buena parte de las sorpresas que parecieron insinuar la irrupción de un nuevo conglomerado de voces en el universo de la narrativa venezolana. En 1993 Israel Centeno obtiene con su primer libro: "CALLETANIA" el PREMIO CONAC DE NARRATIVA , Nelson González Leal ganaba el CONCURSO DE CUENTOS DE EL NACIONAL , y al año siguiente, este destacado premio recaía otra vez en un autor de los 90 como es Luis Felipe Castillo. Es importante destacar que otro novísimo, Marco Tulio Socorro, obtenía en 1994 el Premio Municipal de Narrativa del Distrito Federal, y en 1992, Ricardo Azuaje ganaba el FUNDARTE de Narrativa, abriendo un círculo de expectativas cuyo cierre todavía es hoy bastante difuso.
Centeno, Castillo, y Socorro contaban para la fecha en que obtuvieron estos reconocimientos con apenas un libro publicado, y sólo recientemente Nelson González Leal ha visto publicado su volumen de narraciones UNA PISTA SUTIL (1997). De tal manera que puede afirmarse que con ellos surgía en las letras venezolanas la punta de un iceberg, la señal mínima de un proceso que como insinuábamos en el párrafo anterior, se encuentra en plena gestación y crecimiento.
En tal sentido, es necesario recordar que pese a la desconfianza que inevitablemente despiertan los premios literarios, una de las señales más obvias de las transformaciones ocurridas durante la década de los sesenta fue la concentración de distintos galardones en un grupo determinado de escritores que con el tiempo perfilaron varios de los momentos más luminosos de la historia literaria venezolana. En ese particular, Maritza Jiménez afirma:
" Ya casi finalizando la década (del sesenta), los integrantes de esta nómina heterogénea de autores, empiezan a destacar en las premiaciones nacionales, reflejando el desplazamiento generacional que se opera a partir de este período. José Balza recibe el municipal de prosa, por MARZO ANTERIOR; el Pocaterra de Narrativa, corresponde a Rodolfo Izaguirre por ALACRANES, con mención para Adriano González León. El Pocaterra de Poesía corresponde a Francisco Pérez Perdomo por LOS VENENOS FIELES, pero también son mencionados los poemarios de Jesús Sanoja Hernández y Rafael Cadenas."
"Desplazamiento generacional", este es el término clave que nos interesa resaltar pues los años 1993 y 1994 parecieran ser el escenario de un proceso similar al que relata Maritza Jiménez, por lo menos en cuanto a la aparición de nuevos nombres dentro del panorama de la narrativa venezolana.
Si dejamos fuera por unos instantes las valoraciones literarias, en la que por fortuna los premios no tienen un peso verdaderamente sólido, estos dos años desplegaron al menos la evidencia de que un nuevo coro de voces comenzaba a reclamar un espacio propio en el universo de la cuentística y la novelística del país.
ESTOS AÑOS NOVENTA
Así cómo los sesenta estuvieron marcados por la lucha política, por las guerrillas de orientación marxista que proliferaron a lo largo y ancho del país, por las discusiones de los intelectuales en cuanto al compromiso del artista frente a las exigencias de su historia, los noventa también nacen marcados por signos muy particulares de emergencia social. Ya no se trata de una casta intelectual emprendiendo la lucha armada en nombre de un colectivo que no necesariamente se sintió representado por la revolución que pretendía salvarlo; se trata ahora de un colectivo sin dirección que se lanza a las calles en una revuelta popular frente a la cual los escritores venezolanos no tuvieron ninguna respuesta, ninguna actitud inmediata que los liberara de la perplejidad.
El 27 de febrero de 1989, las protestas de un grupo de personas por el aumento del transporte desembocan en una violentísima rebelión popular que arrasó comercios enteros y paraliza las principales ciudades de Venezuela. La respuesta militar del gobierno de Carlos Andrés Pérez: desmedida, incoherente, y tardía, provoca una masacre en la que se calcula extra-oficialmente mueren dos mil personas. Así fenecen los fláccidos años ochenta: en medio de devaluaciones del bolívar; crisis económica, escándalos de corrupción política. Así nacen los noventa: marcados a fuego por la conmoción social y la desesperanza. En aquellos días finales de febrero del 89 desaparecía una Venezuela marcada por el esplendor petrolero y nacía otra cuyo rostro es aún difuso; y es dentro del escenario establecido por este nuevo país, donde se desarrollan dos rebeliones cívico-militares dirigidas por la oficialidad media y respaldadas con una curiosa simpatía popular.
Aplastados estos alzamientos en 1992, Venezuela retomó un rumbo incierto dentro del cual pervive todavía, y esa atmósfera presencia la irrupción de nuevas voces narrativas marcadas por la pluralidad de propuestas estéticas. En ese sentido, si como afirma Lázaro Álvarez los sesenta venezolanos son "una generación decisiva" pues a partir de hechos históricos cruciales los escritores de este tiempo inauguraron una cosmovisión del mundo , es posible sospechar que los escritores del noventa, ya marcados por hechos históricos de gran relevancia, al menos estén intentando estructurar visiones particulares de lo real que los justifiquen frente a una lengua como el castellano en donde la narrativa hecha en Venezuela no tiene todavía el lugar que le corresponde.
Las teorías se deshacen frente a los hechos inmediatos y sólo el tiempo podrá dictar sentencia, pero ya hay indicios, libros, propuestas, atisbos, que nos permiten reconocer al menos la intención de un grupo de autores por consolidar una narrativa vigorosa, en la que la realidad sufre diversas formas de intervención y metamorfosis.
Frente a la retórica del cuento breve que terminó por imponerse en las dos décadas anteriores, los noventa parecieran proponer nuevos formatos. Pocos libros importantes de estos años se sostienen sobre el texto corto, y por el contrario pareciera que una épica del fracaso estuviese imponiendo nuevas longitudes narrativas. Obras como JUANA LA ROJA Y OCTAVIO EL SABRIO de Ricardo Azuaje (1991); SÓLO UN SHORT STOP de Luis Felipe Castillo (1993); INCISIONES (1995) de Juan Calzadilla Arreaza; BARBIE (1995) de Slavko Zupcic, hablan de una posible predilección generacional por las dimensiones de la novela corta. Ya no es tiempo de recogimiento o de intimismos como pudieron ser los tiempos posteriores a la derrota guerrillera del sesenta; estamos ahora frente a una paulatina expansión del hecho narrativo en la que si bien se mantiene a grandes rasgos la intención de un tono menor, es decir, de un tono apegado a "...las historias menores, insignificantes, cotidianas, intrascendentes... un saludable ejercicio de depuración en el que se ha ido a las herramientas elementales de la narración por encima de selvas adjetivantes y neobarroquismos en boga", pareciera estarse gestando un florecimiento de géneros de mayor amplitud en detrimento de los ejercicios de brevedad y concisión de la década pasada.
Pero este tipo de hipótesis se enfrentan a una realidad compleja y polimorfa, y libros como CALENDARIOS (1990) y NATURALEZAS MENORES (1991) de Antonio López Ortega, trabajan un tipo de narración en ocasiones brevísima, narración que puede ser mini-ensayo, anotación lírica, pre-texto, y que contradicen en su esencialidad el movimiento de expansión que acotábamos. Y es que los noventa no tienen uniformidad expresiva, no poseen grandes líneas comunes de trabajo. Junto a la sobriedad y el psicologismo de los cuentos que nos entrega Rubi Guerra en EL MAR INVISIBLE (1990), se contraponen los ejercicios de tradición vanguardista, las parodias del humor surreal, y el lenguaje escatológico que propone Armando Luigi en su novela LA CRISIS DE LA MODERNIDAD (1997). Frente al lirismo y a la serenidad expositiva con que Marco Tulio Socorro refleja el mundo rural en A VUELO DE ÁNGEL (1993) descubrimos el cinismo y la mirada jocosamente urbana de José Roberto Duque en SALSA Y CONTROL (1996). Al lado de la densidad prosística y el rigor borgiano del LIBRO DE ANIMALES (1994) de Wilfredo Machado encontramos el humor cotidiano, el delicioso manejo de las acciones llevado a cabo por Ricardo Azuaje en VISTE DE VERDE NUESTRA SOMBRA (1993). Separado de la temporalidad inmediata que reseña I LOVE K-PUCHA de Jesús Puerta (1994), atisbamos la recuperación de la narrativa historicista en EL BLUES DE LA CABRA MOCHA (1995) de Mariano Nava. Contrapuesta a la exploración de la afectividad y lo paródico en TEXTOSTERONA
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