El Capitalismo Moderno
soledadfigueredo4 de Septiembre de 2012
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Taller: MIRADAS INDISCRETAS (Llamale H)
Por Mateo Etchegoyhen
1.1 La mirada
1.1.1. Objeto / Sujeto (*)
Jean Paul Sarte
Esa mujer que veo venir hacia mí, ese hombre que pasa por la calle, ese mendigo que oigo cantar desde mi ventana son para mí objetos, eso no es lo dudoso. Así resulta verdadero que por lo menos una de las modalidades según las cuales otro está presente ante mí es la objetividad. Pero hemos visto que si esa relación de objetividad es la relación fundamental de otro con respecto a mí mismo, la existencia de otro permanece como puramente conjetural. Ahora bien, no es solamente conjetural sino probable que esa voz que escucho sea la de un hombre y no el canto de un fonógrafo; es infinitamente probable que el paseante que vislumbro sea un hombre y no un robot perfeccionado. Eso significa que mi percepción de otro como objeto, sin salir de los limites de la probabilidad y a causa de esa misma probabilidad, nos lleva por esencia a una percepción fundamental del prójimo, en la que este no se descubrirá ya a si mismo como objeto, sino como “presencia en persona”.
En una palabra, para que otro sea objeto probable, y no un fantasma de objeto, es preciso que su objetividad no nos lleve a una soledad original y fuera de mi alcance, sino a una unión fundamental en la que el otro se manifieste de diferente manera a la del conocimiento que yo obtengo de él.
De la misma manera que el prójimo es para mí-sujeto un objeto probable, igualmente no puedo descubrirme en situación de convertirme en objeto más que para un sujeto cierto. Esa revelación no podría desprenderse del hecho de que mi universo sea objeto para el objeto-otro, como si la mirada del otro, después de haber errado sobre el césped y sobre los objetos circundantes, viniera, siguiendo un camino definido, a posarse sobre mí.
He recalcado que yo no podría ser objeto para un objeto: es precisa una conversión radical del otro que haga que escape a la objetividad. No podría entonces considerar la mirada que me dirigiese ese otro como una de las manifestaciones posibles de su ser objetivo: el otro no podría mirarme como mira el césped. Y, por otra parte, mi objetividad no podría desprenderse para mí de la objetividad del mundo; ya que, precisamente, soy aquél para quien hay un mundo; es decir, aquél que, en principio, no podría ser objeto para sí mismo. Así, esa relación que llamo “ser-visto-por-otro”, lejos de ser una de las relaciones significadas, entre otras, por la palabra hombre, representa un hecho irreductible que no se podría deducir ni de la esencia del otro-objeto ni de mi ser-sujeto.
Pero, al contrario, si el concepto del otro-objeto debe tener un sentido, no puede obtenerlo más que de la conversión y de la degradación de su relación original. En una palabra, aquello a lo cual se refiere mi percepción de otro en el mundo como siendo probablemente un hombre, es a mi posibilidad permanente de ser-visto-por-él, es decir, a la posibilidad permanente para un sujeto que me ve de sustituir al objeto que es visto por mí. El “ser-visto-por-otro” es la verdad del “ver-otro”.
Por otra parte, la mirada no es ni una cualidad entre otras del objeto que hace función de ojo, ni la forma total de ese objeto, ni una relación “mundanal” que se establece entre aquel objeto y yo. Por el contrario, lejos de percibir la mirada sobre los objetos que la manifiestan, mi percepción de una mirada vuelta hacia mí aparece sobre el fondo de destrucción de los ojos que “me miran”: si descubro la mirada, dejo de percibir los ojos: están allí, subsisten en el campo de mi percepción como puras presentaciones, pero no hago uso de ellos, han sido neutralizados, puestos fuera de juego, no son ya objetos de una tesis, persisten en estado de puestos “fuera de circuito”.
No es nunca cuando unos ojos nos miran que podremos encontrarlos
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