Ensayo Película sobrevivir para contarlo

Ética General

Mario Alejandro Cangrejo Arias.

Artículo: SOBREVIVIR PARA CONTARLO, Immaculée Ilibagiza.

El calor y el miedo sofocaban su deseo de vivir en aquel pequeño espacio que le sirvió de guarida durante más de tres meses. El genocidio de Ruanda, un pequeño infierno de 100 días, ocurrido en 1994, es conocido como uno de los actos de barbarie más inhumanos a nivel mundial y marcó el inicio y final para una historia de vida que hoy en día es tomada como ejemplo para muchos que ven su existencia trascurrir entre el desespero y desesperanza. La guerra, política, mediática o social es sin lugar a duda, el acontecimiento humano más horroroso y por su causa han ocurrido transformaciones físicas y sociales que dejan una imborrable huella en quienes tienen que padecer sus dolores. Tras perder a su familia, amigos y parientes, Immaculée pensó perder su pasado, sus sueños y su futuro.  Sin embargo, esto fue una razón imperante para comenzar a enseñar sobre la vida, sobre el perdón, sobre la fe.

Con la arremetida iniciada por el Frente Patriótico de Ruanda comenzó el asesinato contra los Tutsis -una de las tres tribus que conforman el círculo cultural del país, considerada como un grupo de ciudadanos de segunda clase-, un acto que atentó contra todo valor moral y denigró a las personas por pertenecer a una u otra etnia. El odio étnico y el racismo aparecieron como una excusa para pasar por encima de los derechos y libertades de los seres humanos dejando de lado su dignidad.

Entonces vale la pena preguntarse ¿qué es eso que hace que las personas atenten contra sus semejantes, contra otras personas? ¿Vale la pena que esto suceda? Bien lo dice Immaculée: “Cuando al fin salí, descubrí que mi familia había sido asesinada, mi madre, mi padre, ¡uf! –dice lamentándose–. Mis hermanos, mi abuela, mi abuelo, mi familia inmediata, mis compañeros de curso. Mi mundo se destruyó por completo. Recuerdo que, al salir, las cosas aún seguían ahí. Las montañas seguían en el mismo lugar, muchos árboles seguían en el mismo sitio, el lago seguía allí, pero la gente ya no estaba. Era algo triste y escalofriante. ¿Qué pasó con la gente? Fue algo muy triste ver lo que los hombres podían hacerles a otras personas. ¡No vale la pena!”

Creció en ella un sentimiento de odio, de ira y frustración al tenerlo todo y de repente no tener nada. Se convirtió en eso que tanto odiaba, en las personas que le hicieron tanto daño y al darse cuenta de ello entendió que no podía vivir enferma por sus sentimientos.

Aferrada a Dios, con su inmutable fe durante su confinamiento, vivió una experiencia religiosa donde prevaleció el amor, propio y por sus semejantes, materia prima para lograr convertirse en la persona que ahora es, en la persona que fue capaz de perdonar lo injusto de su vivencia, buscando un cambio en la humanidad a través del perdón. Ella, aparte de perdonar a quienes hicieron daño a su persona y a su comunidad, tuvo que perdonar al mundo cuando se mostró indiferente ante lo que pasaba en Ruanda.

...