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El concepto de odio y por qué odiamos

loraine21Ensayo8 de Octubre de 2014

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Por qué odiamos

Ante todo, ¿qué es el odio? El odio es una relación virtual con una persona y con la imagen de esa persona, a la que se desea destruir, por uno mismo, por otros o por circunstancias tales que deriven en la destrucción que se anhela (para el caso es igual: el deseo tiene un rango mágico que hace que se equipare con él cualquier otra fuerza destructiva: otros u otras hacen el trabajo del odio). El trabajo del odio (es la denominación que utilizo para describir los procesos diversos de la relación del sujeto que odia con el objeto odiado) consiste precisamente en toda la serie de secuencias que van desde el deseo de destrucción a la destrucción en forma de acciones varias, desde la estrictamente material del objeto hasta la de la imagen, lo que, usando una terminología antigua, sería la destrucción espiritual, pero que en realidad es la de su imagen social. El trabajo del odio es bidireccional: va desde el deseo a la acción, y a la inversa, desde la inhibición de la acción al mero deseo, así como los posibles sentimientos de culpa que deparan el deseo y cualquiera de las posibles actuaciones (verbales y extraverbales) conducentes a la destrucción del objeto odiado. Recuérdese la película de Luís Buñuel, Ensayo para un crimen: Archibaldo de la Cruz, el protagonista, se limita a desear que la monja muera, una forma desiderativa de matarla; pero el trabajo de matarla no lo lleva a cabo él, sino el azar: al no estar el ascensor cuando la puerta se abrió, la monja, que suponía que estaba, se despeñó por el hueco. Archibaldo, que no era aristotélico como el juez, sino freudiano sin saberlo, se culpó ante el juez y pidió para sí mismo su prisión. El juez no lo acepta y le dice: «Don Archibaldo, el pensamiento no delinque». Pero Archibaldo sabe que el acto culpable de matar comienza en el deseo de hacerlo. Él es un asesino.

La destrucción, parcial o total, del objeto odiado no siempre (por fortuna) puede hacerse realidad. Las más de las veces se fantasea que se hace realidad, y a veces ni eso, porque se trata de apartar la fantasía �la expresión icónica del deseo� en la medida en que incluso ella misma se considera reprobable. Esto es interesante para el trabajo del odio: el odio a determinado objeto se niega muchas veces por parte del sujeto que odia, pero esto es una falacia: se rechaza odiar por cuestiones de autoestima y también morales, pero eso no niega, antes al contrario, la existencia del odio, es decir, del deseo de destrucción del objeto. Ocurre igual que con los pensamientos obscenos: había que rechazarlos, pero para ello era condición necesaria que los pensamientos se dieran.

A veces el odio no desaparece pese a haberse hecho realidad la destrucción del objeto. La imagen del objeto destruido es duradera y sobre ella se ejerce el trabajo del odio. Hace sesenta años Vallejo Nájera, un psiquiatra militar, escribió que los rojos no pagaban del todo su culpa por ser fusilados y estar en el infierno (él lo aseguraba); pedía que los hijos de los mismos cambiasen su apellido para que el del fusilado desapareciese para siempre de la faz de España. Esto, que nos parece inusual, es la regla en el denominado «odio a muerte», que en realidad son odios hasta más allá de la muerte, como acabo de hacer ver.

Pero, ¿por qué odiamos?

Odiamos a todo objeto que consideramos una amenaza a la integridad de una parte decisiva de nuestra identidad, es decir, de nuestra estructura como sujeto. Se incluye aquí, en primer lugar, a uno mismo y luego a todos aquellos objetos que uno vive como propios: la madre, los hermanos, los hijos, la casa, la linde, el perro, etcétera. La identidad comprende al sujeto y a lo que es del sujeto, porque es símbolo del Sujeto. El odio a ese objeto amenazador tiene carácter de ataque, un ataque que muchas veces no puede llevarse a cabo merced

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