Aristoteles Y Su Etica
mikilz44 de Julio de 2013
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La Ética de Aristóteles
Aristóteles
Los diez libros
De las Éticas o Morales de Aristóteles, escritas a su hijo Nicomaco,
traducidos fiel y originalmente del mismo texto griego en lengua vulgar
castellana, por Pedro Simón Abril, profesor de letras humanas y filosofía,
y dirigidos a la S. C. R. M. del rey don Felipe, nuestro señor; los
cuales, así para saberse cada uno regir a sí mismo, como para entender
todo género de policía, son muy importantes.
A la S. C. R. M. del Rey Don Felipe, nuestro señor, Pedro Simón Abril,
profesor de Letras humanas y Filosofía, S. Y P. F.
Cuando me paro a considerar las cosas que del gobierno y policía
humana los historiadores antiguos, griegos y latinos, han dejado escritas,
S. C. R. M., las graves consultas sobre casos muy importantes, las
discretas y dulces oraciones y prudentes pareceres, que se cuentan del
Ateniense, del Bizancio, del Lacedemonio, del Corcireo, del Romano, de
otros muy muchos pueblos, cuyos hechos los historiadores dejaron en
perpetua memoria por sus célebres historias, y, por el contrario, veo
cuántos siglos ha que en los gobiernos de los pueblos y ciudades hay tanto
silencio en esta parte, y ni se dicen ni se escriben cosas prudente y
discretamente dichas en los senados y ayuntamientos dellos, no poco, en
realidad de verdad, me maravillo; y como el maravillarse de las cosas,
como Aristóteles en su Metafísica escribe, es la causa de inquirir la
causa dellas, póngome también a considerar de dónde procede esto, y en qué
viene. Porque no son más indóciles ni rudos los entendimientos de los
hombres destos tiempos que los de aquéllos; antes bien (como se puede ser
por los ingenios de la guerra, y de otras muchas cosas que vemos en estos
tiempos tan sutiles, que casi con razón nos reímos de la rudeza de
aquéllos cuanto a esto), parecen ser más aptos que no aquéllos. Pues no
menor ocasión para ello hay agora, y ha habido siempre, que la hubo
entonces, pues así en la guerra como en la paz se han ofrecido en el
mundo, y ofrecen, cosas en que la elocuencia y prudencia pueden desplegar
anchamente sus banderas. Sola una causa hallo, y ésta tengo para mí que es
la total causa desto, que es la diversidad de los lenguajes. Porque
aquellas naciones, en su propia y vulgar lengua, en la cual nacían, y en
que se criaban dende los pechos de sus madres, en la que trataban
comúnmente en casa, de fuera, con el siervo, con el amigo, con el padre,
tenían escritas las doctrinas de los sabios, las oraciones de los
elocuentes, los graves pareceres de los prudentes senadores; de manera que
ninguna dificultad les podía causar para entenderlos el tener poco uso y
experiencia de la lengua, cuya ignorancia del todo impide el llegar al
cabo de entender el ser y naturaleza de las cosas, las cuales tratan los
hombres mediante los vocablos, como las contrataciones mediante los
dineros. Y así, con mediana diligencia que ponían, venían a ser doctos: ni
les era forzado para sólo entender el lenguaje, como agora lo hacemos,
gastar los mejores años de la vida. Pero agora, después que el vulgar uso
de hablar es tan diferente, los hombres no tienen comúnmente noticia
destas cosas, y todo aquello en que varones muy sabios, para común
provecho de todos, echaron el resto de sus habilidades, ha venido a
reducirse en provecho de muy pocos, y aun de algunos que el saberlo ellos
importa no mucho para la común utilidad de la república. Porque, considere
V. M. cuán pocos son en número los que aprenden las Letras griegas y aun
latinas, en comparación de tantos millares de hombres como hay en tanto
número de pueblos y ciudades que al señorío y gobierno de V.M. están
subjetas, que ni entienden la una lengua ni la otra. Pues de los que las
estudian, ¡cuántos son los que, espantados del trabajo que se ofrece pasar
hasta llegar a entender del todo el propio modo del hablar de los griegos
o latinos, se paran en mitad de la corrida! ¡Cuántos que, teniendo por fin
último la exterior utilidad, toman de la lengua latina sólo aquello que
para las sciencias que ennoblecen más las bolsas que los ánimos, les
basta; y destas cosas de la filosofía, como cosas al parecer dellos poco
provechosas, del todo se descuidan! ¡Cuántos que, por ser hombres ajenos
de negocios y aficionados a la contemplación, ya que estudian estas cosas,
las estudian más por su curiosidad que no para ponerlas en uso, lo cual
hacer es del todo pervertir la moral filosofía! De manera que si queremos
bien echar la cuenta, habiéndose escrito y trabajado estas cosas para bien
y utilidad generalmente de todos, por la diversidad de las lenguas ha
sucedido que sirvan para pocos, y déstos para los que menos importaba que
sirviesen. Pues ¿qué será si consideramos la dificultad que para el
entenderlo bien, aun a los que lo tratan, les pone el no ser estas lenguas
usadas vulgarmente? ¿Cuántos lugares están puestos en disputa, por no
saberse bien del todo qué es lo que aquel pueblo por aquellas palabras
entendía comúnmente? Porque de la misma manera que acontece a muchos, que
topando una moneda extranjera, y que no corre por aquella tierra,
comúnmente unos dicen ser moneda de tal o de tal rey, otros de tal o de
tal príncipe, otros dicen que no, sino de tal o de tal pueblo, así también
acerca del interpretar de los vocablos hay muy grande contienda y diversas
opiniones, en las cuales examinar se gasta gran parte de la vida. Por
estas y por otras muchas dificultades parece que convernía al bien común
de toda la república y reinos de V. M. que, ya que las sciencias que se
aprenden por sola curiosidad y contemplación del entendimiento, como son
las matemáticas y físicas, quedasen en estas lenguas, al vulgo peregrinas,
a lo menos la parte de la filosofía que toca a la vida y costumbres de
todos, y a la común administración della, la entendiesen los nuestros en
su vulgar lengua, la cual yo no hallo por dónde sea menos capaz de recebir
en sí las sciencias que en aquel tiempo fue la de los romanos. Porque
entendiendo todos lo que, en lo que a su oficio toca, deben hacer para ser
tales cuales desean ser reputados y tenidos, menos dificultad terná V. M.
y su Supremo Consejo en regirlos, de manera que hagan lo que deben. A más
desto, que el pueblo tiene de sí dadas muchas muestras de que cosas
semejantes las abrazará con mucha voluntad, pues los libros de muchos que
de las cosas naturales y matemáticas han querido escrebir, de suyo, con
mucho regocijo y voluntad los ha abrazado y tiene en Mucha estima, por
donde es de creer no terná en menos, sino en mucho mayor, las cosas de
aquellos sabios antiguos, escritas y vertidas de tal manera en lenguaje de
todos, que se dejen entender, pues la autoridad dellos lo merece así, y el
deseo que de aprovechar a todos tuvieron comúnmente; y aun tengo por
cierto lo acertarían más los que de suyo quieren escrebir, en declararles
al pueblo las doctrinas dellos en lengua que se entendiese, que no en
escrebir de suyo cosas que ya están dichas por muchos, acrecentando las
librerías, no por ventura con tanta utilidad. Por estas y otras causas me
pareció vertir de griego en lengua vulgar castellana los Morales del
filósofo Aristóteles y los libros de República, como libros de cuya lición
entiendo redundará al pueblo gran provecho, pues podrán entender por aquí
las cosas de que los más ninguna noticia tienen vulgarmente, y que son de
preciar a cualquier buen entendimiento mucho más que los grandes tesoros y
riquezas, pareciéndome ser cosa conveniente que, pues el pueblo no se
podía acomodar a la lengua en que ellas se escribieron, se acomoden ellas
a la lengua en que el pueblo pueda percibirlas; y para que más fácilmente
puedan entenderse, porque el modo de escrebir de Aristóteles es muy
artificioso, tuve por útil, con propios escolios o argumentos,
declararlos. Esta versión y trabajos por muchas razones, me pareció que a
sola V. M. debía dedicarse, y señaladamente porque cosa que toca a buen
gobierno y lustre de muchas y muy esclarecidas virtudes, a nadie se debía
dirigir con tanta razón con cuanta
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