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Elogio Del Horizonte

inesf28 de Marzo de 2013

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Elogio del Horizonte

Una obra de Eduardo Chillida

Gijón (España) 1990

Hormigón. 10 m altura

Ingeniero: José Antonio Fernández Ordónez

Empresa Constructora: Entrecanales y Távora, SA

Encofrado: J. A. Bereciartúa

Modelos: Jesús Aledo

Arquitecto Coordinador Parque Santa Catalina: Franciso Pol

Jardinería: Ayuntamiento de Gijón

María Inés Fernández Álvarez

Una entrevista con Eduardo Chillida

Palabras en torno al Elogio del Horizonte por Fernando Huici

F: El Elogio del Horizonte era un proyecto que tenías ya en mente desde hace tiempo, mucho antes de concretar su ubicación en Gijón.

E: Sí. Hice inicialmente tres variantes. Pero luego, a medida que buscaba la escala, se fue imponiendo la más sencilla, como pasa siempre. Y ésa es la que se ha hecho. Los proyectos son tres piezas de acero con distintas variantes, pero con el mismo espíritu. La que resultó definitiva es mucho más económica que las demás, en el sentido conceptual. Puede que, en el tamaño de los bocetos, sean mejores las otras dos; pero en grande, por la escala que tiene, ésa era la idónea.

La idea de hacer un elogio del horizonte me hizo recorrer la costa europea, y me ocurrieron cosas muy curiosas. Como el que todos los sitios que me llamaban la atención estuvieran ya ocupados por la armada, por razones estratégicas. Llegabas al lugar de mala manera-porque eran sitios bastante inaccesibles, en los acantilados-, y al principio no veías nada. En Bretaña recuerdo un lugar terrible, fantástico, donde, después de una hora de aproximarme, llego y me encuentro con un bunker; cosa de los alemanes, de la guerra última. La armada ocupa esos lugares por razones estratégicas, absolutamente distintas a las mías: aunque puede que, al final, no sean tan distintas. Son lugares desde los que se puede otear más que desde ningún otro. Y, es curioso, en esos lugares han ocurrido, por lo general, fenómenos a lo largo de toda la historia de la humanidad. Las catedrales están normalmente colocadas también en lugares muy especiales, como los cromlecs.

Yo visité muchos sitios y tomé nota de varias opciones, casi todas en la costa. Encontré incluso uno tierra adentro en los Monegros. Hay sitios allí que son como la mar, pero quieta. Un lugar fabuloso, que me gustó mucho. Y estaba la cosa así.

Pero, hace años, cuando me dieron el Gran Premio de las Artes de Francia, Jacques Lang me propuso que recorriera París, y buscara un lugar para hacer una obra. Como yo soy muy lento para este tipo de cosas, tardé bastante en tomar una decisión. En un viaje posterior a París, fui al Vert Galant, donde está la estatua de Enrique IV. Donde el Vert Galant termina, con el Louvre a mano derecha y el Quai d’Orsay a la izquierda, tienes como una especia de proa redonda. Es un sitio que siempre me había gustado, aunque nunca pensara en él como un lugar especial. Y en esa especia de morro, donde termina la isla de La Cité, se me ocurrió que era el lugar para hacer algo muy sencillo, conceptualmente muy económico y poderosos, y a escala con el lugar haciendo con un gesto que la isla de La Cité se convirtiera en un barco. Convertir ese morro en una proa de verdad, y la isla, en vez de ser estática, tendría un espíritu dinámico. Pero cayó el gobierno y Lang con él. Y quedó la cosa parada, antes de que pudiera contarle el proyecto. Cuando volvieron a nombrarle ministro, me animaron a recordarle la idea pero, entretanto, yo ya había hecho obras con ese espíritu y, claro, ya se había pasado el momento.

Cuando descubrí esas costas de Bretaña, buscando un emplazamiento para el elogio, pensé en volverle a hablar, pero la cosa se fue retrasando. Y entonces, de repente, vino a verme Paco Pol, el arquitecto que estaba realizando la remodelación del Cerro de Santa Catalina. Se había enterado de que yo tenía un proyecto para hacer una obra en relación con el horizonte, porque había visto expuesta alguna de las maquetas, y me dijo que el de Gijón era un lugar idóneo. Yo no lo conocía. Me trajo una foto aérea estupenda y empecé a darle vueltas a la cosa. Y el día que fui me di cuenta, con sorpresa, que en todos los cálculos de escala que yo había comenzado a hacer para ese lugar, el tamaño de mi escultura coincidía con los radios de las fortificaciones que hay allí arriba. Fíjate qué cosa más rara; son cosas que te ponen los pelos de punta, porque yo no había estado en el cerro nunca. Total, que todo eso me animó mucho y me decidí a hacerlo.

F: De todos modos, el del Elogio ha sido un proceso peculiar. En una escultura pública, el proceso suele ser, más bien, el inverso, que sea un entorno dado el que determine la elección de un proyecto determinado.

E: Por supuesto. En mi caso siempre ha sido el lugar el que ha condicionada la obra. Pero yo me pregunto, cuando el lugar está en función de alto tan inmenso como es la bóveda y el horizonte, si tiene importancia suficiente el lugar como para poder con ese no lugar, que, diríamos, es el Cosmos. Y yo creo que es por ese lado por donde ha surgido esta obra....Pero lo de Gijón es distinto. Allí sí hay una escala a estudiar, tremenda...

F: La relación de El Peine del Viento con el mar es más directa.

E: Por eso. El Elogio está ya mirando más arriba; es otra cosa. Una inquietud fundamental ha sido la de no pasarse en la escala, porque, en todo lugar prominente, el pasarse de escala es dramático, peligrosísimo. Esa e la cuestión más difícil de un proyecto así, Y yo creo que he tenido la suerte de acertar con la escala; y he acertado por haber tenido en cuenta dos datos, el del espacio innombrable, inconmensurable, y nuestra propia medida, que es muy aproximada de unos a otros. Las diferencias son muy pequeñas en relación con lo que está delante. Y ahí yo he querido buscar un peldaño entre las dos cosas un microespacio o un mediador.

Al principio pensé recorrer toda la costa en barco, irme a los monte, -lo típico en estos proyectos-, pero una noche se me ocurrió esa idea y dije: no voy a consultar nada desde fuera, todo desde dentro. Es donde la obra va a funcionar, pensé, y, si acierto ahí, lo demás vendrá por añadidura; todo lo demás me será dado Y me ha sido dado también, curiosamente, desde la ciudad de Gijón pues ves aparecer la pieza por encima de los tejados, de una manera peculiar, no demasiado espectacular, pero que funciona desde muchos sitios. Y, sobre todo, desde la mar; desde allí está perfecta de escala.

F: Un aspecto que me parece muy interesante es que ves la obra en el paisaje, en la distancia, desde el mar o desde tierra. Pero cuando te vas acercando desaparece y ya no la vuelves a ver casi hasta que tiene ya una relación con tu cuerpo. Y, entonces, su sentido cambia.

E: Hasta que no estás tú medio en ella; entonces es cuando la ves, es cuando la notas.

F: Me decías que, de entre los proyectos iniciales del Elogio, finalmente se impuso el más económico. Sin embargo, es menos sencillo de lo que parece...

E: Por supuesto. Al hablar de sencillo, hablo de más económico. Es decir, que ocurren las mismas cosas que en los otros pero, como si dijéramos, con una mayor economía. La obra no es nada sencilla. En las otras hay el mismo espíritu pero ocurren una cuantas cosas más. Para el que juzga las cosas desde un punto de vista, digamos, más superficial, hubieran sido más aparentes; pero no hubieran tenido esa virtud de crear un espacio mediador entre nosotros y el Cosmos. Para ello, tenía que ser muy sencilla, porque el horizonte también es muy sencillo. Y nosotros somos bastante sencillos también; aunque nos creemos muy complicados, no lo somos tanto. Tenía que ser una cosa muy elemental en el fondo...

F: En cualquier caso, en la visión más inmediata de la pieza, la ilusión es de una geometría muy estricta.

E: Sí. Después la vas viendo, te mueves alrededor, te metes dentro, miras arriba, atrás, y no lo es tanto como parece. Pero mantiene una especia de rigor y de sencillez, que es la que yo pienso que tenía que tener. Las otras hubieran sido más ricas.

F: Finalmente, la impresión es la de acercarse a la regularidad, pero de huir de ella al tiempo.

E: Bueno, esa e una de mis cosas. Yo no quiero caer nunca en lo que se han llamado las grandes normas; las encuentro todas peligrosas. Creo que hay que aproximarse a esas cosas, pero nunca caer en ellas. El ángulo recto, por ejemplo, lo detesto. He trabajado cerca del ángulo recto toda mi vida, y si alguna vez he caído en él, es de modo excepcional. Y ello por una razón que ya he dicho muchas veces. Tengo la pequeña experiencia, -aunque dudo mucho de la experiencia que es demasiado conservadora; creo ante todo en la percepción, que es progresista-, el tiempo, vamos, me va diciendo que en un diálogo formal en el espacio, si tú utilizas un ángulo recto, estás perdido. Todas las respuestas tienen que ser necesariamente ángulos rectos. Es lo que le pasó a Mondrian; él lo resolvió como nadie, pero ya no hace falta hacer más, ya está todo dicho.

En cambio, curiosamente, si tu valoras la perfección como límite del ángulo recto, pero conoces el fortalecimiento que un ángulo va adquiriendo a medida que se acerca al ángulo recto y lo supera, en un sentido u otro, hay un radio de acción de respuestas que podríamos decir que están entre los 87º y los 95º, y que son todas viables. Yo esto lo he medido a posteriori, nunca a priori. Trabajo mucho por intuición y después uso el metro a veces, para medir cosas. Pero hago mucho más caso al ojo que al metro, al ojo y a la sensibilidad. Con todo, algunas veces

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