Claves De Filosofia Y Educacion
chete19878 de Septiembre de 2012
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LA POLÉMICA SOBRE LOS FINES DE LA EDUCACIÓN
John Stuart Mili al tomar posesión de su puesto como Rector de la Universidad de St. Andrews en 1867, afirmó que las Universidades no deberían ser lugares donde se impartiera una formación orientada a la preparación para el ejercicio de la profesión, «porque su finalidad no es preparar eficaces abogados, médicos o ingenieros, sino seres humanos cultos y capaces».
Según este planteamiento, las Universidades deben ser lugares donde se persigue el conocimiento, se perfecciona la inteligencia y se adquiere el bagaje cultural que «cada generación entrega intencionadamente a quienes van a ser sus sucesores, con el fin de cualificarlos para conservar —y, si es posible, aumentar y mejorar— el nivel de progreso que se ha obtenido»
La educación tiene que ver, por tanto, con la «mejora», y no con la uti¬lidad.
Lo que las personas deben llevarse de la Universidad no son tanto conocimientos profesionales, sino aquello que pueda dirigir el uso de estos conocimientos y brindarles la luz de la cultura general para iluminar los tecnicismos de unas finalidades específicas»
LOS CAMBIOS
Es innecesario repetir el elenco de cambios que están afectando a nues¬tra sociedad, e indirectamente a la Escuela. Pero conviene recordar algunos, porque proporcionan el contexto necesario para comprender en sus justos términos el debate Educación Liberal frente vs. Formación Vocacio¬nal o preparación para el ejercicio de la Profesión.
Muchos, especialmente quienes trabajan en los sectores de la industria y los negocios, repiten que los cambios econümieos-que-afeetan-rlos-nive--íes de calidad de vida y la distribución del empleo y el paro, no tienen pre¬cedentes. Estas cuestiones están obviamente relacionadas con el desarrollo-masivo de la electrónica y la tecnología, pero van más allá del cambio de patrón industrial (...). La consecuencia inmediata para el empleo es que un millón de trabajos no especializados han sido suprimidos del mundo eco-nómico en los últimos diez años, y se prevé otra próxima reducción a la misma escala. Además, se ha producido un aumento desproporcionado del empleo en las empresas del sector servicios, requiriendo tipos de habilida¬des y cualidades diferentes en el personal. (Por ejemplo, el Banco ya no responde a mis pomposas cartas reclamándoles errores a su favor con una igualmente pomposa contestación encabezada con un «Muy Sr. Mío»; sino que recibo una llamada telefónica en tono amistoso de la empleada —«le atiende Marilyn»— preguntándome si puede ayudarme en algo...).
El impacto que esto tiene en el sistema educativo es múltiple. En pri¬mer lugar, al menos esto es lo que se nos dice, hay muchas más personas a las que hay que educar. En segundo término, la educación debe proporcio¬narles habilidades y conocimientos que antes no habían sido tenidos en. cuenta—Informática. Economía, técnicas de comunicación, etc.—. Terce¬ro, las Escuelas y las Universidades tienen que formar un conjunto de acti¬tudes favorables en relación con el mundo del comercio y de la industria; porque con demasiada frecuencia, señalan autores como Weiner, la tradición de la Educación Liberal ha despreciado lo útil, lo práctico, el hacer6.
No es posible comprender muchos de los sucesos que ocurren hoy en día en las Escuelas y Universidades sin hacer referencia al impacto que esos cambios económicos ejercen sobre el modo de concebir los fines de la edu¬cación que tienen las personas que están en posiciones de poder e influen¬cia. Un ejemplo de ello es lo que se refleja en el discurso del entonces Pri¬mer Ministro Mr. Callagahn, en 1977. En él, al dar inicio al Gran Debate sobre la Educación resaltando la importancia que tenía «elevar el nivel», se refería particularmente a aquellos «niveles» que están relacionados con las ac¬tividades económicas. En consecuencia, se produjo un cambio de orienta¬ción en los intereses de las instancias políticas y administrativas respecto de los fines de la educación. Si volvemos la vista atrás hacia este periodo, una persona que ocupaba un alto cargo en las oficinas del Ministerio de Economía llegó a decir: «estamos convencidos de que la educación puede desempe¬ñar un papel mucho más importante en la mejora de la actividad industrial. El servicio es ineficaz, bastante improductivo, y no concentra los escasos recursos de que se dispone en las áreas que son más importantes. El clima y los imperativos económicos están claros: la tarea es ajustar la educación a ellos»7.
En consecuencia, se ha realizado un gran esfuerzo por introducir en los curicula de Escuelas y Universidades el desarrollo de habilidades y cono¬cimientos orientados al ejercicio de la profesión, y la recientemente descu¬bierta virtud que se conoce con el nombre de «espíritu emprendedor».
Los cambios, sin embargo, afectan a niveles más profundos que a los
meramente económicos. El número de jóvenes que continúan sus estudios después del periodo de enseñanza obligatoria ha aumentado considerable¬mente. En Inglaterra, por ejemplo, el porcentaje de chicos que siguen estu¬diando después de los 17 años ha ascendido del 40% al 70% en cinco años. Esto ha obligado a los profesores a replantearse los fines de la educación general para adecuarlos a quienes anteriormente no hubieran continuado escolarizados o accedido a la Universidad.
Por otra parte, la palabra «relevancia», despreciada por los filósofos de la Educación Liberal y que constituye, sin embargo, una noción central para quienes que se dedican a enseñar en lugar de a hablar acerca de la en¬señanza, se ha introducido con fuerza en el vocabulario específico de los fi¬nes de la educación.
Bajo la bandera de la «relevancia», especialmente de aquello que tie¬ne relevancia para el ejercicio profesional, se han explorado nuevos estilos de aprendizaje, que asumen diversos supuestos acerca de la finalidad de la educación y el valor de lo que se aprende. Se pone el énfasis en el apren¬dizaje en cooperación con otros, la resolución de problemas, el aprendiza-
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je significativo, etc. Los viejos criterios con los que se medían las actuaciones dan paso a otros diferentes, ya que las nuevas generaciones son educadas den¬tro de contextos sociales y económicos distintos y con vistas a fines diver¬sos. Sin duda, hay que estudiar filosóficamente todos estos cambios —que se presentan en demasiadas en ocasiones de manera estereotipada, emple¬ando una relación de clichés—. Es necesario preguntarse por los diferentes modos de conocimiento, la naturaleza del método de la resolución de pro-blemas, el significado del concepto «relevancia», etc., que son las nociones básicas aquí implicadas, porque estos cambios están minando el modo en que las Escuelas y las Universidades consideraban sus propios fines.
Estos cambios reflejan, asimismo, profundas preocupaciones sociales. La sociedad es muy distinta a como era hace diez o veinte años. Hay me¬nos certeza respecto de lo que está bien o mal; menos consenso en relación con los valores que se deben enseñar y aprender; se valora más la autono¬mía personal, por ejemplo, la libertad para forjar la propia opinión sobre te¬mas discutibles; existe una creencia indefinida de que son las Escuelas las que deben responder educativamente a las crecientes dislocaciones socia¬les y personales que los alumnos portan consigo al seno de estas institu¬ciones; se extiende un cierto escepticismo respecto de la cultura selectiva que anteriormente nadie se había cuestionado; aparecen diferentes pers¬pectivas introducidas por personas de contextos étnicos y culturales diferentes —una minoría si se considera el país en su conjunto pero que, a menuda, constituye la mayoría en algunas Escuelas y comunidades locales concre-tas—, etc.
Al mismo tiempo, a pesar de estas dudas y diferencias, a pesar el es¬cepticismo y el rechazo por parte de muchos de los valores liberales en¬contramos, paradójicamente, un creciente coro de voces que reclaman unas Escuelas que contrarresten las fuerzas anti-sociales presentes, que ayuden a mejorar la sociedad, es decir, que a través de sus programas educativos, ayuden a hacer buena a la gente. (...). En pocas palabras, mientras que los educadores que propugnan una educación de corte Liberal estaban preocu¬pados por comprender el comportamiento, los profesores que se preocu¬pan por la «relevancia», tratan de cambiarlo.
A los profesores de las Escuelas, Colegios y Universidades correspon¬de la tarea de reconciliar las distintas fuerzas: por una parte, las que prefieren un aprendizaje tradicional, —que pone el énfasis en un mapa del aprendi¬zaje que pueda ser fácilmente comprendido, que se contiene en los textos que componen el canon literario; el consenso acerca de lo que merece la pena enseñar; y la creencia en la validez de los standards tradicionales— y, por otra, la necesidad de hacer frente a las urgentes necesidades de la gente j o-ven —que se encuentra con frecuencia desilusionada—, con el fin de for¬mar ciudadanos dignos y eficientes, y de hacerlo en el contexto de incerti-dumbre respecto de los valores y del tipo de vida que merece la pena vivir característicos de la sociedad actual.
Este problema fue identificado por Derek Morrell en una conferencia pronunciada en 1966. En ella se preguntaba «¿por qué los educadores de cual¬quier parte del mundo consideran necesario proporcionar una respuesta a los cambios que están ocurriendo, a una escala y de una manera que no tiene precedentes? (...) ¿Por qué no puede la modificación del curriculum seguir el simple y, en muchos sentidos, más cómodo patrón del cambio
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