UNA VICTORIA MÁS
jairtenorio6614 de Agosto de 2012
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Solicitud de paradero-La Fiscalía en lo Correccional Nº 27 y El Juzgado de Menores Nº 1 dela Ciudad Autónoma de Buenos Aires solicitan ubicar el paradero de la menor que responde al nombre de Victoria, de 16 años, DNI 33.099.151, se ausentó de su domicilio el 28 de junio. Es delgada, 1.60 de estatura, cutis blanco, cabello largo y rubio, ojos verdes. Vestía pantalón de jeans rojo, remera blanca y campera amarilla. Cualquier información sobre la misma comunicarla al juzgado mencionado, teléfono 4332-0119 o a la seccional Flores dela Policía Federal o al mail:juzgadomenores@justiciabaires.gov.ar
¿Quién lee este tipo de anuncios? Nadie y menos yo. Sin embargo allí estaba sentado frente a Lita y su vecino, el ingeniero Jorge Bonnatesta, en la mesa del Greco, escuchándolos, leyendo recortes de viejos diarios y apuntes, que me trajo este hombre, con los que trataban de ponerme en clima y comprometerme en el “caso Victoria”.
Como de costumbre olvidé presentarme, soy Federico G.Pecthos Branka, investigador de seguros. Si me permiten voy a leer algo de lo que tengo ante mí.
1-La Excavación.
Los viejos artículos periodísticos dicen:
DIARIO EL MUNDO-SUPLEMENTO BARRIAL. Lunes 5 de junio de 1971.-
Pensar en el barrio de Flores de los años sesenta es hablar del progreso y del buen gusto de la época.
Recorrer las vidrieras de la avenida Rivadavia, tomar algo en su infinidad de bares y cervecerías o sentarse a escuchar música en la plaza era un paseo obligado de fin de semana para todo porteño que se preciara de ser del oeste.
Los del norte tenían Cabildo y los del centro Corrientes o Lavalle.
Ir a misa en la iglesia de San José no era lo mismo que confesarse en la simple parroquia del barrio. Era la época en que irrumpió la minifalda, aunque para asistir a misa se usaba la vieja y larga pollera.
La esquina de Carabobo y Rivadavia, centro neurálgico, como lo es ahora: un infierno de tránsito; y para complicar mucho más el panorama, en los sesenta la estaban modernizando: construían enormes rascacielos. Allí se levantaría uno de los primeros en la zona.
Los tranvías, viejos y lentos,a punto de ser exterminados por esos negociados que suelen hacer los dirigentes, transformaban en polvo ,con su traqueteo ,la enorme cantidad de piedrecillas que inundaban sus vías. Por allí pasaban, entre muchos otros, las líneas 1, 2 y 53, llenos de obreros en la madrugada y más tarde con empleados y estudiantes. Los trolebuses, que competían con los tranvías, habían perdido el sostén de sus cables, que era la pared de la casona en demolición. Los modernos colectivos pasaban sin inconvenientes levantando polvareda y, orgullosamente, la bandera del llamado progreso de la ciudad.
En medio del bochinche, mezcla de tránsito, gentío y construcción, estaban los curiosos de siempre: jubilados, algunos desocupados y los transeúntes que mataban el tiempo viendo trabajar al enjambre de obreros. En la empalizada de la obra se leía el habitual cartel de: « Hay Vacantes ».
Dominaba el escenario, como controlando a unos fieros danzarines de ballet, un enorme e impresionante escarabajo metálico llamado excavadora.
Cada golpe de su mandíbula de acero arrancaba grandes cantidades de escombros y tierra. Elevaba su bocaza cargada, giraba sobre sí misma y lanzaba los restos de su pesada mordida a los camiones que, en una hilera disciplinada, esperaban su carga pacientemente.
Era la Argentina creciente que llamaba a las gentes de todo el mundo a trabajar por su grandeza. Los vecinos orgullosos de su esquina. Firma: Pichuco de Flores
Me cuenta el ingeniero que en medio del fragor que provoca una labor tan dura y cuando la monotonía de una tarea, aunque interesante, repetitiva…llegó la novedad imprevista. (Lee de su manuscrito):
- ¡Derrumbe !… ¡Derrumbe!- gritaron. La sirena de alarma no se hizo esperar.
Los servicios públicos funcionaban, así que ante el llamado de alarma los bomberos, la policía y la ambulancia de la Asistencia Pública aparecieron de inmediato.
-Según me cuentan los sesenta fueron los mejores años –interrumpí entusiasmado.
-Era la época de la eficiencia –respondió con sorna.
-Por su expresión me suena a una enorme y endiablada mentira.
-Fue un mito bien vendido…”somos los mejores del mundo” (no competíamos con nadie)…,”con lo que tiramos a la basura en Europa come una familia” y…con esas enseñanzas le lavaron la cabeza a gran parte de nuestra población –afirmó con énfasis.
- Continúe, lo escucho.
- Recuerdo que en la esquina de Ramón Falcón y Varela resaltaba una caricatura de un chancho representando al ministro de economía Don Álvaro Alsogaray mostrando sus gráficos al pueblo porla Teley el cómo se haría para “pasar el invierno”. Firmaba el socialismo argentino.
- Yo soy maestra y los viejos maestros y profesores me contaron que debían evitar gastos superfluos como exigir el uso de cuadernos y carpetas.
- Como diría Borges…”ni mejores ni peores… incorregibles” – añadió Bonnatesta.
- Pero no tanto – agregué como al pasar-. Y la historia ¿cómo sigue?
- Se la cuento al detalle, ¿tiene tiempo?
- Sí, continúe.
Acomodó la garganta y prosiguió leyendo:
-Falsa alarma agente -decía con desesperación el ingeniero a cargo de la obra.
-¿Cómo es eso? -replicaba el oficial.
- Es que la excavadora se encontró con un aljibe abandonado…
-¿Y ?
- Y … el ruido hizo que los muchachos creyeran que era algo peor.
En medio del diálogo uno de los bomberos, el negro Aguirre, hombre curioso y mirón, se asomó al pozo. Sacó su linterna e iluminó en lo profundo.
-¡Oiga jefe! …venga.
- ¡Voy !… ¿Qué pasa ?
- Pasa que allá en el fondo veo unos bultos.
Ahí nomás el jefe dio el grito:
- A ver Ché, traigan una soga y bajen de inmediato.
El propio Aguirre descendió.
- Jefe hay trapos, un par de cuchillos y unos huesos.
- Ahí te mando el canasto, poné todo lo que encontrés.
Así lo hizo el cabo. Recogieron: lo que quedaba de dos rastras, harapos gastados y sucios, suela de botas, dos facones ennegrecidos, unas espuelas, algunos huesos y desechos como de un viejo basurero.
- Vea, ingeniero, acá hay que investigar, y lo tiene que hacer un juez-dijo el jefe.
El ingeniero se puso blanco.
- Más blanco que la leche blanca –diría mi abuela y cerré el pico; seguí escuchando.
- Sabía que este hallazgo le frenaría el ritmo de trabajo o, peor aún, se suspendería la obra. Ya había pasado en San Telmo cuando encontraron las trenzas que hizo cortar Belgrano a los soldados. Atraso que en pesos significaba una catástrofe.
-Vea –dijo Lita – mostrándome lo que “El Mundo” y “Clarín” publicaron en la página central: Hallaron restos humanos, un facón, unas espuelas y lo que alguna vez fue una rastra. Ilustraba una foto de la construcción.
Bonnatesta continuó: – Se conmocionó el vecindario. Corrió la noticia como reguero de pólvora – levantó la vista y dijo – Esto es para usted ya que le gustan los dichos populares…, y empezaron las versiones :
Don Justo, el viejito del quiosco, que tenía 98 años, recordaba, con esa lucidez de siempre, que cuando él había sido chico esa era la tierra de los duelos entre los del Barrio de Flores y los de Caballito.
-Recuerdo-dijo-que los duelos terminaban con el finado en el fondo del pozo.
Doña Juana, de edad imprecisa, quien calificaba a Don Justo de viejo bolacero, contó que su mamá le había dicho que Jacinto y Epifanio habían desaparecido después de una borrachera porque el Diablo los había hecho tragar por la tierra.
-Cuando un hombre tomaba, ofendía a una mujer o no trabajaba, entraba en pecado. Y no había Dios o Diablo que pudiera salvarlo-decía muy seria y convencida-. Quien entra en pecado es tragado por el infierno y su cuerpo se pudre y el alma vaga sin descanso por toda la eternidad.
Además ahora se explicaba por qué al regar con agua de ese pozo, Don Sixto, el antiguo dueño de la esquina, había conseguido tener una huerta tan florida y productiva.
-¡Cuántas historias! – dije para ir cortando.
El hombre tenía sus tiempos y ni se inmutó. Continuó narrando de forma amena.
-La versión más interesante fue que una noche los Vergara, Eulogio y Antonio, hermanos de crianza, pelearon por una morocha de pelo reluciente en el que se reflejaba el brillo dela Luna. Lacosa es que cada uno por su cuenta y sin saberlo empezaron a arrastrarle el ala; ella coqueta y juguetona les seguía el juego. Victoria se llamaba la chinita, dicen que por la reina inglesa. Más bien, creo – dijo haciéndome un guiño-, era por el rey Vittorio Emanuel.
Tiempo al tiempo descubrieron el jueguito de Victoria.
La encararon y ella les dijo que
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