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Ensayo Del Libro Justina Marques De Sade

19871312 de Diciembre de 2012

671 Palabras (3 Páginas)1.610 Visitas

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y de nuestras instituciones políticas, ¿pueden significar algo a los ojos de la

naturaleza?

»Así que deja ahí tus prejuicios, Thérèse, y sírveme: habrás hecho tu fortuna.

––¡Oh, señor! ––contesté completamente horrorizada al conde de Bressac––,

esta indiferencia que suponéis a la naturaleza sólo obedece a los sofismas de

vuestra mente. Dignaos más bien a atender a vuestro corazón, y oiréis como

condenará todos los falsos razonamientos del libertinaje. Este corazón, a cuyo

tribunal os remito, ¿no es, pues, el santuario donde la naturaleza que ultrajáis

quiere que se la escuche y se la respete? Si imprime en él el más fuerte horror

por el crimen que preparáis, ¿no admitiréis que es condenable? Sé que ahora os

ciegan las pasiones, pero tan pronto como se acallen, ¿hasta qué punto os

desgarrarán los remordimientos? Cuanto mayor sea vuestra sensibilidad, más os

atormentará su aguijón... ¡Oh, señor! Conservad y respetad los días de nuestra

preciosa y tierna amiga; no la sacrifiquéis, ¡la desesperación os haría perecer!

Cada día, a cada instante, veríais ante vuestros ojos a la tía querida que vuestro

ciego furor habría sepultado en la tumba; oiríais cómo su voz quejumbrosa sigue

pronunciando los dulces nombres que alegraban vuestra infancia; se os aparecería

en vuestras vigilias y os atormentaría en vuestros sueños; abriría con sus

dedos ensangrentados las heridas con que la habríais desgarrado; ni un instante

dichoso, a partir de entonces, luciría para vos en la Tierra; todos vuestros

placeres quedarían manchados, todas vuestras ideas se turbarían; una mano

celeste, cuyo poder desconocéis, vengaría los días que habríais destruido,

envenenando todos los vuestros; y sin haber disfrutado de vuestras fechorías,

pereceríais del mortal remordimiento de haberos atrevido a realizarlas.

Yo lloraba mientras pronunciaba estas palabras, arrodillada a los pies del

conde. Le conjuraba, por todo lo que para él podía haber de más sagrado, a

olvidar ese extravío infame que juraba ocultar toda mi vida... Pero yo no conocía

al hombre con el que estaba tratando; no sabía hasta qué punto las pasiones

reforzaban el crimen en su alma perversa. El conde se levantó fríamente.

––Veo perfectamente que me he equivocado, Thérése ––me dijo––. Quizá me

siento más molesto por ti que por mí. Da igual, ya encontraré otros medios y tú

habrás perdido mucho sin que tu ama haya ganado nada.

Esta amenaza cambió todas mis ideas: al no aceptar el crimen que me

proponía, yo arriesgaba mucho por mi cuenta mientras mi señora perecía

infaliblemente; consintiendo la complicidad, me ponía a cubierto de las iras del

conde, y salvaba probablemente a su tía. Esta reflexión, obra de un instante, me

decidió a aceptarlo todo. Pero como un cambio tan repentino habría podido

parecer sospechoso, tardé un tiempo en mostrar mi derrota: obligué al conde a

repetir más de una vez sus sofismas, y adopté poco a poco la actitud de no

saber ya qué responderles. Bressac me creyó vencida, legitimé mi debilidad con

la fuerza de su arte y al final me rendí. El conde se arroja a mis brazos. ¡Cómo

me habría colmado de satisfacción este gesto si hubiera tenido otra causa!...

¿Qué digo? Ya era demasiado tarde: su horrible comportamiento, sus bárbaros

proyectos, habían aniquilado todos los sentimientos que mi débil corazón osaba

concebir, y sólo veía en él a un monstruo...

––Tú eres la primera mujer que abrazo ––me dijo el conde––, y, a decir

verdad, con

...

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