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POR QUÉ HAY QUE LEER A CLIFFORD GEERTZ


Enviado por   •  22 de Abril de 2013  •  Ensayos  •  1.513 Palabras (7 Páginas)  •  394 Visitas

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POR QUÉ HAY QUE LEER A CLIFFORD GEERTZ

Justo Serna

Desde hace años, desde hace un par de décadas al menos, el antropólogo Clifford Geertz es muy conocido entre el público culto y entre destinatarios muy distintos: su influencia y su reputación parecen agigantarse justificadamente y sus usos se multiplican. Su caso sería semejante al que él atribuye a Thomas S. Kuhn: ha tenido que sobrevivir a los efectos posteriores de un terremoto a cuyo temblor original ha contribuido él mismo. Que la audiencia de Geertz sea amplia no es un logro menor ni objetable, como tantos académicos suelen pensar. Llegar a un público vasto es una auténtica proeza porque también es creciente el número de los lectores inquietos y cultivados que saben oponer resistencia a la avalancha de los libros, individuos que no se dejan impresionar fácilmente por los reclamos de la industria cultural. Se edita mucho, un volumen desplaza a otro volumen y la publicidad multiplica la suma de las obras aparentemente maestras o decisivas. Decir de Geertz, como rezan los paratextos editoriales, que es “el antropólogo norteamericano más relevante de las últimas décadas” o que es “uno de los antropólogos más influyentes de nuestro tiempo” puede parecer hiperbólico, otra exageración más que añadir a lista de reclamos mercantiles. Y, sin embargo, no es así y su celebridad y ese dictamen están perfectamente justificados.

Se le cita como exponente, como interlocutor privilegiado o como inspirador del giro interpretativo de las ciencias sociales, como portavoz reciente de la Verstehen; se comentan sus obras subrayando su condición interdisciplinaria o transdisciplinaria, obras confeccionadas a partir de un patrimonio cultural vasto y variado, un repertorio de fuentes plurales que se dan cita en sus textos con toda fertilidad; se admira su prosa, tan brillante, tan elaborada aunque aparentemente desenvuelta, tan poblada de metáforas con las que ilustrar ideas, intuiciones, logros del pensamiento; se mencionan con frecuencia algunos de sus hallazgos más afortunados, la descripción densa o los géneros confusos, fórmulas que se emplean para fines diversos y en disciplinas distantes; se toman ciertos casos estudiados por el antropólogo, su análisis sobre las peleas de gallos en Bali, por ejemplo, como fuente explícita, más o menos remota, de los estudios microanalíticos que han proliferado, como muestra en la que inspirarse para tratar la dramaturgia cotidiana de los actores sociales. Andando el tiempo y como consecuencia de ese éxito intelectual, a Geertz lo han convertido en referente ineludible, en autor justificadamente decisivo, entrevistado aquí y allá y reclamado para dar opiniones, para pronunciarse, para conferenciar. Se interesan por él, por sus obras y por sus ideas, no sólo quienes comparten su misma disciplina, sino también esa vasta comunidad de lectores a la que aludíamos, muchos de ellos ajenos en principio al quehacer del etnólogo, pero motivados por su particular modo de decir y de tratar las cosas, cosas a la vez universales y concretas, propias de los seres humanos y características de ciertos pueblos. Pongamos sólo dos casos, geográfica y cronológicamente distantes, que nos sirvan de indicio suficiente, que nos muestren un par de ejemplos de esa fortuna académica alcanzada más allá de la antropología. El primero hace referencia a los historiadores y a la influencia temprana que este etnólogo habría empezado a tener entre aquéllos, según un diagnóstico italiano hecho en los ochenta; el segundo lo tomamos de un diccionario norteamericano de estudios culturales de los noventa.

Angelo Torre, en un ensayo titulado “Antropologia sociale e ricerca storica”, publicado en un volumen colectivo editado en 1987 por Pietro Rossi y titulado La storiografia contemporanea. Indirizzi e problemi señalaba el peso creciente de la etnología entre los historiadores. El asunto es conocido: superada la fase de influencia de la economía y de la sociología, serían ciertos antropólogos quienes resultarían más apreciados. Primero habría sido Claude Lévi-Strauss, autor decisivo para los historiadores estructurales, ocupados de abordar fenómenos propios de la longue durée. El peso del modelo instituido por Fernand Braudel habría convertido a su viejo amigo y colega en referente con el que polemizar. La crisis de las investigaciones estructurales, el nuevo aprecio dispensado a la dimensión micro, el relieve dado a la acción de los actores, la pregunta acerca del significado habrían acercado a los historiadores a Clifford Geertz. Al margen de sus usos, aparte de su modo de empleo, lo cierto es que fueron Natalie Zemon Davis o Robert

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