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Sociedad y poder. La primera dama (versión Monterroso)


Enviado por   •  20 de Octubre de 2014  •  Informes  •  2.606 Palabras (11 Páginas)  •  415 Visitas

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Sociedad y poder

La primera dama (versión Monterroso)

Augusto Monterroso tuvo que sobrellevar la gloria y el fastidio de haber escrito el cuento más breve del mundo. Sin duda le halagaba ser reconocido como creador de aquel dinosaurio que siempre seguirá donde él lo puso. Pero también, como todo autor, quería que se leyera más de una de sus obras. En una de sus antologías se reproduce la declaración que hizo en una entrevista: “mucha gente piensa que yo sólo he escrito ‘El dinosaurio’, y da por supuesto que ya me conoce leyendo ese solo cuento, y en realidad yo he publicado diez libros”.

En uno de ellos, Movimiento perpetuo, Monterroso escribió: “La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo”.

Ahora que Monterroso ha muerto (anteanoche, en la ciudad de México) sus libros volverán a releerse y seguramente se asomarán a ellos nuevos lectores. Esas obras seguirán su propio camino, como ese autor advirtió en La palabra mágica que le ocurre a un libro una vez que ha sido publicado: “No importa lo que hagas por él o con él. Puede quedarse escondido y escrito en cifra en un desván y ser descubierto ciento treinta y dos años más tarde; estar en todas las vitrinas y en manos y en boca de todos y pasar al olvido inmediatamente después de tu muerte, cuando para la gente seas apenas un nombre o un fantasma, o ni tan solo un fantasma; cuando hayas desaparecido y ya ninguno te tema o espere favores de ti; o ya no seas simpático y tu famoso ingenio no haga reír más a nadie, porque nadie estará ahí para reírse, ni contigo y ni siquiera de ti”.

También puede ocurrir que el libro merezca nuevos aprecios: “donde la buena gente distraída te ignoraba, ahora lo toma en sus manos incrédula ante tanta maravilla que antes ni sospechaba, lo paga y se lo lleva a su casa, habla de él con sus amigos, lo presta o no lo presta, según, subraya párrafos, y en la noche, no importa la hora, despierta a su esposa o esposo y le dice oye esto”.

Así que serán muchos quienes vuelvan o lleguen por vez primera a uno de los más célebres libros de Monterroso, precisamente ése en cuyo centro se encuentra la línea del dinosaurio. Y entre esas páginas de Obras completas y otros cuentos habrá más de uno que se detenga ante el relato llamado “Primera dama”.

Allí el autor guatemalteco (que sin embargo nació en Honduras, en diciembre de 1921 y que en 1944 llegó a vivir a México) cuenta el afán de la esposa de un presidente para contribuir a aliviar la pobreza en su país.

“–Mi marido dice que son tonterías mías –comienza ese relato de Monterroso– pero lo que quiere es que yo sólo me esté en la casa, matándome como antes. Y eso sí que no se va a poder. Los otros le tendrán miedo, pero yo no. Si no le hubiera ayudado cuando estábamos bien fregados, todavía. ¿Y por qué no voy a poder recitar, si me gusta? El hecho de que él sea ahora Presidente, en vez de ser un obstáculo debería hacerlo pensar que así le ayudo más. Y es que los hombres, sean presidentes o no, son llenos de cosas. Además, yo no voy a andar recitando en cualquier parte como una loca sino en actos oficiales o en veladas de beneficencia. Sí pues, si no tiene nada de malo”.

La afición de la primera dama es recitar poemas y encuentra la posibilidad de realizarla en la campaña para que haya desayunos escolares. Explica el narrador: “Alguien había notado que los niños de las escuelas andaban medio desnutridos, y que algunos se desmayaban a eso de las once, tal vez cuando el maestro estaba en lo mejor. Al principio lo atribuyeron a indigestiones, más tarde a una epidemia de lombrices (Salubridad) y sólo al final, durante una de sus frecuentes noches de insomnio, el Director General de Educación, nebulosamente, sospechó que podrían ser casos de hambre”.

Ese funcionario había sido compañero de escuela del Presidente, así que lo busca para exponerle el problema. Sigue Monterroso: “El Presidente lo recibió de lo más simpático, probablemente con mucha más cordialidad de la que hubiera desplegado desde una posición menos elevada. De manera que cuando él comenzó: ‘Señor Presidente…’ se rió y le dijo: ‘Dejáte de babosadas de Señor Presidente y decíme sin rodeos a lo que venís’, y siempre riéndose lo obligó a sentarse, mediante una ligera presión en el hombro. Estaba de buenas. Pero el Director sabía que por más palmaditas que le diera ya no era lo mismo que en los tiempos en que iban juntos a la escuela, o sencillamente que hacía apenas dos años, cuando todavía se tomaron un trago con otros amigos en El Danubio. De todos modos, se veía que empezaba a sentirse cómodo en el cargo. Como él mismo dijera levantando el índice en una reciente cena en casa de sus padres, de sobremesa, ante la expectación general primero, y la calurosa aprobación después, de sus parientes y compañeros de armas: ‘Al principio se siente raro; pero uno se acostumbra a todo’.”

Después de platicarle la desnutrición que padecen los niños el Director de Educación le solicita permiso “para tratar de conseguir algo de dinero y fundar una especie de Gota de Leche semioficial”.

La respuesta es positiva. El autor cuenta, más adelante: “Después de cambiar aún otras frases ingeniosas alrededor del mismo tema, él le dijo que le parecía bien, que fuera viendo a quién le sacaba plata, que dijera que él estaba de acuerdo y que quizá la UNICEF podía dar un poco más de leche. ‘Los gringos tienen leche como la chingada’, afirmó por último, poniéndose de pie y dando por terminada la entrevista.

“–Ah, y mirá– añadió cuando ya el Director se encontraba en la puerta-: si querés hablále a mi señora para que te ayude; a ella le gustan esas cosas.

“El Director le dijo que estaba bueno y que le iba a hablar en seguida.

“No obstante, esto más bien lo deprimió, porque no le agradaba trabajar con mujeres. Peor de funcionarios. La mayoría eran raras, vanidosas, difíciles, y uno tenía que andarse todo el tiempo con cortesías, preocupándose de que estuvieran siempre sentadas y poniéndose nervioso cuando por cualquier circunstancia había que decirles que no. De paso que a ella no la conocía mucho. Pero lo mejor era interpretar la sugerencia del Presidente como una orden”.

La señora acepta de inmediato. Y se ofrece no solo a buscar fondos sino a recitar en las veladas que se organicen para ello.

“‘Qué bueno’, pensó

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