Escritos Pedagógicos
jaf_chaco8 de Mayo de 2015
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ESCRITOS PEDAGÓGICOS
Georg Wilhelm Friedrich Hegel
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Los textos aquí presentados pertenecen al periodo de Nuremberg, con excepción del informe de 1822, referente a la enseñanza de la filosofía en el Gimnasio, que corresponde al periodo de Berlín. Aparecen en primer lugar los discursos que Hegel pronuncia en su condición de rector del Gimnasio en 1809, 1810, 1811, 1813 y 1815. A continuación figuran cuatro informes. Dos se refieren a la enseñanza de la filosofía en el Gimnasio, a saber, el informe para Niethammer de 1812 y el de 1822 para las autoridades académicas prusianas. Un tercer informe, destinado al profesor y consejero del gobierno prusiano Fr. von Raumer, versa sobre el problema de la enseñanza de la filosofía en las universidades y, finalmente, un informe acerca de la relación del Instituto Real con los demás institutos de enseñanza.
Como apéndices aparecen, en primer lugar, la carta de Hegel a Niethammer del 23 de octubre de 1812, en la que matiza ulteriormente el sentido de su informe sobre la enseñanza de la filosofía en el Gimnasio, En segundo lugar, se ofrece un fragmento de un curso para la clase inferior (Unterkiasse) sobre doctrina del derecho, de los deberes y de la religión. Puede servir de muestra de la propedéutica hegeliana. En él, Hegel aborda de una manera clara y sencilla el problema de la formación (Bildung).
Discursos de Nuremberg
Discurso del 29 de septiembre de 1809
Discurso del 14 de septiembre de 1810
Discurso del 2 de septiembre de 1811
Discurso del 2 de septiembre de 1813
Discurso del 30 de agosto de 1815
Informes pedagógicos
Acerca de la exposición de la filosofía en los Gimnasios
Acerca de la enseñanza de la filosofía en los Gimnasios
Acerca de la exposición de la filosofía en las Universidades
Informe acerca de la posición del Instituto real respecto a los demás Institutos de enseñanza
Apéndices
Carta de Hegel a Niethammer
Teoría del derecho, los deberes y la religión para la clase inferior. Deberes para consigo
DISCURSOS DE NURENBERG
Discurso del 29 de septiembre de 1809
Mediante mandatos muy graciosos he recibido el encargo, con motivo de la distribución solemne de premios, —que el Gobierno supremo ha destinado como recompensa y todavía más como estímulo a los alumnos que se distinguen por sus progresos—, de referir en un discurso público la historia del Gimnasio a lo largo del pasado año y de abordar aquellos aspectos acerca de los que pueda ser pertinente hablar en lo concerniente a la relación del público con el mismo. Por muy respetuosamente que tenga que cumplir con este deber, en igual medida la auténtica incitación para ello reside en la naturaleza del objeto y del contenido, que consiste en una serie de beneficios regios o de sus efectos y cuya exposición contiene la expresión del agradecimiento más profundo por los mismos —un agradecimiento que ofrendamos en comunión con el público a la elevada solicitud del Gobierno por los centros públicos de enseñanza—. Hay dos ramas de la Administración del Estado respecto a cuyo buen funcionamiento los pueblos acostumbran a mostrar el mayor reconocimiento, a saber, una buena Administración de la justicia y buenos centros de enseñanza; pues en ningún otro ámbito los particulares perciben y sienten las ventajas y los efectos de una forma tan inmediata, próxima e individualizada como en las ramas mencionadas, de las cuales una se refiere a su propiedad privada en general y, la otra, a su propiedad más querida, a sus hijos.
Esta ciudad ha reconocido tanto más vivamente el beneficio de un nuevo establecimiento escolar, cuanto mayor y universalmente más sentida era la necesidad de un cambio.
El nuevo centro ha tenido, además, la ventaja de suceder a centros antiguos, que han perdurado varios siglos, y no a uno nuevo; de esta manera ha podido vincularse a él la representación existente de una larga duración, de algo perdurable, y la confianza de que ha sido objeto no se ha visto perturbada por el pensamiento contrario de que el nuevo establecimiento era quizá algo meramente transitorio, experimental, un pensamiento que, especialmente cuando se fija en los ánimos de aquellos a quienes está confiada su realización inmediata, a menudo es capaz incluso de rebajar de hecho un establecimiento a la condición de mero experimento.
Pero un motivo interno de confianza es que el nuevo Centro, si bien mejorando y ampliando de forma esencial el conjunto, ha mantenido el principio de los más antiguos y, en este sentido, es tan solo una continuación de los mismos. Y es significativo que esta circunstancia constituya lo característico y lo más señalado del nuevo establecimiento.
Como el año escolar que ahora concluye es el primero y la historia de nuestro Centro a lo largo del mismo es la historia de su surgimiento, se halla demasiado próximo el pensamiento de su plan y de su meta en su conjunto, como para que nosotros podamos dejar esto a un lado y dirigir ya nuestra atención a acontecimientos particulares del mismo. Dado que la cosa misma acaba de surgir por primera vez, su sustancia constituye, todavía, el objeto de la curiosidad y de la reflexión pensante. Pero los aspectos particulares son conocidos, en parte, a partir de comunicados públicos; en parte, así como los detalles ulteriores, qué y cómo se ha enseñado y cuántos alumnos han recibido enseñanza durante el presente curso, va contenido en el catálogo de alumnos impreso que se le ha de facilitar al público. Que me sea permitido por tanto en la destacada presencia de Vuestra Excelencia y de esta Asamblea muy distinguida, atenerme al principio rector de nuestro Instituto y exponer algunos pensamientos generales acerca de sus condiciones, de sus características fundamentales y de su sentido, en la medida en que la dispersión de las múltiples ocupaciones que mi cargo ha llevado consigo, precisamente en este periodo, me ha permitido concentrarme.
El espíritu y la meta de nuestro Centro es la preparación para el estudio culto, y ciertamente una preparación que está cimentada sobre los griegos y los romanos. Desde hace algunos milenios, éste ha sido el suelo sobre el que se ha asentado toda cultura, desde el que ha germinado y con el que ha permanecido en conexión permanente. Así como los organismos naturales, las plantas y los animales, ofrecen resistencia a la gravedad, pero no pueden abandonar este elemento de su esencia, así todo arte y toda ciencia han brotado de aquel suelo; y aun cuando también se hayan vuelto autónomos en sí, no se han liberado del recuerdo de aquella cultura más antigua. De la misma manera que Anteo renovaba sus fuerzas mediante el contacto con la tierra maternal, así también todo nuevo impulso y consolidación de la ciencia y de la cultura se han abierto paso mediante el retorno a la Antigüedad.
Pero tan importante como es la conservación de este suelo, tan esencial resulta la modificación de las condiciones sobre las que reposaba en otro tiempo. Al tomar conciencia de las insuficiencias y desventajas de los antiguos principios e instituciones en general y, junto con ello, las de los fines y medios formativos que llevaban implicados, el pensamiento que aflora primeramente a la superficie es el de rechazo y eliminación totales de los mismos. Pero la sabiduría del Gobierno, elevándose por encima de este recurso aparentemente fácil, responde de la forma más verdadera a las necesidades de la época al poner lo antiguo en una nueva relación con el conjunto y, de esta forma, conservar lo esencial del mismo, a la vez que lo cambia y lo renueva.
Sólo con pocas palabras necesito evocar el conocido lugar que ocupaba en otro tiempo el aprendizaje de la lengua latina, el hecho de que este aprendizaje no era considerado meramente como un momento del estudio culto, sino que constituía la parte más esencial del mismo y el único medio de formación superior que se Ie ofrecía a quien no quería permanecer en la enseñanza general, totalmente elemental; el que para la consecución de otros conocimientos que son útiles para la vida civil o que son valiosos en y para sí mismos apenas se habían creado centros expresamente para ello, sino que en conjunto se encomendaba a la ocasión del aprendizaje de dicha lengua el si se permitía abordar algo y en qué medida de esa problemática, el que dichos conocimientos eran considerados en parte como un arte especial, sin que valieran a la vez como un medio formativo, apareciendo en la mayor parte bajo aquella envoltura.
El clamor general se alzó contra aquel desdichado aprendizaje del latín; de una forma especial se hizo valer el sentimiento de que no puede considerarse como formado a un pueblo que no puede expresar en su propia lengua todos los tesoros de la ciencia y moverse libremente en ella con cualquier contenido. Esta intimidad, con la que nos pertenece la lengua propia, está ausente de aquellos conocimientos que sólo poseemos en una lengua extraña; dichos conocimientos se encuentran separados de nosotros mediante un muro divisorio que no les permite ser verdaderamente familiares al espíritu.
Este
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