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Eutanasia.


Enviado por   •  20 de Marzo de 2015  •  Informes  •  1.520 Palabras (7 Páginas)  •  169 Visitas

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Pero cuando a estos males incurables se añaden sufrimientos atroces, entonces los magistrados y los sacerdotes se presentan al paciente para exhortarle. Tratan de hacerle ver que está sobreviviendo a su propia muerte; que es una carga para sí mismo y para los demás. Es inútil, por tanto, obstinarse en dejarse devorar por más tiempo por el mal y la infección que le corroen (…) Debe abandonar esta vida cruel como se huye de una prisión o del suplicio. Que no dude, en fin, liberarse a sí mismo, o permitir que le liberen otros.

La palabra “eutanasia”, acuñada en el siglo XVII a partir de las formas griegas eu y tbanatos para hacer referencia a la “buena muerte”, se ha utilizado en distintos contextos para designar cualquier tipo de muerte natural y serena y, desde el siglo XIX, cada vez con mayor frecuencia, todo tipo de mecanismo que provoquen o permitan que se produzca la muerte, sea ésta la propia o la ajena y sea voluntaria o contraria a los deseos del sujeto, se ha dado en distinguir entre la eutanasia pasiva, en la que se permite que sobrevenga la muerte al retirar o no aplicar un tratamiento, y la eutanasia activa, en la que la muerte es el resultado de las acciones destinadas a provocarla. La primera no es ilegal cuando se produce a petición de los pacientes, como tampoco lo es su rechazo de las intervenciones médicas, o de otro tipo, destinadas a prolongar la vida. Los debates contemporáneos sobre la legalización de la eutanasia se centran, principalmente, en la eutanasia activa en las condiciones que incluyen, como mínimo, las que especifica Moro: limitan tal intervención a los casos en que las personas que sufren de enfermedades incurables y dolorosas la aceptan “de modo voluntario”.

“Eutanasia” significa buena muerte; pero cuando de ese vocablo se ha querido extraer una doctrina, su sentido ha cambiado, adoptando muy distinto contenido. Demos de lado la acepción teológica, que quiere significar con esa frase la “muerte en estado de gracia”, para estudiar los significados que le atribuyen los autores modernos, desde el restringido de agonía buena, hasta el amplísimo que comprende la muerte natural súbita, el suicido, la ayuda a bien morir, el homicidio piadoso, etc.

Un grupo de escritores, aparte de los que en nuestros días emplean el vocablo que Bacon acuño, considera que la eutanasia es la agonía buena o dulce. A comienzos de siglo escribía Morache: “La agonía que se desliza así (es decir, sin dolores, y en la que las funciones sensoriales se van extinguiendo poco a poco) puede calificarse de agonía tranquila, de autanasia, llamando distanacia a esos largos y espantosos tránsitos a la otra vida en que el agónico en plena lucidez, sufre dolores físicos y morales, llamando con angustia a la muerte liberadora que se aproxima con pasos lentísimos.

La eutanasia propiamente dicha, la muerte buena, dada con fines libertadores del penoso sufrir, sino que examinaré también la muerte eliminatoria y económica. Binding y Hoche han presentado el tema conjuntamente, y Morselli dice la eutanasia, comprendida en su sentido amplio, no sólo abarca los medios de acortar el dolor humano, sino que se refiere también a los procedimientos de mejorar la especie mediante la eliminación de los menos aptos.

Carlos Binding comienza lanzando estas preguntas: ¿Debe limitarse la destrucción de los seres humanos a la forma no permitida, pero sí tolerada e impune, del suicido? ¿Puede, por el contrario, extenderse –y en qué límites- al aniquilamiento lícito de la vida humana por terceras personas?

La respuesta de Binding es afirmativa con referencia a tres grupos de hombres.

En primer lugar están los perdidos irremediablemente a consecuencia de alguna enfermedad o de alguna herida –como los cancerosos, los tísicos extremos, los lesionados de muerte- que en plena conciencia de su estado demandan perentoriamente el fin de sus sufrimientos, dándolo a entender de un modo cualquiera.

En segundo lugar se hallan los idiotas y dementes incurables, a los que no amenaza la muerte en un breve plazo. La posibilidad de aniquilar a estos infelices seres se presenta igual para los que han nacido así como para los que han llegado a esa situación en el transcurso de su vida; por ejemplo: el enfermo de parálisis general progresiva en el último estadio de su mal. Les falta –escribe Binding- la voluntad de vivir tanto como la de morir. La orden de matarlos no tropiezas aquí con resistencia alguna, con una voluntad de vivir que deba ser truncada: su existencia carece de todo valor; sin embargo, no se les presenta a ellos como insoportable. Son una carga pesada para sus familias y para la sociedad. Su muerte, por otra parte, no provoca ningún pesar, a no ser, tal vez, en los sentimientos de la madre o de la enfermera fiel. El estado

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