Ciencia, Dios Y Progreso
mdjgs21 de Abril de 2014
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Ciencia, Dios y Progreso
La civilización contemporánea tiene que hacer conciencia sobre las predicciones y las limitaciones de la ciencia. El ser humano no puede depositar en la ciencia y en la tecnología una confianza tan radical e incondicional, como para creer que el progreso de la ciencia y la tecnología puede explicar todo y satisfacer plenamente las necesidades existenciales y espirituales. Al mismo tiempo hay un nivel más alto que necesariamente supera todas las predicciones científicas: el mundo humano de la libertad y la historia.
Destronar al ente creador como dueño y señor de la creación con el fin de develar los misterios del origen de la vida, en la absurda “indeterminación” de un mero azar que nos donó la vida sin ningún objetivo y sin ningún fin más allá que la constitución biológica de ella, podría ser una diestra causa capaz de arrojar al hombre a un abismo de interrogantes existenciales capaces de hacernos temblar. Pues para la ciencia, que no concibe paso dado sin un por qué y un para qué, con respecto al origen de la creación, no obstante, entiende que no hay sabiduría rectora que regule y determine racionalmente con un sentido u objetivo específico el por qué de la Naturaleza, y mucho menos, el para qué de los grandes dones que posee el hombre: memoria, intelecto y voluntad. Y sin embargo, Kierkergaar ya lo dijo: <<...mañana podríamos despertar y encontrarnos muertos... y ello sin haber llegado jamás a razonar siquiera las raíces de nuestra propia existencia. >> Y es que si el hombre sigue anonadado en el “poder” del consumo: el “poder” de la posesión, y en la estima que de ello recibe, no puede en modo alguno valorar lo que significaría el verse arrojado a la más temible soledad existencial basándose en las “sin razones” de la ciencia. Porque si bien es un ser dotado de la facultad racional –de la cual hace tanto alarde- no es capaz, paradójicamente, de dar respuesta sobre la finalidad de su propia existencia, esto es: no sabe dar respuesta a la función que ocupa dentro de toda la creación. Porque si tan sólo ha de conformarse con saber que se distingue de los demás seres vivos, por la mera facultad racional, empero, ¿por qué la razón no se conforma?; ¿qué es lo que busca la razón?; ¿por qué el hombre está siempre necesitado, insatisfecho, insaciable?
Si la misma ciencia -y en un sentido más radical la tecnociencia-, no nos mantuviera perplejos ante lo pueril y banal de sus “logros”, las oscuras respuestas que nos ofrece como consuelo a las tantas incógnitas que encierra la Creación, ciertamente que sí nos precipitaría en el más profundo abismo existencial. Pero claro que si el hombre no llega a vislumbrar que los elementos disuasivos de la civilización contemporánea, como la posesión de bienes materiales, es un esqueleto fragilísimo que con cualquier aire mal sano se derrumba, como diría Erich Fromm en la Revolución de la Esperanza, cuando reaccione será demasiado tarde. Pues la ciencia o la tecnociencia ligada al desenfrenado consumismo, se ha convertido en un fenómeno global que no puede más que contribuir al empobrecimiento del espíritu humano, cuando a base del cúmulo de mercancía novedosa u ostentosa desplaza los valores del espíritu por los de la avaricia. Vicios espirituales que se exhiben como si fuesen virtudes: la codicia del poder y la codicia de poseer, de tal manera que el poder, la riqueza o la situación social se llegan a hacer pasar por medios para lograr fines deseables. Pero ciertamente, los buenos fines “sólo pueden conseguirse mediante el bien, es decir, por procedimientos intrínsecamente unificadores (...) y la codicia del poder es esencialmente separativa. De aquí las ilusiones que se concentran en los progresos de la tecnología; dado que ciencia, tecnociencia, sus logros y avances, es sin duda el metro con el cual el hombre mide el grado de su poder.
Cierto es que ni en el mundo, ni en general tampoco fuera del mundo es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad, pero lo que la constituye finalmente como tal, no es ni su aptitud para alcanzar determinado fin, ni el éxito que la acompaña sino pura y simplemente el querer mismo; o mejor dicho, su valor no procede del resultado de la acción sino de la máxima en que ella se inspira .
Pero el que se llegue a afirmar que Dios omnipotente, santísimo, sea remplazado por el dios hombre pero ciertamente conocido como corruptible por naturaleza, nos queda preguntar: ¿a qué bien aspira el hombre con la ciencia?
Si la idea de que la Religión representa el principal obstáculo del progreso intelectual , que <<el abandono de la fe es el medio apropiado para liberar al hombre y proyectarlo a su verdadera felicidad>> , entonces, la ciencia, como diría Rosseau es producto de la perdición humana: se apremian con honores la excelencia literaria, la artística y la científica, mientras dejan de premiarse las virtudes morales”. Claro que esta sólo es la perspectiva de un pensador de la ilustración alemana: el hombre concebido como inclinado fatalmente hacia la maldad. Una postura que ahondó en el concepto de Religión en unión con la Razón pura. Sin embargo, muy a pesar de la ilustración alemana, el desplazamiento de la omnipotencia divina como cualidad propia del ser supremo a la cualidad propia del hombre, fue inevitable. El decaimiento de la religión, no sólo penetró los estratos más complejos de la vida psíquica del hombre, como lo advirtió Nietzsche. Lo más preocupante, con respecto a la muerte de Dios cristiano, -como podrían muy bien haber asegurado los ilustrados alemanes- es que en la deriva a ese “nihilismo histórico”, los vicios espirituales fueron tomados por virtudes. Sin embargo, el desaliento de perder a una religión de un alto grado moral por los duros ataques sufridos principalmente por el enciclopedismo francés, no tocó a Kant, otro gran ilustrado alemán, al contrario, declaró que por grande que pueda ser la propensión animal del hombre a abandonarse pasivamente a los incentivos de la comodidad y de la buena vida que él llama felicidad, éste tiene que ser educado para el bien; por su razón, esta destinado a estar en una sociedad con hombres y en ella, por medio de las artes y de las ciencias, a cultivarse, a civilizarse y a moralizarse. Pues una correcta ilustración, según concibió Kant, se plantea estas cuatro interrogantes, que aunque no contienen el sentido de los problemas existenciales de Kierkegaar -dado que sería un absurdo compararlos- empero sí son las interrogantes esenciales del hombre. 1) ¿Qué puedo saber? 2) ¿Qué debo hacer? 3) ¿Qué me está permitido esperar? 4) ¿Qué es el hombre? Porque tales interrogantes, nos pueden ayudar a responder ¿por qué el afán humano de progreso excluye el progreso a la perfección moral?
Kant con el fin de dar razón sobre la idea de Dios, no sólo como concepto sino como existencia real, nos devela su fundamento, el fin último al que debe aspirar la razón: el modelo rector de la perfección humana, no biológica sino moral. La puerta hacia lo incondicionado, y en este sentido: progreso infinito de la conciencia moral o en palabras de Kant: la adquisición de la libertad trascendental. Pero cierto es que, según Kant, por el mero uso del albedrío, el querer humano puede determinarse ya sea por su naturaleza biológica como por su naturaleza moral. Aunque, como diría Heidegger en Kant y el problema de la metafísica, si lo que Kant develó a la ciencia metafísica fue la posibilidad de una metafísica interior al que el hombre corresponde por naturaleza, el hombre no puede desasirse de su facultad moral aunque éste se determine en contra de ella. Es decir, se determinará siempre en grados de impureza moral, por ejemplo: si la máxima moral es la caridad, para quien no se determine por la ley, su máxima no puede ser otra sino el egoísmo, si la máxima moral es la fidelidad la máxima contraria será la infidelidad y así en todo.
Esta máxima contraria a la ley moral, es el amor a sí mismo por naturaleza hedonista. Tiene la peculiaridad de determinarse o ser el motor impulsor de la determinación del querer que a su vez es determinado por las meras inclinaciones pasionales y sensibles. Es decir, el amor de sí mismo son los estímulos amorales devenidos de lo que es materia en el hombre: la “aberración al deber moral”.
La ejemplificación de la fuerza con que el hombre es fatalmente arrojado a esta inclinación fue uno de los puntos principales a tratar por Kant en La Religión dentro de los límites de la mera razón, cuando buscando elementos para demostrar que entre la Escritura y la razón no sólo hay compatibilidad sino también armonía, se vale de la historia santa, que desde conceptos racionales puros expone, por medio de la parábola, estas dos máximas contrarias de la razón: el amor a sí mismo y la ley moral. Dos principios opuestos entre sí que ponen a prueba su poder uno con otro, con el fin de hacer valer por derecho sus pretensiones ante un Juez Supremo . Pues al igual que la moral, también un yo patológicamente determinado, el amor de sí mismo y la presunción, se esfuerzan en hacer valer sus pretensiones como primeras y originales. De aquí que la palabra virtud en latín como en griego signifique denuedo y valentía y presuponga a un enemigo. Lo cual significa que la primera tarea de un hombre moralmente bien intencionado es combatir una causa del mal que se encuentra en él y opera en contra ; de aquí también, que se asome la explicación del por qué el efecto negativo de la ley moral como motor de la determinación de la
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