Elogio Del Olvido
Hehra22 de Junio de 2013
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Elogio del olvido
Resumen:
El presente ensayo pretende llevar a cabo una revisión del olvido como el gran omitido al abordar las discusiones sobre la memoria y los recuerdos. Estos dos últimos conceptos son fundamentales a los métodos biográficos y específicamente a los relatos de vida, pues son su cimiento, con todas las consecuencias. Al cuestionar la memoria y posicionar el olvido como parte fundamental de ésta y no como su omisión, todas las herramientas y discursos montadas alrededor han de ser necesariamente cuestionadas también y replanteadas con nuevos horizontes y fronteras. Una vez posicionado el olvido como constructor en vez de destructor, las limitantes de los recuerdos y su posible relato se redimensionan, cuestionando el acceso a realidad alguna mediante método ninguno al quedar de manifiesto su posible inexistencia como es representada actualmente en el mundo occidental.
“…, pero la propia memoria necesita también el olvido: hay que olvidar el pasado reciente para recobrar el pasado remoto.”
-Marc Augé-
Pareciera muchas veces que, al hablar de la memoria, lo único que interesa abordar es el recuerdo. El recuerdo es aquello que deja una huella y que se pinta a sí mismo como un ente positivo en tanto que constructivo, como una piedra más en la construcción del edificio, que se ve asechado constantemente por un gemelo malvado e incómodo que amenaza con asesinarlo: el olvido. Elogiar el olvido no significa, sin embargo, deshonrar a la memoria y a sus parientes más inmediatos.
Partiendo de lo anterior, el presente ensayo tiene como objetivo acercarse a los Relatos de vida desde una perspectiva negativa, en el sentido de no afirmativa, y ciertamente criticar éste sentido en ellos, para posicionar la importancia de lo ausente y lo no dicho, muchas veces incluso por encima de lo afirmado.
Las historias, o relatos de vida, son una metodología de investigación. Se inscriben en el marco de la investigación cualitativa y su herramienta principal es la narración. A través de la narración de relatos, el investigador busca pistas que lo orienten sobre las experiencias y modos de sentir, individuales o colectivos, de un determinado polo cultural o geográfico, inscritos en un tiempo dado. El elemento primordial de este método, resulta evidente, es la memoria como vehículo de las vivencias.
Daniel Bertaux, en su libro “Relatos de Vida” (2005), comienza postulando el surgimiento de la expresión “relato de vida” como diferente a “historia de vida” y lo esencial de su distinción. Una historia de vida, pareciera tener adscripción realista, entiendo por su relato una descripción ciertamente cercana de la realidad; mientras que un relato de vida no supone que el relato en sí guarde una relación necesaria con la realidad, considerando incluso la impertinencia de pensar en la historia contada como “realmente vivida”.
La distinción anterior es verdaderamente esencial al abordar el tema del relato de vida, pues creo que, aunque muy conscientes estemos de la imposibilidad de la realidad, o del acceso a ella, existen en nosotros dejos del pensar moderno que vislumbra aún la verdad como posibilidad, y que muchas veces la busca entre los relatos.
Si bien es verdad que a estas alturas hemos entendido ya que un relato está pasado siempre por el filtro de la representación, que un relato siempre será una especie de ficción en el sentido de “configuración narrativa”, como lo llamaría Augé, y que es la internalización de uno o varios eventos y que difícilmente será nunca neutro o puro, existe aún un elemento anterior al relato que considero que, ¡miren nada más!, se olvida: el olvido.
Así como existe una relación innegable entre relato e historia, encuentro a su vez una similar entre historia y memoria. “La relación entre memoria e historia coloca un problema aún irresuelto. El concepto mismo de memoria no es fácilmente aferrable, es elusivo y evanescente. […] En efecto la memoria es una realidad plural, dinámica, proteiforme” (Ferrarotti, 2007:16). Pero, ¿cómo es que se conforma la memoria? ¿Es la memoria una impresión fehaciente de la realidad?
El gran descubrimiento de Freud consiste, en esencia, en haber acertado que a veces la memoria, en apariencia sin razón, se bloquea, oculta en vez de recordar, se inhibe y “cancela”, en parte o completamente lo vivido. Tiene la capacidad de remitir y de crear, así como la capacidad inquietante de “dicotomizar”, oscurecer, seleccionar. Entonces, la memoria también es facultad de olvidar.” (Ferrarotti, 2007:16)
¿Qué papel juega entonces el olvido en la memoria? ¿Hasta dónde están ambos entrelazados y dependen el uno del otro? La memoria, podríamos decir, necesita del olvido hasta el punto en que no sería imposible entenderla sin él. “La memoria y el olvido guardan en cierto modo la misma relación que la vida y la muerte” (Augé, 1998: 9)
El olvido entonces, o más bien la insistencia en él, no es en modo alguno el menosprecio de la memoria, sino el reconocimiento de una parte fundamental de ésta que, lejos de ser su antónimo, es su parte nuclear; y es precisamente esta forma de entenderlo lo que significa la diferencia con las posturas que más abundan. Freud, magistralmente ya, y muchos posteriores a él, posicionaron la importancia del olvido en la memoria, pero pocos han comprendido al olvido, no como una facultad de la memoria, sino como un igual en condiciones, como un siamés inseparable. “La definición de olvido como pérdida del recuerdo toma otro sentido en cuanto se percibe como un componente de la propia memoria” (Augé, 1998:10)
Si entendemos de este modo entonces el olvido, entenderemos también que es éste quien le da forma a la memoria, no un subordinado, “del mismo modo que quienes han vivido un acontecimiento conservan un recuerdo parecido y, al mismo tiempo, distinto”. (Augé, 1998:10)
Sigamos entonces por el camino del recuerdo, que es necesario seguir para hablar también del olvido. La memoria, como ya muchas veces se ha dicho, es una construcción. No podemos confiar nunca, o creer ingenuamente en la memoria como una fiel copia de la realidad anidada en nuestro interior. La memoria entonces, está formada por recuerdos, a manera de huellas, que sí logran permanecer; y con esto, me refiero a que el recuerdo, el que se que queda, no es la plasmación de aquello exterior en un interior, sino ya una interiorización de un suceso, pasado ya por diferentes filtros. Podemos hablar a este respecto de estructuras prenarrativas, siguiendo el camino marcado por Augé en su libro “Las formas del olvido”, según las cuales daremos un primer tratamiento a toda experiencia. Estas estructuras, son previas aún a los simbolismos personales, son aquellos grandes relatos que subyacen a todo entendimiento posible: el tiempo, el espacio, el ser… “Lo que olvidamos, no es la cosa en sí, los acontecimientos “puros” y “simples” tal y como han transcurrido, sino el recuerdo” (Augé, 1998:11), que a su vez, como ya decíamos antes, no es sino un primer paso de la realidad ya filtrada. No olvidamos todo, pero tampoco sería posible recordarlo todo. Podríamos remitirnos en este caso al cuento de “Funes el memorioso” de Borges, quien tardaba al reconstruir el recuerdo del día anterior veinticuatro horas exactas, porque recordaba exactamente cada detalle vivido, y que eventualmente tiene que empezar a olvidar para poder seguir recordando. El recuerdo, es el residuo de la erosión de aquello que pasa por nuestra experiencia, el desgaste del acontecimiento, mismo que está pintado por todos lados de olvido, pues, como queda magistralmente demostrado por Funes, no podríamos ya vivir siquiera si lo recordáramos todo.
El olvido es el resultado de un proceso de selección que puede obedecer a muchos fines o circunstancias diferentes en las cuales no ahondaré. Incluso, podríamos plantearnos que los recuerdos y olvidos particulares responden a los paradigmas a los que cada individuo está sometido. “Me atrevería a proponer una fórmula: dime qué olvidas y te diré quién eres” (Augé, 1998:11)
Ahora, siguiendo una especie de hilo conductor sobre la construcción y narración de los recuerdo el problema que sigue a esto, es precisamente el de la adaptación al relato. Una vez que un recuerdo pasa a ser relatado, casi de inmediato el recuerdo toma la forma de éste, a manera de trama ordenada y lógica, de lo que en su inicio eran poco más que huellas confusas. Los recuerdos, a su vez, “son remodelados por los relatos de quienes los asumen como propios: padres o amigos que los integran a su propia leyenda” (Augé, 1998:13)
Si el recuerdo mismo es en sí ya un relato, ¿qué podríamos decir entonces del relato del recuerdo entonces? Pontalis, psicoanalista francés recientemente fallecido, veía en el relato del recuerdo una especie de prueba de la civilización del pensamiento. Para él, el recuerdo perdía importancia a la luz de la asociación, asociación referida como asociación libre al mismísimo estilo surrealista. Asociar es “disociar las relaciones instituidas, sólidamente establecidas, para hacer surgir otras, que con frecuencia son relaciones peligrosas” (Pontalis, 1997:102), y probablemente mucho más ricas en contenidos.
Regresando entonces al relato de vida como método (o
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