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EL RETO DE LA RACIONALIDAD


Enviado por   •  19 de Septiembre de 2015  •  Apuntes  •  3.517 Palabras (15 Páginas)  •  109 Visitas

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E L    R E T O    D E    L A    R A C I O N A L I D A D

LADRIERE, Jean. La ciencia en: J. Ladriere, El reto de la racionalidad. Madrid: Ediciones Sígueme y UNESCO, 1978. 11-65 pp.

INTRODUCCIÓN

La ciencia moderna nació y se desarrolló en un ambiente cultural que estaba ya profundamente marcado por la idea de la racionalidad. Y ésta descansaba esencialmente sobre los cimientos filosóficos que la cultura griega legó a occidente. Ahora bien, lo que ha dominado la concepción de la razón que se elaboró en el contexto del pensamiento griego, es la idea de un saber especulativo ordenado según el criterio de la verdad; y la verdad misma se entendía como la correspondencia entre la representación, tal como se expresa en el discurso, y la realidad. El saber especulativo pertenece al ámbito de la visión; implica, desde luego, una articulación que puede ser enormemente compleja, pero que, a través de la estructura conceptual en que se expresa, hace ver el mundo de una manera adecuada; y esta correcta aprehensión es, en sí, la finalidad última del saber y, en cierto sentido, de la vida misma. El conocimiento verdadero conduce a la contemplación de la realidad tal cual es; es decir, en su origen, y, por tanto, en lo más esencial de todo lo existente. Ver el mundo desde la dimensión de los principios es verlo en su nacimiento, en su crecimiento, en su eterna juventud. Tanto la imagen del eterno retorno, como la idea de una visión bajo las especies eternas, recogen, aunque en contextos diferentes, este tema. La filosofía clásica, sin duda, hace un hueco a la razón práctica junto a la razón especulativa, pero le concede a ésta la prioridad y, en sus formas más consecuentes, hasta pone en ella la razón de ser y la finalidad de la razón práctica. Si se plantean problemas en el ámbito de la acción, es porque el hombre es complejo; en concreto, porque existe en él una dualidad, incluso una oposición, entre sensibilidad e intelecto. Pero, en definitiva, sólo con la actualización de las potencias del intelecto encuentra el hombre su armonía perfecta. La virtud de la acción consiste en hacer posible esta armonía, asegurando las condiciones que permitan al pensamiento especulativo desplegar todos sus recursos. La contemplación de lo verdadero produce el más profundo de los goces; es visión y regocijo, a la vez. La “teoría” nos abre las puertas de la vida bienaventurada.

Hay, sin duda, un componente cognoscitivo en la ciencia y hasta puede decirse que un aspecto “contemplativo”. Y la idea clásica de verdad juega ciertamente un papel regulador en sus desarrollos. Esto explica que haya sido posible interpretarla, durante mucho tiempo, a la luz de los conceptos fundamentales de la filosofía clásica. Aún cuando se hizo evidente que la ciencia no podía ser considerada como una parte de la filosofía, que tenía sus propios principios y métodos, continuó siendo entendida como una modalidad del saber teórico y, por tanto, situada en la perspectiva de un ideal especulativo y contemplativo. Este tipo de interpretación es el que se encuentra, por ejemplo, en la idea relativamente corriente según la cual las teorías científicas, reemplazándose unas a otras, se aproximan asintóticamente a la teoría completamente verdadera, que sería una representación adecuada de la realidad. El mismo tipo de interpretación aparece también en la idea de la ciencia como el único camino auténtico que conduce a la sabiduría. Esta concepción recoge, casi al pie de la letra, la antigua idea de la salvación por el conocimiento, entendiendo por salvación la conquista de una actitud justa y totalmente armonizada con el mundo y consigo mismo, la entrada en un estado superior de unificación, donde todas las contradicciones de la existencia estén superadas. Sólo se ha producido un desplazamiento del método filosófico al método científico, pero, en el fondo, es aún la idea de la razón teórica, crítica y constructiva a la vez, ordenada a un saber verdadero, la que domina este enfoque.

Ahora bien, parece cada vez más claro que la ciencia es un modo de aprehensión de la realidad que depende esencialmente, no de la visión sino de la acción. Es lo que se expresa en la fórmula: “Todo saber es un poder”. A decir verdad, esta relación entre el conocimiento científico y la capacidad de actuar eficazmente sobre el mundo fue percibida ya con lucidez por los fundadores de la ciencia moderna o, al  menos, por alguno de ellos. Pero fue necesaria toda la evolución que se produjo desde los comienzos para que cayéramos en la cuenta del verdadero significado de esta relación. Hoy, la ciencia no es ya simplemente un método de conocimiento, ni siquiera sólo un cuerpo de saberes, es un fenómeno sociocultural de inmensa amplitud, que domina todo el destino de las sociedades modernas y que empieza a plantear problemas absolutamente cruciales porque, desde ahora, parece que ciertos límites están traspasados. Si la ciencia marca tan profundamente la vida social contemporánea, no es, ante todo, y en cualquier caso, de modo directo, por las representaciones que nos proporciona de la realidad, sino porque ha creado un modo de proyección exterior, bajo la forma de un conjunto de maniobras y de prácticas en las que nuestras existencias están enredadas a pesar suyo y que determina, de forma inmediata, las representaciones y los sistemas de valores. 

La tecnología constituye esta mediación concreta, material, entre la ciencia y la vida cotidiana, y representa algo así como la cara visible del fenómeno “ciencia”. Desde luego, no se trata de identificar, pura y simplemente, ciencia y tecnología. Pero hay que reconocer que existe una relación muy estrecha entre estos dos componentes de la cultura moderna. Precisamente esta conexión, que parece no tener carácter fortuito alguno y que puede manifestar un rasgo característico de la ciencia, nos obliga a ver la ciencia mucho más como un sistema de acción que como un método de conocimiento puro. Eso significa que el desarrollo de la ciencia ha modificado profundamente, no sólo el contenido de la cultura (introduciendo nuevos elementos de conocimiento y produciendo nuevas prácticas), sino sus mismos cimientos. Comenzamos a entrever que, por su misma dinámica, la ciencia, de modo no explícito, no visible directamente, ha trastornado por completo la idea que la tradición occidental se había hecho de la razón, de la verdad, de las relaciones entre la razón teórica y la razón práctica, de la finalidad del hombre y de la naturaleza de la historicidad. Descifrar el mundo fue el objetivo durante siglos y la misma ciencia aparecía, durante mucho tiempo, como un instrumento particularmente eficaz para ello. Ahora se trata de transformarlo. Claro que la transformación no es sólo de naturaleza tecnológica, atañe también a las estructuras sociales, de manera que es tanto política como tecnológica. Y hasta aparece esencialmente como tarea política, en el sentido de que lo que está en juego es el destino global de las sociedades humanas. La tecnología, por su parte, no es más que un savor-faire (saber hacer) de carácter local, limitado, dependiente siempre de las circunstancias. La dimensión política es la que da su sentido global a la acción, incluso a la puramente tecnológica, vinculándola a una perspectiva de totalidad, es decir, a la puesta en práctica de un destino que atañe en definitiva a la esencia del hombre (en cuanto libertad). Hay que señalar, al menos, que la práctica científica ha jugado un papel inductor determinante en la evolución que ha conducido a estas nuevas perspectivas. Desde cierto punto de vista, la ciencia no aparece hoy sino como un componente, entre otros, de un proceso general que afecta a la vida social entera. Pero, desde otra perspectiva, constituye el factor decisivo gracias al cual se ha puesto en marcha todo el proceso. Cabe preguntar, no obstante, si la acción de la ciencia debe considerarse como algo causal o si su desarrollo no es más que la primera manifestación de un movimiento histórico que sólo recientemente ha adquirido toda su amplitud y que sobrepasa con mucho al sector concreto de la investigación científica. Pero, aun en este segundo caso, podrá decirse que fue precisamente sirviéndose del factor científico como pudo configurarse y extenderse sucesivamente este movimiento a los demás sectores de la vida social.

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