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Cartas De Ricardo Flores Magón


Enviado por   •  13 de Junio de 2015  •  8.683 Palabras (35 Páginas)  •  357 Visitas

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[Cárcel del Condado, Los Ángeles California,] 13 de junio de 1908

[Enrique Flores Magón y Práxedis G. Guerrero]

[s.l.]

Esta carta la escribo hoy, trece de junio de mil novecientos ocho, queridos hermanos Práxedis y Enrique, para comunicarles un asunto que, a mi modo de ver, es de capital importancia. La idea que paso a mostrar a ustedes se la expuse ya a nuestro compañero Librado [Rivera], quien está de acuerdo con ella. Vamos al grano.

Ustedes saben también como yo que ninguna revolución logra hacer prevalecer después del triunfo y hacer prácticos los ideales que la inflamaron y esto sucede porque se confía que el nuevo gobierno hará lo que debió hacer el pueblo durante la revolución.

Siempre ha sucedido lo mismo. En todas partes se enarbola una bandera con reformas más o menos importantes; se agrupan alrededor de ella los humildes; se lucha; se derrama más o menos abundantemente la sangre, y si triunfa la revolución, se reúne un congreso encargado de reducir a leyes los ideales que hicieron al pueblo tomar las armas y batirse. Al congreso van individuos de toda clase de ideales, avanzados unos, retrógrados otros, moderados otros más, y en la lucha de todas esas tendencias las aspiraciones de la revolución se marchitan, se desvirtúan y después de largos meses, cuando no después de largos años, se vienen aprobando leyes [en las] que ni siquiera se adivinan los ideales por los cuales dio su sangre el desdichado pueblo. Pero supongamos que por un milagro se dicten leyes en las que brillen con toda su pureza los ideales de la revolución, cosa que nunca se ha visto ciertamente, porque muy pocos diputados tienen los mismos ideales que el pueblo que empuñó las armas; supongamos que el milagro se realiza y que en el caso especial de nuestra lucha, el congreso ordena el reparto de las tierras, la jornada de ocho horas y el salario no menor de un peso ¿podremos esperar que los terratenientes se cruzarán de brazos para dejar escapar lo que los hace poderosos y les permite vivir en la holganza? Los dueños de toda clase de empresas donde se emplean brazos ¿no cerrarán sus negociaciones o, al menos, no disminuirán el número de obreros que emplean, para obligar al gobierno a revocar la ley con la amenaza del hambre del pueblo, fingiendo que les es materialmente imposible pagar más por menos horas de trabajo?

Agotados los recursos para la revolución, el pueblo se encontraría en una condición más difícil que aquella por la cual se vió obligado a rebelarse. El pueblo, sin pan, escucharía la palabra de los burgueses que dirán que se les había engañado y lo acaudillarían para derrocar al nuevo gobierno, con lo que se salvarían de perder sus tierras unos y de hacer concesiones a los trabajadores otros.

Los ricos se rebelarán cuando se trate de hacer práctico el Programa del partido liberal, en caso de que, por un verdadero y único milagro en la historia de las revoluciones de los pueblos, se hubieran conservado intactos los ideales de la revolución después de su triunfo.

Como anarquistas sabemos bien todo esto. Sabemos bien lo que hay que esperar del mejor gobierno que pueda pesar sobre cualquier pueblo, y, como anarquistas, debemos poner todo lo que esté a nuestro alcance para que la revolución que está en vísperas de estallar dé al pueblo todos los beneficios que sea posible conquistar.

Para alcanzar grandes beneficios para el pueblo, beneficios efectivos, hay que obrar como anarquistas fácilmente aplastados [sic] aun por los mismos que nos tienen por jefes. Todo se reduce a mera cuestión de táctica. Si desde un principio nos hubiéramos llamado anarquistas, nadie, a no ser unos cuantos, nos habría escuchado. Sin llamarnos anarquistas hemos ido prendiendo en los cerebros ideas de odio contra la clase poseedora y contra la casta gubernamental. Ningún partido liberal en el mundo tiene las tendencias anticapitalistas del que está próximo a revolucionar en México, y eso se ha conseguido sin decir que somos anarquistas, y no lo habríamos logrado ni aunque nos hubiéramos titulado no ya anarquistas como somos, sino simplemente socialistas. Todo es, pues, cuestión de táctica.

Debemos dar las tierras al pueblo en el curso de la revolución; de ese modo no se engañará después a los pobres. No hay un solo gobierno que pueda beneficiar al pueblo contra los intereses de la burguesía. Esto lo saben bien ustedes como anarquistas y, por lo mismo, no tengo necesidad de demostrarlo con razonamientos o con ejemplos. Debemos también dar posesión al pueblo de las fábricas, las minas, etcétera. Para no echarnos encima a la nación entera, debemos seguir la misma táctica que hemos ensayado con tanto éxito: nos seguimos llamando liberales en el curso de la revolución, pero en realidad iremos propagando la anarquía y ejecutando actos anárquicos. Iremos despojando a los burgueses y restituyendo al pueblo. He aquí el medio que se me ocurre y que someto a la atención de ustedes: En virtud de la revolución las fábricas, las haciendas, las minas, los talleres, etcétera, van a cerrar sus puertas, no porque los trabajadores tomen las armas, pues no todos las tomarán, sino por otras razones entre las cuales pueden contarse la paralización o amortizamiento de las transacciones comerciales debido a la inseguridad que hay para los intereses en tiempos en que el respeto a la autoridad está relajado, y la orden en todos los lugares dominados por la revolución de que no se pague a los trabajadores menos de un peso por la jornada establecida de ocho horas. La consecuencia de ese proceder de la burguesía será el hambre, porque agotadas las existencias no se da paso a producir más.

Nosotros no debemos esperar a que llegue el hambre, por lo mismo, tan pronto como una hacienda paralice sus trabajos, una fábrica cierre sus puertas, una mina deje de extraer metal, etcétera, invocaremos la utilidad pública de que no cese el trabajo, cualquiera que haya sido el pretexto de los amos para suspenderlo, y con la razón de que es preciso reanudar los trabajos, para impedir el pauperismo, daremos a los trabajadores las negociaciones que hayan cerrado los burgueses, para que ellos las sigan explotando bajo un pie de igualdad.

Para evitar que los trabajadores así beneficiados pretendan hacerse burgueses a su vez, se prescribirá que todo el que entre a trabajar a esas negociaciones tendrá derecho a participar una parte igual a la de los demás. Los trabajadores mismos administrarán esas negociaciones.

Si se trata de haciendas sería injusto dar todo el terreno a los trabajadores de las mismas porque entonces muchos

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