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El Dedo Gordo - Bataille


Enviado por   •  21 de Noviembre de 2014  •  1.660 Palabras (7 Páginas)  •  266 Visitas

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EL DEDO GORDO

(Georges Bataille; Documentos. Caracas: Monte Ávila, 1969).

EL DEDO gordo es la parte más humana del cuerpo humano en el sentido de que ningún otro elemento de ese cuerpo se diferencia tanto del elemento correspondiente del mono antropoide (chimpancé, gorila, orangután o gibón). Esto deriva del hecho de que el mono es arborícola, en tanto que el hombre se desplaza por el suelo sin aferrarse a las ramas pues él mismo se ha transformado en un árbol, es decir se eleva erguido en el aire igual que un árbol, tanto más bello cuanto que su erección es correcta. De modo que la función del pie humano consiste en proporcionar una base firme a esa elevación de la cual el hombre está tan orgulloso (el dedo gordo, no sirviendo ya para asir eventualmente las ramas, se asienta en el suelo en el mismo plano que los otros dedos).

Pero sea cual fuere el papel desempeñado por su pie en la elevación, el hombre, que tiene la cabeza liviana, es decir elevada hacia el cielo y las cosas del cielo, lo mira como a un escupitajo con el pretexto de tener ese pie en el barro.

Si bien en el interior del cuerpo la sangre fluye en igual cantidad de arriba abajo y de abajo hacia arriba, se ha tomado partido por aquello que se eleva y la vida humana aparece erróneamente como una elevación. La división del universo en infierno subterráneo y en cielo perfectamente puro es una concepción indeleble, el barro y las tinieblas son los principios del mal, como la luz y el espacio celeste son los principios del bien. Con los pies en el barro pero la cabeza casi en la luz los hombres imaginan obstinadamente un flujo que los elevaría para siempre en el espacio puro. La vida humana implica en realidad la furia de ver que se trata de un movimiento de

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vaivén de la basura hacia el ideal y del ideal hacia la basura, furia que es fácil traspasar a un órgano tan bajo como un pie.

Comúnmente el pie humano está sometido a suplicios grotescos que lo tornan deforme y raquítico. Está tontamente destinado a los callos, durezas y juanetes y, si tenemos en cuenta los usos que sólo están en vías de desaparecer, a la suciedad más desalentadora: la expresión campesina “tiene las manos sucias como nuestros pies”, que hoy ya no es válida para toda la colectividad humana, lo era en el siglo XVII. El horror secreto causado al hombre por su pie es una de las explicaciones de la tendencia a disimular su extensión y su forma en lo posible. Los tacos, más o menos altos según el sexo, privan al pie de parte de su carácter bajo y plano.

Además esta inquietud se confunde frecuentemente con la inquietud sexual, lo cual es particularmente evidente entre los chinos, quienes, después de atrofiar los pies de las mujeres los sitúan en el punto más álgido de sus rechazos. El marido mismo no debe ver los pies de su mujer y, en general, es incorrecto e inmoral mirar los pies de las mujeres. Los confesores católicos, adaptándose a esa aberración, preguntan a sus penitentes chinos “si han mirado los pies de las mujeres”.

La misma aberración reaparece entre los turcos (turcos del Volga y de Asia Central) que consideran inmoral mostrar sus pies desnudos e incluso se acuestan con medias.

Nada semejante se puede citar respecto a la antigüedad clásica (fuera del uso curioso de suelas muy altas en las tragedias). Las matronas romanas más púdicas mostraban constantemente sus dedos desnudos. En cambio el pudor respecto al pie se desarrolló excesivamente en el curso de los tiempos modernos y sólo desapareció en el siglo XIX. Salomón Reinach ha desarrollado largamente esta situación en el artículo titulado Pieds pudiques,1 insistiendo sobre el papel de España, en donde los pies de las mujeres han sido objeto de la inquietud más angustiada y también causa de crímenes. El simple hecho de dejar ver el pie calzado fuera de la pollera era considerado indecente. En ningún caso era posible tocar el pie

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de una mujer, siendo ese hecho, con alguna excepción, más grave que ningún otro. Desde luego el pie de la reina era objeto de la prohibición más terrorífica. Así, según la señora de Aulnoy, el conde de Villamediana, enamorado de la reina Isabel, pensó en provocar un incendio a fin de tener el placer de llevarla en sus brazos: «Toda la casa, que valía cien mil escudos, fue casi destruida, pero él quedó consolado cuando, aprovechando de una ocasión tan favorable, tomó a la soberana en sus brazos y la llevó hacia un pequeño escalón. Allí le sustrajo algunos favores y, lo que fue muy notado en este país, llegó hasta tocarle el pie. Un pajecito vio aquello, informó del asunto al rey y éste se vengó matando al conde con un disparo de pistola”.

Es posible ver en estas obsesiones, como lo hiciera Salomón Reinach, un refinamiento progresivo del pudor que ha podido ganar poco a poco la pantorrilla, el tobillo y

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