Ensayo Del Libro Justina Marques De Sade
19871312 de Diciembre de 2012
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y de nuestras instituciones políticas, ¿pueden significar algo a los ojos de la
naturaleza?
»Así que deja ahí tus prejuicios, Thérèse, y sírveme: habrás hecho tu fortuna.
––¡Oh, señor! ––contesté completamente horrorizada al conde de Bressac––,
esta indiferencia que suponéis a la naturaleza sólo obedece a los sofismas de
vuestra mente. Dignaos más bien a atender a vuestro corazón, y oiréis como
condenará todos los falsos razonamientos del libertinaje. Este corazón, a cuyo
tribunal os remito, ¿no es, pues, el santuario donde la naturaleza que ultrajáis
quiere que se la escuche y se la respete? Si imprime en él el más fuerte horror
por el crimen que preparáis, ¿no admitiréis que es condenable? Sé que ahora os
ciegan las pasiones, pero tan pronto como se acallen, ¿hasta qué punto os
desgarrarán los remordimientos? Cuanto mayor sea vuestra sensibilidad, más os
atormentará su aguijón... ¡Oh, señor! Conservad y respetad los días de nuestra
preciosa y tierna amiga; no la sacrifiquéis, ¡la desesperación os haría perecer!
Cada día, a cada instante, veríais ante vuestros ojos a la tía querida que vuestro
ciego furor habría sepultado en la tumba; oiríais cómo su voz quejumbrosa sigue
pronunciando los dulces nombres que alegraban vuestra infancia; se os aparecería
en vuestras vigilias y os atormentaría en vuestros sueños; abriría con sus
dedos ensangrentados las heridas con que la habríais desgarrado; ni un instante
dichoso, a partir de entonces, luciría para vos en la Tierra; todos vuestros
placeres quedarían manchados, todas vuestras ideas se turbarían; una mano
celeste, cuyo poder desconocéis, vengaría los días que habríais destruido,
envenenando todos los vuestros; y sin haber disfrutado de vuestras fechorías,
pereceríais del mortal remordimiento de haberos atrevido a realizarlas.
Yo lloraba mientras pronunciaba estas palabras, arrodillada a los pies del
conde. Le conjuraba, por todo lo que para él podía haber de más sagrado, a
olvidar ese extravío infame que juraba ocultar toda mi vida... Pero yo no conocía
al hombre con el que estaba tratando; no sabía hasta qué punto las pasiones
reforzaban el crimen en su alma perversa. El conde se levantó fríamente.
––Veo perfectamente que me he equivocado, Thérése ––me dijo––. Quizá me
siento más molesto por ti que por mí. Da igual, ya encontraré otros medios y tú
habrás perdido mucho sin que tu ama haya ganado nada.
Esta amenaza cambió todas mis ideas: al no aceptar el crimen que me
proponía, yo arriesgaba mucho por mi cuenta mientras mi señora perecía
infaliblemente; consintiendo la complicidad, me ponía a cubierto de las iras del
conde, y salvaba probablemente a su tía. Esta reflexión, obra de un instante, me
decidió a aceptarlo todo. Pero como un cambio tan repentino habría podido
parecer sospechoso, tardé un tiempo en mostrar mi derrota: obligué al conde a
repetir más de una vez sus sofismas, y adopté poco a poco la actitud de no
saber ya qué responderles. Bressac me creyó vencida, legitimé mi debilidad con
la fuerza de su arte y al final me rendí. El conde se arroja a mis brazos. ¡Cómo
me habría colmado de satisfacción este gesto si hubiera tenido otra causa!...
¿Qué digo? Ya era demasiado tarde: su horrible comportamiento, sus bárbaros
proyectos, habían aniquilado todos los sentimientos que mi débil corazón osaba
concebir, y sólo veía en él a un monstruo...
––Tú eres la primera mujer que abrazo ––me dijo el conde––, y, a decir
verdad, con
...