El Valor De Educar
jaimegamboa8 de Diciembre de 2013
604 Palabras (3 Páginas)387 Visitas
EL VALOR DE EDUCAR
A este proceso peculiar los antropólogos lo llaman neotenia. Esta palabreja quiere
indicar que los humanos nacemos aparentemente demasiado pronto, sin cuajar del todo:
somos como esos condumios precocinados que para hacerse plenamente comestibles
necesitan todavía diez minutos en el microondas o un cuarto de hora al baño María tras
salir del paquete... Todos los nacimientos humanos son en cierto modo prematuros:
nacemos demasiado pequeños hasta para ser crías de mamífero respetables.
Comparemos un niño y un chimpancé recién nacidos. Al principio, el contraste es
evidente entre las incipientes habilidades del monito y el completo desamparo del bebé.
La cría de chimpancé pronto es capaz de agarrarse al pelo de la madre para ser
transportado de un lado a otro, mientras que el retoño humano prefiere llorar o sonreír
para que le cojan en brazos: depende absolutamente de la atención que se le preste.
Según va creciendo, el pequeño antropoide multiplica rápidamente su destreza y en
comparación el niño resulta lentísimo en la superación de su invalidez originaria. El
mono está programado para arreglárselas sólito como buen mono cuanto antes —es
decir, para hacerse pronto adulto—, pero el bebé en cambio parece diseñado para
mantenerse infantil y minusválido el mayor tiempo posible: cuanto más tiempo dependa
vitalmente de su enlace orgánico con los otros, mejor. Incluso su propio aspecto físico
refuerza esta diferencia, al seguir lampiño y rosado junto al monito cada vez más
velludo: como dice el título famoso del libro de Desmond Morris, es un «mono
desnudo», es decir un mono inmaduro, perpetuamente infantilizado, un antropoide
impúber junto al chimpancé que pronto diríase que necesita un buen afeitado...
Sin embargo, paulatina pero inexorablemente los recursos del niño se multiplican en
tanto que el mono empieza a repetirse. El chimpancé hace pronto bien lo que tiene que
hacer, pero no tarda demasiado en completar su repertorio. Por supuesto, sigue
esporádicamente aprendiendo algo (sobre todo si está en cautividad y se lo enseña un
humano) pero ya proporciona pocas sorpresas, sobre todo al lado de la aparentemente
inacabable disposición para aprender todo tipo de mañas, desde las más sencillas a las
más sofisticadas, que desarrolla el niño mientras crece. Sucede de vez en cuando que
algún entusiasta se admira ante la habilidad de un chimpancé y lo proclama «más
inteligente que los humanos», olvidando desde luego que si un humano mostrase la
misma destreza pasaría inadvertido y si no mostrase destrezas mayores sería tomado por
imbécil irrecuperable. En una palabra, el chimpancé —como otros mamíferos
superiores— madura antes que el niño humano pero también envejece mucho antes con
la más irreversible de las ancianidades: no ser ya capaz de aprender nada nuevo. En
cambio, los individuos de nuestra especie permanecen hasta el final de sus días
inmaduros, tanteantes y falibles pero siempre en cierto sentido juveniles, es decir,
abiertos a nuevos saberes. Al médico que le recomendaba cuidarse si no quería morir
joven, Robert Louis Stevenson le repuso: «¡Ay, doctor, todos los hombres mueren
jóvenes!» Es una profunda y poética verdad.
Neotenia significa pues «plasticidad o disponibilidad juvenil» (los pedagogos
hablan de educabilidad) pero también implica una trama de relaciones necesarias con
otros seres humanos. El niño pasa por dos gestaciones: la primera en el útero materno
según determinismos biológicos y la segunda en la matriz social en que se cría,
...