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EVOLUCIÓN Y REVOLUCIÓN, Ricardo Mella

charlyknauf11 de Diciembre de 2012

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EVOLUCIÓN Y REVOLUCIÓN

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El tema de que voy á ocuparme es de innegable importancia, no sólo bajo el punto de vista

exclusivo de un partido ó escuela, sino también en un sentido general para todos los que

profesan ideas más o menos avanzadas.

Divídanse generalmente los partidos de ideas progresistas en evolucionistas y revolucionario, y

entiendo yo que tal visión es absurda de todo en todo porque si se conforma con los hechos ni

se justifica y explica por la lógica. Trataré, por tanto, de probar la completa identidad que entre

los términos evolución y revolución existe.

Es para mi el principio de la evolución completamente cierto; es para mi la revolución un, un

modo, un aspecto de la misma evolución, y evolución y revolución se contemplan y son

inseparables por consecuencia.

¿Qué es y qué significa la evolución? ¿Qué es y qué significa la revolución?

Evolución es el desenvolvimiento general de una idea, de un sistema de una serie de sucesos,

de un orden de cosas cualquiera hasta su complemento é integración; es un movimiento

constante en virtud del cual todo se modifica y cambia hasta alcanzar su total desarrollo.

Revolución es y significa en el sentido más lato de la palabra una transformación ó una serie de

transformaciones, un cambio ó serie de cambias en las ideas morales, en los sistemas políticos,

en las creencias religiosas, en la organización de las sociedades, ya afecte á sus costumbres,

ya á sus formas gubernamentales, jurídicas o económicas. “Del amor: Modo de acción y finalidad social” de Ricardo Mella

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Y si la revolución es un cambio ó modificación, ¿no es evidente un momento necesario de

desenvolvimiento evolutivo, no es sin duda un instante preciso de la evolución que se verifica?

Examinemos sino la evolución en la historia.

Tres modos principales del desenvolvimiento humano comprenda toda la evolución histórica: el

religioso, el político y el sociológico.

Las primitivas ideas religiosas, la concepción que la divinidad se formaron los primeros

hombres, fueron grotescas creaciones de la ignorancia ya inspiradas por el miedo á fenómenos

naturales inexplicados, ya por la necesidad de un ente superior que encarnara las ideas de

justicia y de fuerza, entonces sinónimas. Pero á medida que se fueron explicando aquellos

fenómenos y á medida también que el elemento humano fue venciendo á la animalidad

primitiva, las ideas religiosas se transformaron adquiriendo aspectos más naturales y más

estéticos. La evolución religiosa, pasando por el politeísmo, el panteísmo y el monoteísmo,

produjo al fin la encarnación de la idea divina en un ser con todos los atributos del hombre, y el

dios de las venganzas, el terrible Jehová, resultado del espíritu guerrero de sus tiempos,

presidió los humanos destinos hasta que el Cristo determinó con sus doctrinas una mayor

aproximación al hombre mismo. Pero también esta última idea levantó protestas y rebeliones.

La evolución religiosa debía llegar hasta la emancipación definitiva de la razón, y bien pronto se

inició un movimiento general que llevó el principio del libre examen. Desde entonces la filosofía

abrió novísimos horizontes al pensamiento; y, como último término del desarrollo evolutivo,

proclamó la moral sin sanción y la justicia humana sin las sombras en que se la envolvía como

atributo de la divinidad. Así, los que ya no creen en una existencia ultramundana y los que en

ella aparentan creer por conveniencia ó por hipocresía ó por miedo, rinden de hecho, allá en el

fondo de su conciencia, culto debido á la nueva idea, y practican, por su propia inspiración, el

bien y viven por los movimientos espontáneos de su naturaleza psíquica en las relaciones de la

moral universal subordinando todos sus actos á ese sentimiento innato en el hombre que le

arrastra irresistiblemente á defender la débil contra el fuerte aun á riesgo de su propia vida. La

idea de justicia se nos presenta hoy pues, emancipada de la teología y nos arrastra con potente

imperio hasta el punto de lo que hicimos un día por pueril temor á lo desconocido, lo realizamos

hoy por identificación con el bien, por el imperativo mandato de la conciencia, por los impulsos

de los más bellos y de los más bondadosos sentimientos, obteniendo aquí en la tierra la

glorificación que durante mucho tiempo hemos buscado en los supuestos cielos de ignotos

espacios.

¿Pero es que esta evolución de los siglos se ha realizado sin esos grandes sacudimientos que

llaman revoluciones?

Nadie de entre nosotros lo ignora: luchas terribles, cruentos sacrificios han sido necesarios para

conseguir la emancipación religiosa. Revolución promovió el Cristo, revolución promovió

Lucero, revolución promovió la filosofía: la evolución religiosa no llegó á interrogarse en la

fórmula final sino á cambio de tremendos sacudimientos revolucionarios, sin los cuales no

habríamos salido todavía de la primitiva esclavitud.

Si de igual modo examinamos la cuestión en su aspecto político, llegaremos á conclusiones

semejantes. En un principio rigen los destinos de los pueblos, ya constituidos en grandes

agrupaciones, reyes absolutos de derecho divino y nada significan ni nada valen los derechos

de todos los hombres. Uno sólo tiene el privilegio de gobernarnos, de disponer de nuestras

vidas y haciendas á su leal saber y entender. La tiranía despótica de los reyes halla más tarde

un límite en el constitucionalismo. Es entonces necesario que los reyes se asesoren de las

necesidades populares por medio de representante y así se origina el parlamentarismo. Más no

basta esto. Se da también en tierra con los poderes hereditarios y á la soberanía indiscutible de

los reyes se opone la soberanía de los pueblos. La forma republicana y democrática encarna en “Del amor: Modo de acción y finalidad social” de Ricardo Mella

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un nuevo aspecto de la evolución y llega á constituir un ideal novísimo del progreso humano. Y

como esté no se detiene jamás, como no se detendrá nunca el movimiento constante que da

vida al universo, los pueblos han llegado finalmente á una concepción amplísima del principio

de gobierno. Significado de hecho el absolutismo, el constitucionalismo y la república, á un

mismo tiempo, la subordinación de unos á otros, de todos á uno ó de uno á todos,

proclamándose á la par que la soberanía colectiva, la soberanía individual armonizándose

ambas soberanías, siempre coexistentes, por medio del contacto ó pacto, base primera del

principio federativo. El gobierno de cada uno por sí mismo es la última fórmula de la evolución

política. Eliminando y limitando el principio de autoridad por sucesivas transformaciones,

lléguese á la generalización de la libertad, y hoy no aspiran los hombres á nada que no vaya

derechamente á la consagración de todas las autonomías, que no comprenden en un todo la

libertad completa del pensamiento, de conciencia y acción.

Así como la evolución religiosa termina en la negación de la divinidad, la evolución política

termina en la negación del poder y del gobierno, del estado, en fin. La libertad plena y sólo la

libertad ha de ser el instrumento indispensable para la realización de todos los fines humanos.

Mediante el pacto libre, completamente libre, ha de organizarse no sólo los pueblos y las

naciones sino también la producción, el cambio y el consumo, la vida, en fin, en sus múltiples

variantes, para que llegue un día en que la humanidad formando una harmónica federación

universal realice por la libertad el ideal supremo de vivir sin gobierno, la ANARQUÍA.

La generalización se estas ideas modernísimas se ha obtenido por la filosofía y por la política

simultáneamente. Mientras los revolucionarios franceses se declaraban anarquistas por boca de

Proudhon, negaba la república Pi y Margall y afirma el positivismo inglés que la humanidad

tiene irresistible á la supresión del gobierno, y estas enseñanzas, popularizándose de día en

día, determinaran muy pronto el momento revolucionario de la total emancipación de los

hombres.

Pero cabe ahora como antes preguntar ¿acaso esta laboriosa humanidad ha llegado á sus

últimos límites sin esos grandes sacudimientos que se denominan revoluciones?

Nadie tampoco lo ignora. Han sido necesarias explosiones tan formidables como la de fines del

siglo XVIII en Francia; han sido necesarias tremendas revoluciones en Europa y América,

febriles movimientos de los pueblos en todas las naciones y en todos los tiempos. La conquista

de la libertad ha costado y ha de costar aún más raudales de sangres, millares de víctimas,

montones de ruinas, porque la evolución sin estos necesarios sacrificios, no llegaría jamás á

realizarse en toda su plenitud y extensión.

¿Y qué he de decirlos de la evolución sociológica? ¿Qué he de decirlos del movimiento

económico

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