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Diario De Un Seductor

danielleniebles23 de Enero de 2012

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Diario de un Seductor

Sören Kierkegaard

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PROLOGO

Sua passion predominante é la giovin principiante.

DON GIOVANNI, aria1

No puedo ocultármelo a mí mismo: a duras penas domino la ansiedad que me atosiga

en este instante, ahora que, empujado por mi interés, decido transcribir, con mucho

cuidado, la copia apresurada que, con riesgo y con mucho esfuerzo, conseguí entonces. El

episodio, hoy como ayer, se me presenta, a pesar de todo, muy angustioso y lleno de

reproches. Contrariamente a su costumbre, él no había cerrado la mesa del escritorio, por

lo que su contenido se encontraba a mi disposición, e inútilmente intenté justificar mi

actitud recordándome que jamás había abierto un cajón. Había un cajón abierto. Y dentro

había muchos papeles desordenados, y encina estaba apoyado un volumen in quarto, muy

bien encuadernado. En la página por la que estaba abierto había un trozo de papel blanco,

en el que estaba escrito de su puño y letra: Commentarius perpetuas n. 4. Sería, por tanto,

completamente inútil justificarse de que, si el libro no hubiera estado abierto en esa

página y si el título no fuese tan sugestivo, yo no habría cedido a la tentación, o al menos

hubiera intentado resistirla. El título resultaba bastante raro, más que por sí mismo por el

lugar en el que se encontraba. Al echar una ojeada a los papeles desordenados entendí

que no contenían más que alusiones a episodios eróticos, alguna indicación de relaciones

personales y borradores de cartas de naturaleza estrictamente privada, de las que más

tarde comprendí la artificiosa, calculada negligencia. Si ahora, después de haber

penetrado el interior tenebroso de aquel hombre corrompido, evoco el instante en que,

con la mente tensa y los ojos abiertos, me acerqué a aquel cajón, siento una impresión

parecida a la que debe sentir un policía cuando entra en la guarida de un falsificador y,

curioseando entre sus cosas, encuentra en un cajón un montón de folios desordenados y

pruebas de imprenta: en una, un trozo de arabesco; en otra, un monograma, y en una tercera,

una filigrana al revés; tiene así la prueba evidente de que se encuentra sobre la pista

buena; y dentro de él se mezclan la satisfacción del descubrimiento con un sentido de

admiración por el trabajo y la diligencia empleados en las falsificaciones. Para mí, por el

contrario, era muy distinto, ya que no estaba acostumbrado a investigar delitos y, en ese

caso, no tenía ni siquiera un mandato policial. Habría deseado que se me hubiese

manifestado la verdad con todo su peso, ya que me estaba metiendo por un cansino ilegal;

pero en ese momento, como sucede normalmente, me sentía no menos pobre de palabras

que de pensamientos. Con frecuencia, nos dejamos dominar por una impresión, hasta que

la reflexión nos libera, y, rápida y diligente en su acción, consigue penetrar lo

imponderable desconocido. Cuanto más desarrollada está la facultad de reflexión, con

mayor rapidez se concentra; del mismo modo que un funcionario de aduanas está tan

acostumbrado a controlar pasaportes de viajeros extranjeros que no se despista ante las

caras más raras. Pero, aunque mi facultad de reflexionar está vigorosamente desarrollada,

en el primer instante me quedé consternado. Recuerdo claramente: palidecí, y me faltó

1 "La pasión que domina / la juventud que nace.” (Don Juan, "aria")

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poco para caer desmayado. ¡Qué angustia! ¡Si él hubiese regresado a su casa y me hubiera

encontrado desmayado, con el cajón en la mano..., pero una mala conciencia es

capaz de hacer la vida interesante!

El título del libro no me llamó demasiado la atención. Imaginé que se trataba de una

recopilación de fragmentos, hipótesis bastante natural, ya que sabía que era muy constante

en sus estudios. Sin embargo, el contenido era muy distinto. Se trataba, ni más ni

menos, que de un diario, y además muy bien redactado. Aunque yo no considere, por lo

que conocía de él anteriormente, que su vida tuviese mucha necesidad de un comentario,

sin embargo no puedo negar, después de la ojeada que le he echado ahora, que había

escogido el título con mucho gusto y precisión, con gran objetividad y estética en relación

con él y sus circunstancias. Aquel título está en perfecta armonía con el contenido del

libro, ya que su vida, efectivamente, siempre estuvo inspirada en el sueño de vivir

poéticamente. Dotado de una sensibilidad muy desarrollada, él conseguía siempre retratar

su propia experiencia. O sea, este diario no es históricamente exacto, pero tampoco es un

relato; no está, por así decir, en indicativo, sino en subjuntivo. Aunque la experiencia se

anote naturalmente como se ha vivido, y a veces también algo después de haberla vivido,

sin embargo está representada como si en ese instante tuviese lugar, y de una forma tan

dramática que parece, a veces, que todo sucede ante nuestros ojos. Es muy improbable

que, al redactar este diario, él haya tenido ante sí otra finalidad; como es incontestable,

por otra parte, que no tiene sólo interés para el autor del mismo. Si consideramos esta

obra en su totalidad y simplicidad no se puede suponer que tenga ante mí una obra

poética, quizá destinada a ser publicada. Personalmente no tendría que temer que se

publicara, ya que la mayoría de los apellidos son tan raros que no hay posibilidad de que

sean auténticos. Sin embargo, pienso que los nombres son históricamente exactos, y quizá

esto era para que él más tarde pudiese reconocer los personajes reales, donde los profanos

se habrían equivocado por el apellido. Al menos esto ha ocurrido con la jovencita, a quien

yo conocí y de la que habla particularmente el diario: Cordelia... En efecto, se llamaba

Cordelia, pero su apellido no era Wahl.

¿A qué se debe entonces que, a pesar de esto, el diario mantenga su carácter poético?

No es difícil responder: se explica por la naturaleza poética de quien lo escribió;

naturaleza, por así decir, ni bastante pobre ni bastante tica para distinguir con precisión la

poesía (le la realidad. El espíritu poético era ese más que él añadía a la realidad. Ese más

era lo poético que él gozaba en una exposición poética de la realidad, y esta última la

volvía a evocar bajo la forma de meditación poética. De esto derivaba una segunda

satisfacción, y toda su vida estaba marcada por el placer. En el primer caso gozaba

personalmente del hecho estético, y en el segundo gozaba estéticamente de su

personalidad. Hay que señalar que en el primer caso, de forma egoísta, él gozaba en su

interior y de lo que la realidad le concedía y de lo que él mismo daba a la realidad; en el

segundo, su personalidad venía transpuesta y entonces él gozaba de la situación y de su

estar en aquella situación. En el primer caso, la realidad le resultaba siempre necesaria

como medio, momento; en el segundo caso, la realidad era concebida poéticamente. Fruto

del primer estadio es esa disposición de ánimo de la que surgió el diario cono fruto del

segundo estadio, y, en este caso, se da a la palabra un significado distinto al primero. Así

él percibió la poesía en esa forma ambigua en, la que vivió toda su vida.

Más allá del mundo en el que vivimos, en un fondo remoto, existe otro mundo, que,

respecto al primero, está en la misma relación en que la escena que, a veces, vemos en el

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teatro se encuentra con la escena real. A través de unos velos muy Dinos nos parece ver

otro mundo de velos, más finos y más etéreos, de una intensidad distinta a la del mundo

real. Muchos hombres que aparecen corporalmente en el mundo real no tienen su morada

en éste, sino en el otro. Sin embargo, cuando un hombre se aleja, cuando un hombre casi

desaparece del mundo de la realidad, depende de un estado de enfermedad o de salud. Y

éste era el caso de ese hombre, que, sin haberlo visto antes, tuve la ocasión de conocer.

No pertenecía al mundo real, y sin embargo tenía muchos lazos con él. Continuamente se

metía dentro, y siempre, cuanto más se abandonaba, más salía de él. Y no era el Bien lo

que le tenía alejado, ni tampoco el Mal; no puedo afirmar nada en contra de él, en ningún

aspecto. Padecía una exacerbatio cerebri, por lo que la realidad no le servía de estímulo

más que de forma esporádica. No se alejaba ele la realidad por ser demasiado débil para

soportarla, sino demasiado fuerte. Y precisamente su fuerza era su enfermedad. En cuanto

la realidad perdía su poder de estímulo, se sentía desarmado, y de ahí su mal. Y él tenía

conciencia en el instante mismo del estímulo, y en esta conciencia consistía el mal.

Conocí a la jovencita de cuya historia

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