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Plutarco: Arte de escuchar

HenrikFosResumen23 de Abril de 2019

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Plutarco

El arte de escuchar

Traducción: Mario De Marchis

Plutarco de Queronéa, in Beocia, (46 d.C.-120 d.C.)

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1- Te envío, querido Nicandro, la transcripción del discurso que yo dicté sobre como se escucha, para que tu puedas prepararte de forma correcta a la escucha de quien se dirige a ti, con la voz de la persuasión, ahora que te pondrás la toga viril y te liberaste de quienes te daban órdenes. Esta condición de “anarquía”, que algunos jóvenes, aún inmaduros sobre el plano formativo, normalmente confunden con libertad, y hacen creer que las pasiones, casi fueran liberadas de sus ataduras, se vuelvan sus dueños, dueños más duros[pic 2][pic 3][pic 4][pic 5][pic 6][pic 7]

 que sus maestros y de los pedagogos de cuando eran muchachos. Justo con el vestido, dice Herodoto, las mujeres se desvisten también de todo pudor. Así hay jóvenes que, en el mismo acto de dejar la toga infantil, dejan también todo sentido de pudor y de respeto y, disuelto del habito que los mantenían correctos, se llenan de desorden. Tú, al contrario, que en más ocasiones tuviste forma de escuchar que seguir a Dios y obedecer a la razón son lo mismo, debes de pensar que la transición desde la niñez a la edad madura, para aquellos que razonan bien, no significa ya no tener una autoridad que obedecer, sino simplemente cambiarla, porque en lugar de una persona contratada o de un esclavo, ellos toman la guía divina de la existencia de la razón. Aquella razón, que es justo decir, que sus seguidores son los únicos hombres verdaderamente libres, dado que sólo ellos han aprendido a querer lo que se debe, y por lo tanto, viven como quieren. Innoble, sin embargo, y mezquino y expuesto a grandes remordimientos, es el comportamiento que se explica en los impulsos y en las acciones que nacen de la inmadurez y de falsos razonamientos.

2- Los ciudadanos naturalizados que provienen de otro país y son en todo y por todo extranjeros, asumen una actitud crítica e intolerante hacía muchas de las costumbres locales, mientras quien llega en condición de meteco[1], dado que creció con familiaridad con nuestras leyes, acepta las obligaciones sin dificultad y las cumple con gusto: así tu, que por mucho tiempo creciste en contacto con la filosofía y desde el inicio estás acostumbrado a recibir, junto a la forma de pensar filosófica, todo lo que aprendiste y escuchado desde muchacho, tienes que acercarte, con ánimo bien dispuesto, como una persona de casa, a la filosofía, que es la sola a volver a vestir a los jóvenes del habito viril y realmente perfecto, que emana de la razón.

Pienso, de todas formas, que no te molestará escuchar alguna observación preliminar sobre el sentido del oído que, como dice Teofrasto[2], es expuesto más que otros a las pasiones, dado que no hay nada que se vea, se saborea o se toque, que produzca trastornos, turbamientos y sobrecogimientos, paragonables a aquellos que agarran el alma, cuando la escucha es atacada por ruidos, estrépitos y los molestos ruidos. Pero, observamos mejor, él tiene más nexos con la razón que con las pasiones porque, si es cierto que muchas son las zonas y las partes del cuerpo que ofrecen a los vicios una vía de acceso por medio de la cual llega a pegarse al alma, mientras que por la virtud, sin embargo, la única entrada son las orejas de los jóvenes, siempre y cuando sean preservadas desde el inicio de los daños que hace la adulación y el contagio de los malos discursos. Por esto Senócrates, invitaba a aplicar las anteojeras más que a los luchadores, porque a estos últimos los golpes desfiguran las orejas, mientras a los primeros los discursos deforman el carácter. Él no entendía, de todas formas, que tenía que ponerse en alguna forma de aislamiento acústico o volverse sordos: aconsejaba, nada más, de protegerlos de los malos discursos antes que los buenos, como guardias crecidas en la filosofía a protección del carácter, no hubieran ocupado el emplazamiento más precario y mayormente expuesto a la voz de la persuasión. El antiguo Biantes[3], cuando Ahmoses[4] le pidió que le enviara la parte de la víctima sacrifical que, a su juicio, era la mejor y al mismo tiempo la peor, cortó la lengua y se la mandó, queriendo decir que por medio de la palabra están escondidos los daños mayores y las más grandes ventajas. La mayor parte de las personas, cuando besa con ternura sus pequeños, toma las orejas entre las manos y los invita a hacer lo mismo, con alegre alusión al hecho que ellos deben amar, más que nada, quienes les hacen el bien por medio de las orejas. Es evidente que un joven que fuera mantenido lejos de cualquier ocasión de escucha y que no degustase ninguna palabra, no nada más quedaría completamente estéril, y no podría germinar hacía la virtud, sino correría el riesgo de ser poseído por los vicios, haciendo proliferar las plantas silvestre en su alma, como si fuera un terreno abandonado y no trabajado. La atracción hacia el placer y la desconfianza hacía el cansancio, nacen de la naturaleza humana y no de causas externas, o llegadas a nosotros por medio de las palabras, y son precursoras de infinitas pasiones y enfermedades, si se dejan libres y no se mantienen a freno con buenos razonamientos. Arrestando o desviando el natural fluir, no hay animal feroz que no pueda aparecer más manso que el hombre.[pic 8][pic 9][pic 10][pic 11][pic 12][pic 13][pic 14][pic 15][pic 16][pic 17][pic 18]

3- Entonces, desde el momento que la escucha comporta para los jóvenes un gran aprovechamiento, pero tampoco un menor peligro, creo sea importante reflexionar continuamente, con sí mismo y con otros, sobre este tema. Los más, sin embargo, por lo que podemos ver, se equivocan, porque se ejercitan en el arte de decir antes de haber practicado el arte de escuchar, y piensan que para pronunciar un discurso hay necesidad de estudio y de ejercicio, pero, sin embargo, de la escucha se beneficia también quien se acerca de forma improvisada. Si es cierto que quien juega a la pelota aprende contemporáneamente a lanzarla y a recibirla, pero en el uso de la palabra, sin embargo, el saber acogerla bien, precede el acto de pronunciarla, al mismo modo que el embarazo ocurre antes del parto. Los trabajos de parto de “viento”[5] de las gallinas, se dicen que dan origen a cascaras imperfectas y sin vida: así realmente de “viento” es el discurso que sale de los jóvenes incapaces de escuchar y no acostumbrados a traer beneficio del oído, y[pic 19][pic 20][pic 21][pic 22]

obscuro y desconocido, se dispersa bajo las nubes.[6]

Cuando se trasiega algún líquido, la gente inclina y voltea los recipientes para que la operación salga bien y no haya pérdidas mientras, cuando escucha, no aprende a ofrecerse a si mismo a quien habla y a seguir con atención, para que no pierda ninguna afirmación útil. Y lo que es más ridículo, es que si encuentran alguien que le cuenta cismes sobre un banquete, una marcha o de un sueño, quedan a escucharlo en silencio y quieren saber más; mientras que si uno los separa y quiera darles una enseñanza útil, moverlos a cumplir algún deber, llamándoles la atención respecto a algún error o tratar de calmarlos en caso de molestia, no lo soportan y, si tienen la posibilidad, se esfuerzan en contradecir sus palabras o, si no pueden, lo dejan y van a buscar bajos discursos, llenándose las orejas, como si fueran recipientes defectuosos y cuarteados, de cualquier cosa menos de lo que necesitan. Los buenos criadores hacen sensible a la mordida la boca de los caballos: así como los buenos educadores hacen sensibles a las palabras las orejas de los muchachos, enseñándoles a no hablar mucho y a escuchar mucho. Cuando Spintaro tejía elogios de Epaminondas, decía que no era fácil encontrar alguien que supiera escuchar tanto y hablase tan poco. Y la naturaleza, se dice, ha dado a cada uno de nosotros dos orejas pero una sola lengua, porque debemos escuchar más que hablar. [pic 23][pic 24][pic 25][pic 26][pic 27][pic 28][pic 29][pic 30][pic 31][pic 32][pic 33][pic 34]

4- El silencio, entonces, es el ornamento más seguro para un joven en cualquiera circunstancia y lo es especialmente de forma particular cuando, escuchando a otros, evita de agitarse y de ladrar a cada afirmación, y también si el discurso no le es particularmente apreciado, con paciencia espera que quien está disertando llegue a la conclusión; y cuando termine, espera antes de atacarlo con objeciones, sino, como dice Esquines, deja pasar un poco de tiempo para permitir al otro de complementar integraciones o rectificaciones y a lo mejor, aclarar alguna parte. Quien inmediatamente se pone a contrabatir, termina por no escuchar y no ser escuchado, e interrumpir el discurso de otro, causa una mala impresión. Si ha aprendido a escuchar de forma controlada y respetuosa, logra recibir y hacer suyo un discurso útil y sabe discernir mejor y desenmascarar la inutilidad o la falsedad de otro, y además, sabe dar de sí una imagen de una persona que ama la verdad y no los enfrentamientos y es aliena a ser precipitada o polémica. No es equivocado lo que dicen algunos, es decir que, si se quiere dejar algo bueno en los jóvenes, se necesita primero desinflarlos de cada presunción, mucho más de lo que se hace con el aire contenida en las ánforas, porque si no, llenos como son de soberbia y arrogancia, no lograrían acoger nada.[pic 35][pic 36][pic 37][pic 38][pic 39][pic 40][pic 41][pic 42][pic 43][pic 44][pic 45][pic 46][pic 47][pic 48][pic 49][pic 50][pic 51][pic 52]

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